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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

Periodismo popular y opinión

La semana pasada expresé mi disgusto por, pongámosle un nombre, el periodismo cultural de urgencia, que predomina en este país. Con esa expresión me refiero a las noticias del ámbito de la cultura que deben aparecer inmediatamente en la edición digital del periódico y que, por tanto, deben redactarse con premura temporal, y acaban incorporándose a las ediciones impresas sin apenas modificación. En cuanto al periodismo cultural que dispone de más tiempo para la reflexión y la escritura (léase suplementos culturales semanales y revistas culturales), tampoco es que andemos sobrados, pero ese es un tema al que me he referido en más de una ocasión y al que no duden que volveré tantas como crea conveniente, pero no ahora.

Lo que no acabo de entender, porque me parece un camino equivocado, es por qué los periódicos de referencia se empeñan en imitar al periodismo gratuito: la noticia que comentaba la semana pasada, sobre la valoración en subasta de una obra de Antonio López no desmerecería en ninguno de los periódicos que me encuentro a diario en el metro. Digamos que el periodismo, como oficio vinculado a un medio de transmisión, varia en función de los cambios en ese medio, que no sólo producen cambios en el aspecto material del conocimiento transmitido (del manuscrito a la imprenta), sino que los cambios materiales inducen cambios intelectuales (la aparición de los derechos de imprenta sobre un libro y, con el tiempo, de los derechos de autor, todo ello consecuencia de la necesidad de control sobre la industria de la impresión, tanto política como económica). Si la aparición de la fotografía produjo ya un cambio importante en el periodismo, con la aparición de los periódicos populares, y la televisión otro que derivó en una menor preocupación por la inmediatez y una mayor reflexión sobre los acontecimientos referenciados, y si convenimos en atribuir al periodismo comercial gratuito un carácter “popularizante”, cabría preguntarse si podríamos encontrar en el primer periodismo popular alguna clave interesante que nos ayude en la interpretación de la situación actual. Y puede que esa clave se encuentre el el mínimo común denominador del lector potencial en dos épocas que se caracterizan por la extensión de la formación básica y la democracia.

La respuesta me parece implícita en una cita de Ryszard Kapuscinski que a buen seguro debe ser frecuente en las facultades de periodismo: “El hombre inteligente compra el diario para encontrar las explicaciones de lo que estaba ocurriendo la tarde anterior en la televisión. Para decirles algo nuevo a esos hombres y mujeres pensantes, que compran el periódico con la expectativa de encontrar explicaciones y estímulos a la reflexión, los periodistas debemos ser cien veces más sabios que ellos. Eso nos impone la tarea de estudiar continuamente.” Fíjese el lector en el primer enunciado. “El hombre inteligente compra el diario”. Por si no ha quedado claro, repite, “esos hombres y mujeres pensantes, que compran el periódico con la expectativa de encontrar explicaciones y estímulos a la reflexión”. Eso es lo que ha cambiado al ampliarse su base lectora: que ahora no sólo lee el periódico un lector exigente, un lector inteligente. A finales de los 60 The Washington Post tenía en su redacción dos secciones: la de los hechos, y la de quienes iban más allá. Esa dualidad se percibe claramente en la era del periodismo digital. Sólo que “la de los hechos” ya no enuncia hechos, porque su lector medio necesita ayuda para entenderlos:

I keep six honest serving-men
(They taught me all I knew);
Their names are What and Why and When
And How and Where and Who.

Los seis criados de Kipling ya no pueden ser mantenidos con el sueldo de un periodista actual: se ha despedido el dónde y el cuando (todo sucede aquí y ahora, incluso el deshielo del ártico), al Qué y al Por qué se les ha encargado mantener los libros de contabilidad al día, destacando siempre todo aquello que tenga una relación directa con el dinero o el valor económico, y el Cómo debe ser traducible en preguntas de Trivial para que, en el caso de que el lector decida no leerlo, siempre pueda excusarse en que prefiere el fútbol o el póker. Aunque lo haga burlonamente, lo que estoy diciendo es que la separación de la opinión de los hechos en el periodismo comercial gratuito es nula, como lo fue en la edad dorada del periodismo popular a finales del XIX y principios del XX.

Y, hablando de esa época, hace unos dias vi, por casualidad, un horrendo biopic sobre Orson Welles durante el proceso de creación de Citizen Kane, RKO 281. Cuando acabó, y ante mi mutismo, mi mujer me preguntó qué me había parecido. “No ha aparecido nada que no esté ya dicho, implícita o explícitamente, y mil veces mejor, en CK”. Puede que la mejor comparación es como si el argumento de CK hubiese sido digerido por un periódico gratuito y publicado como notícia. Al final, no se trata de si hay opinión o no en donde sea. Al final la cuestión es la profundidad de esa opinión.

Josep Izquierdo | 11 de julio de 2008

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