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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

La inocencia como paranoia en la cultura de masas: Leibovitz, Cyrus y Disney

Les resumo el contencioso, por si ustedes no están demasiado al día en lo que sus hijas ven por la tele o en la red. Miley Cyrus, la protagonista de la serie infantil-adolescente Hannah Montana, producida por Disney, posó ante el objetivo de Annie Leibovitz para un reportaje en Vanity Fair. De entre todas las fotografías del reportaje, ésta ha provocado el escándalo de fans, padres y (sobre todo) madres de fans, bloggers apasionadas en defensa de la infantil inocencia de sus hijitas, el escándalo de la propia productora de la serie e, incluso, de la fotografiada, que ha tenido que elaborar un comunicado distanciándose del affaire y diciendo que todo fue idea de la fotógrafa, y que ella aceptó porque cómo le iba a decir que no a Leibovitz, y que a ella simplemente le pareció que las fotos serían artsy (artísticas, aunque también significa pomposo, petulante y pretencioso)

Tres cuestiones aparecen interrelacionadas en el escándalo, ninguna de ellas menor: el valor de la fotografía como índice de la realidad o como imagen artística, la reacción de las masas, y la reacción de los medios implicados. Y una pregunta destaca: ¿en qué modo y con qué fronteras y límites conviven el arte y la cultura de masas en la sociedad contemporánea?

A ustedes esto les parecerá una bobada, una americanada, una nueva demostración de doble moral, recordarán las maliciosas interpretaciones de Bambi o Blancanieves, pero haríamos bien en tentarnos la conciencia antes de opinar. Mi hija es una fan irredimible de la actriz y cantante fotografiada por Leibovitz, hija del también cantante Billy Ray Cyrus, y con el cual coprotagoniza la serie, en donde una adolescente guarda en secreto su otra vida como estrella del rock, y los equívocos que ello comporta. A este juego de entrelazamiento entre ficción/vida normal y ficción/fama, contribuye el hecho de que padre e hija en la ficción lo sean también en la vida real, y que la ficción fomente esa identificación en la medida en que los personajes se llaman como los actores. Para los espectadores infantiles-adolescentes la vida de Miley Cyrus es la vida de Hannah Montana, y viceversa. Y aunque sean capaces de percibir la frontera, gozan sumergiéndose en el juego de su inexistencia. Como dirá mi hija más de una vez, “ya sé que la lluvia es vapor de agua condensado por el frío, pero a mí me gusta pensar que, cuando llueve, las nubes lloran”. Por lo menos ella es consciente de que se trata de un argumento patético.

A mí Leibovitz me parece una fotógrafa de lo obvio, no encuentro en su fotografía, normalmente, nada más allá de la exaltación del referente. No pone de manifiesto nada que no conozcamos sobre la persona retratada. Su puesta en escena magnifica los referentes icónicos, y el juego cultural que aparece, las más de las veces, a través de la escenografía que “viste” sus fotos, deviene banal. No deja de ser curioso que Susan Sontag (pareja de la fotógrafa) hablara precisamente de la banalidad como uno de los objetos de la fotografía artística contemporánea. No sé si Sontag pensaba que el neo pictorialismo de su pareja la salvaba de esa banalidad, pero no cabe duda sobre el ascendente que en la fotografía de Leibovitz tiene esa corriente victoriana y sus precedesores, entre los cuales el más destacado y el más resaltado en los últimos años es Charles Lutwidge Dodgson, más conocido como Lewis Carroll.

De hecho, cuando leí la noticia del escándado en el NYT por primera vez, ni siquiera me di cuenta de quién era la actriz adolescente en cuestión, pero sí me di cuenta inmediatamente de la deuda del retrato de Leibovitz con el fotógrafo inglés: la iluminación, el fondo, la postura del posado, el color apagado, un azul casi blanco y negro, la ausencia de maquillaje, la naturalidad del pelo aparentemente húmedo que adquiere un tono extrañamente oscuro para quienes hemos visto otras imágenes de la actriz, y en los que destaca el toque de color de los ojos y, sobre todo, los labios, como las fotos retocadas a pincel del siglo XIX. Todo ello acentúa los rasgos infantiles de una niña que en sus actos públicos al margen de Disney se esfuerza, más bien, por parecer mayor. Cabe recordar que Leibovitz no sólo ha ilustrado fotográficamente Alice in Wonderland, sino que es una buena conocedora de la fotografía de Carrol, que ha utilizado como referente en otras obras suyas como la que encabeza la serie citada, más propia de su estilo habitual, más “escenográfica” y amanerada.

En mi opinión, la fotografía de Miley Cyrus para Vanity Fair es de lo mejor de Leivobitz: evidencia lo que hay detrás de la explotación comercial de la actriz. Utiliza el referente cultural (la fotografía de Lewis Carroll) sin el amaneramiento a que nos ha acostumbrado, y con ello carga de sentido una imagen que, incluso más allá de su referente icónico, incluso voluntariamente disimulado (es difícil reconocer a la actriz), transmite al tiempo la inocencia y su manipulación, su vida como mujer y su vida como objeto comercial, la duda de la adolescente entre la infancia y la juventud, incluso transmite la ignorancia ante la verdadera trascendencia de lo que hace, que inevitablemente será malinterpretado, y transmite también su fragilidad ante un mundo extraño y salvaje: “a land / of wonders wild and new”, dice Carrol en Alice’s Adventures in Wonderland. Nos muestra cosas de la actriz que, aunque supusiéramos, no veíamos: la inocencia real de la niña oculta tras los afeites de la actriz.

Las reacciones airadas de padres y madres escandalizadas no se han hecho esperar. Valga como ejemplo paradigmático ésta de un blog del NYT, en donde aparece el estereotipo perverso por excelencia para este tipo de imágenes: Lolita. Lo curioso es que, en cierto sentido, Lolita es el referente perfecto para entender lo que pasa. Dejando de lado que el modelo cinematográfico de Lolita (recuerden, la película de Kubrick) se adapta más a la vida real de Miley Cyrus tal y como es explotada por Disney que a la imagen que de ella transmite Leibovitz en la foto de marras, cabe recordar que la novela de Nabokov es una sátira feroz del infantilismo kitch de la cultura popular americana a través de tres personajes que representan las facetas de ese infantilismo: la credulidad (la madre), la perversión (la utilización de esa credulidad en propio beneficio, en la hija), y la admiración (tal vez fuese mejor hablar de “maravillamiento”, wonderment, en Humbert Humbert). No es en absoluto casual que Nabokov tradujera al ruso “Alice in Wonderland”, y él mismo corrobora esa utilización “perversa” de Carrol en una entrevista con Vogue en 1966: “I always call him Lewis Carroll Carroll, because he was the first Humbert Humbert. Have you seen those photographs of him with little girls? He would make arrangements with aunts and mothers to take the children out. He was never caught, except by one girl who wrote about him when she was much older.”

Decir esto en Vogue, el templo kitch de la moda americana, tiene su gracia, si se entiende como provocación: recordemos que uno de los iconos de la factoria Disney ya en aquellos tiempos fue su adaptación de “Alice in wonderland”, que data de 1951, y que sigue siendo la forma “asimilable” en que es conocido Carrol en USA y, por ende, en el resto del mundo. Si es necesaria autoridad acerca de esa asimilación, recuérdese que Aldoux Huxley realizó una primera adaptación de la obra para el magnate de la Disney que éste rechazó porque “sólo entendía una de cada tres palabras”. Nabokov intenta resaltar que del infantilismo nace la perversión, y que probablemente no existiera uno sin el otro.

Pero implicar a Carroll en su jugada de retratar el infantilismo americano era una manipulación evidente de la verdad. Las fotografías de niñas que hizo Carroll parecen perversas al espectador de los años 60 o al de hoy en día más por Freud que por Carroll, pues tienen mucho más que ver con la búsqueda de la pureza y la inocencia infantiles en la sociedad de mediados del siglo XIX en adelante, que está inventado el concepto de infancia como etapa vital distinta del mundo de los adultos, con valores propios que cabe objetivar, comprender y preservar.

Después de todo lo dicho, hay que preguntarse cuál es el problema para Disney con la foto de Miley Cyrus en Vanity Fair. Mi respuesta es que son dos: el dinero y el arte. Vamos con el primero.

Miley Cyrus es la “billion dollar baby”. Es el volumen de negocio calculado por Disney para todo lo que rodee a su estrella adolescente: serie de televisión, discos, conciertos, películas, merchandising... Demasiado dinero como para dejar nada al azar, sobre todo después de su experiencia con Vanessa Hudges, la protagonista de su anterior taquillazo High School Musical, de quien se difundieron unas fotos desnuda antes del estreno de la segunda parte. Estas fotos no eran para nada artsy, ni firmadas por Leibovitz, sino más bien fotos tomadas con webcam: lo peor de lo peor. El caso es que ese escándalo, con todo tratado por Disney con discreción (sin declaraciones públicas, al menos), ha arruinado la carrera de la actriz y las expectativas de negocio de Disney con HSM.

Pero Miley Cyrus venía al rescate hasta que se han encontrado con este “escándalo”. Probablemente la histeria se haya desatado más por el fiasco anterior que por razones objetivas, porque las diferencias entre una y otra situación son evidentes: no hay desnudo (aunque en las primeras noticias se habló, sensacionalisticamente, de topless), y tampoco la sordidez que se asocia a la webcam en su elaboración y obtención. Las declaraciones oficiales de Disney sobre ello inciden, a mi modo de ver, significativamente, en que todo ha sido una encerrona de Vanity Fair para vender revistas. Es decir, para hacer dinero. ¿Un problema, pues, de derechos y exclusivas?

Hasta aquí el problema con el negocio parece claro, pero, what’s the matter with Art? Entendámonos, hablamos de qué entiende la gente corriente por Arte, qué identifica con el Arte y qué relación tiene con sus vidas y sus valores. Y para ellos, como de hecho para cualquier estrato o grupo social, el arte es siempre algo ajeno, puede que admirado, pero en cualquier caso ajeno y elevado respecto de su estatus, algo que sólo poseen los de arriba. Decididamente, para el consumidor americano, el arte es artsy: pomposo, petulante, pretencioso. Perverso, también. Amoral, a juzgar por las portadas del Vanity Fair firmadas, las más difundidas, por Leibovitz. Pero ¿qué tiene que ver el Vanity Fair con el Arte? Es que los europeos somos muy finos y nos la cogemos con papel de fumar, pero en USA, Vanity Fair es una revista clasificada como “cultural”, y junto con Vogue son revistas para públicos de clase media-alta, y entornos metropolitanos. Y no hay que olvidar que las dos, además de The New Yorker, el paradigma de revista cultural de clase alta urbana en USA, pertenecen a la misma casa editorial.

Oponer la inocencia al arte encaja en una clara tencencia anti-intelectual de las clases medias y bajas americanas, que la factoría Disney y la televisión en general reflejan. Jamás he visto coger un libro a Hannah Montana, y una de las líneas argumentales principales de los Simpson es, precisamente, el sentimiento anti-intelectual. Lo cual explica bastante bien su éxito en España, como apéndice del mismo mercado cultural: Una manifestación, un síntoma de la dificultad de la gente corriente para navegar en la complejidad, o en ocasiones el caos, del mundo contemporáneo, que les lleva a rechazar la complejidad porque les es imposible asumirla, y que está en el fondo también del revival de las actitudes pseudos-religiosas.

Y no hay que olvidar que Disney tiene su negocio orientado más bien a la clase media-baja y ciudades medias y pequeñas, y a la exaltación de los auténticos valores americanos (sólo hay que ver un capítulo de Hannah Montana, cuyo nombre, por otro lado, ya lo dice todo). Un mundo en que el enemigo de las protagonistas es siempre una niña pija (o un grupo de ellas) llamadas Ashley o Amber, incluso denominadas en conjunto, las Ashleys. No cuesta identificarlas como niñas de clase media-alta, lectoras del Teen Vogue.

Para Disney, pues, más allá de la desnudez y la perversión, lo que le preocupa no es que su Hannah Montana se convierta en una Lolita, sino que se convierta en una Ashley. Es decir, que pierda la inocencia, ese valor tan americano.

Josep Izquierdo | 02 de mayo de 2008

Comentarios

  1. Cayetano
    2008-05-05 14:18

    He leido con interés el artículo. Nunca he entendido muy bien este tipo de polémicas, salvo que se expliquen desde la mirada (más o menos sucia) de un espectador (más o menos enfermo) que fabrica una opinión a la que se le da amplia difusión (efecto bola de nieve por la pendiente de los medios de comunicación).

    Me ha llamado la atención la polémica porque coincide con otras como la de los carteles que anuncian óperas con cuadros de señoras/es ligeros de ropa. Además de estar interesado actualmente por un pintor como Adolphe-William Bouguereau, dejando a un lado el asunto del tema y escenografía de su obra, estoy descubriendo a un pintor,

    Puedo imaginar a toda una serie de moralistas arremeter contra su obra, pero no ocurrirá un escándalo mientras no se emplee la imagen de algunas de sus obras para anunciar algún tipo de producto.

    A Miley Cyrus, como producto, se le ha pasado la edad. Descubrir o insinuar el Bosque en el Monte Venus forma parte del salto necesario para interpretar otro tipo de papeles. Garantizar su Futuro Profesional, que dicen.

    Creo que la gente pierde su inocencia cuanto ante determinadas obras de Adolphe-William Bouguereau empieza a mirar más allá y creerse las posibles historias que representan sus pinturas.

    Como las que se montan algunos mirando la foto, objeto de polémica, de Miley Cyrus


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