La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Llueve sobre Valencia. Si el más manido de los tópicos nos lleva a relacionar lluvia y melancolía, en esta ciudad asistimos a su tautológica apoteosis, pues llueve agua. La exegética postmoderna nos advierte sobre la melancolía como sentimiento de pérdida por lo nunca poseído, y de la cual, por lo tanto, es imposible despedirse en duelo. Slavoj Žižek lo explica, en terminos kantianos, como un paralogismo de la pura capacidad de desear, que nace de la confusión entre pérdida y falta. El teórico objeto de la melancolía permanece, pues, siempre presente, no tanto por su pérdida sino por la inexistencia de su previa posesión. La retórica popular valenciana sobre el agua y el trasvase del Ebro es una retórica melancólica en ese sentido: el vivo recuerdo de lo nunca poseído (el agua). Es más, de lo inexistente (el trasvase). Y si “el melancólico, en su fijación incondicional en el objeto perdido, lo posee de alguna manera en su misma pérdida”, las desaladoras son un acto de desposesión, una ofensa que se añade al dolor de la ausencia ficticia.
La melancolía es más necesaria que el agua. Por eso hay que renunciar, si es necesario, a lsu posesión real para alimentar su existencia como ausente, para alimentar la melancolía. Los regantes de Villena venden sus acuíferos a una planta embotelladora mientras reclaman el trasvase del Ebro. Como una Antígona que alimenta su conflicto con la polis vendiendo el terreno para la tumba de su hermano, así alimentamos en Valencia la melancolía del agua.