La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Ustedes van a pensar de inmediato que me excuso en un tema menor, es más, nimio, para hablarles de política: acertarán y se equivocarán a un tiempo. Se equivocarán si lo toman como que el zumbido de un moscardón aquí provocó el tsunami indonesio. Acertarán si ven el vuelo de una falda de fallera como el punto de apoyo que reclamaba Arquímedes para mover el mundo. O para colocarlo en el lugar del que nunca debió moverse.
Rita Barberá, alcaldesa de Valencia desde 1991, dice que el vuelo de la falda del traje regional que se lleva en los últimos diez años le parece excesivo, antiestético, ilógico. “Las chicas de hoy en día tienen unos cuerpos esbeltos y no hay razón para ponerles unas campanas de falda tan grandes”. Esto no deja de ser wishful thinking, o una caracterización de la realidad a través de su representación en los medios de comunicación. ¿Realmente las chicas de hoy tienen unos cuerpos esbeltos? O lo que es más importante ¿a alguien le importa que sea así, o lo importante es que todos lo creemos? A continuación pone como ejemplo una escultura de Mariano Benlliure de principios del siglo XX, y más tarde un cuadro de mediados del XIX. ¿Modernidad y tradición? ¿La razón de que el vuelo de la falda sea antiestético e ilógico es que las chicas de hoy en día ya no son como las de antes (gordas, se entiende) o porque esta moda rompe los cánones tradicionales de la indumentaria típica?
Esta aparente contradicción ya nos indica que la razón por la cual la alcaldesa interviene, e incluso pide, si no exige, la intervención de la Junta Central Fallera tiene poco que ver con la estética o con el mantenimiento de las esencias históricas patrias. Las estadísticas sobre la obesidad en el mundo occidental y el reciente estudio sobre el tallaje real de las españolas (y de las valencianas, que fue una de las poblaciones estudiadas) desmienten el primer argumento. Y el segundo parte de la idea de que el traje regional tuvo alguna vez una existencia ideal, prototípica, general e histórica, y que por tanto su “estética” y su “materialidad” pueden ser valoradas o discutidas por su cercanía o distancia con esa supuesta Edad Dorada, que en el caso valenciano es el siglo XVIII. Si se fijan ustedes, justo en el límite del antiguo régimen. La fecha, aún con ser compartida por buena parte del identitarismo regionalista español, no es baladí, en la medida que ese identitarismo, nacido a lo largo del XIX y que el franquismo supo manipular sabiamente, es una reacción a la nostalgia del antiguo ritmo rural de la vida, nostalgia de la desaparición de la organización estamental de la sociedad y con ella de los gremios premodernos de artesanos (precisamente el gremio de carpinteros es el origen “histórico” de la fiesta), y de la vida estable de los burgueses en las ciudades antes de la revolución industrial.
Pero esta contra-argumentación es perfectamente inútil, porque no es la cuestión, y Rita Barberá lo sabe porque ha hecho todo un arte de la manipulación populista del imaginario histórico y estético de la población de su ciudad: argumentar a partir de lo que la gente cree, y no de cómo son las cosas en realidad. Uno tiene la impresión en ocasiones de que sus asesores áulicos serían perfectamente capaces de declamar de principio a fin La sociedad del espectáculo de Guy Debord, reinterpretado como manual de acción política, con el mismo aplomo y el mismo tono con el que ella exalta la fiesta, y el mismo con que antaño esos mismos asesores recitaron el Libro Rojo de Mao. Aunque por tradición familiar y de clase la veo más capaz de haber estudiado con provecho La psicologia de las masas de Gustave Le Bon. Pero, aún siendo así, ¿Qué rédito político puede sacar la alcaldesa de meterse en un berenjenal semejante, algo así como emprender una cruzada contra el Wonderbra? Todo el mundo en Valencia sabe (o debería saber) que el entramado social de las fallas siente una aversión innata ante cualquier ingerencia en su mundo perfecto, en el que el ciclo anual de la fiesta ordena y da sentido a sus vidas, un sentido en el que el medio y el fin es la ritualización espectacular de la vida social. No se olvide que, para un fallero, el momento culminante de la fiesta no es la cremà (la quema de la falla), sino l’ofrena: un desfile que a modo de procesión realizan durante dos días más de 100.000 falleros y falleras ataviados con el traje típico (condición imprescindible), que culmina con una ofrenda de flores a la patrona, y que se retransmite íntegramente por televisión. Se ofrecen a sí mismos como espectáculo, sujeto y objeto, a un tiempo, de la fiesta, a la vez que subrayan su poder sobre el espacio público. En este marco espectacular la evolución natural de las costumbres indumentarias y de los modelos estéticos de las fallas deben ser imperceptibles para el fallero medio, dar la sensación de que nada cambia y dejar la constatación de que eso no es así para cuando se revisan las fotos de tu madre. Esa apariencia de inmovilismo es, en realidad, una de las claves de su éxito social, su lugar en el mundo como anclaje de una población que no ha tenido otros medios, ni personales ni colectivos, para integrarse comunitariamente, y que en un entorno percibido como inseguro (empleos precarios que ni siquiera permiten organizar una vida en torno a él, una vivienda en cuyo altar económico se sacrificará cualquier posibilidad de emancipación personal o social, unos estudios que no garantizan un mejor nivel de renta…) permite ofrecerse orgulloso “de lo suyo” y desafiante ante los demás. No es baladí el papel de la mujer en la fiesta, en la medida en que es ella quien padece más agudamente buena parte de esas inseguridades, a las que suma no pocas más.
La fiesta fallera, con sus tiempos marcados, su recursividad anual, su marco institucional, su jerarquización tanto de la vida en la falla como del lugar de su falla en la ciudad (¿sabían que existen 18 categorías diferentes de fallas a concurso, desde los 900.000 euros a la categoría “fuera de concurso”?) actúa como una institución al modo de las antiguas grandes corporaciones industriales o el funcionariado público en Europa, marcando la Bildung del individuo y su autocomprensión: un mundo en el que todo el mundo es algo (fallero), en el que todo el mundo tiene su lugar (la falla) y donde cada falla encaja en una estructura piramidal: arriba o abajo, siempre hay un peldaño en la escala para ti. Ahora que ese tipo de organizaciones prácticamente han desaparecido o su acceso se ha restringido extraordinariamente, las fallas en Valencia toman su relevo como mecanismos de integración social e identitario: no es en modo alguno casual que dos tercios de los falleros lo sean desde hace menos de 25 años, y que el 35% piense que las Fallas son sinónimo de ser valenciano. A nadie se le han exigido nunca avales de valencianía hereditarios para ser fallero, y por ende, valenciano: su función integradora de la inmigración nacional a Valencia durante los años 60 y 70 está fuera de toda duda, ya que tan sólo ha sido necesario “vestir de fallera a la niña” para adquirir la condición de valenciano. Y pagar las cuotas, eso sí: llama poderosamente la atención que los únicos problemas mencionados explícitamente en el reglamento fallero general sean los de impago o asunción de las deudas de la Falla.
El franquismo entendió perfectamente el potencial de las fallas, en el marco de un regionalismo “bien entendido”, como factor de cohesión ideológica y social del pueblo. Pero el boom fallero, que no sólo afecta a la ciudad sino que es aún más evidente en su área metropolitana, donde se plantan tantas fallas como en la capital, se produce más tarde, como respuesta a las necesidades sociales no cubiertas desde las instituciones públicas por incapacidad, por dejadez o por voluntad, o por las tres. Rita Barberá dice siempre que tiene ocasión que las fallas estructuran la sociedad civil valenciana. Y lo dice porque es verdad, aunque puede que más bien la reproduzcan a pequeña escala, la simplifiquen haciéndola más “ancien régime”, con sus oligarquías y sus noblezas, sus categorías y estamentos, en donde la igualdad todavía no ha nacido de la identidad, en donde la inclusión todavía no ha dado paso a la libertad, y en donde la fraternidad está mediatizada por la adhesión.
¿Y que pinta la alcaldesa en este sarao? Como Presidenta Nata de las Fallas (sic, tal y como figura en el Reglamento Fallero), se debe toda entera a su público, como diría Luís XIV: siempre visible (¿por qué creen que siempre viste de rojo?), sabe muy bien que su misión es que ese pequeño mundo se agite sin derramarse, para así permanecer inalterable e inalterado a su servicio. Participar en las pequeñas rencillas de peluquería, en arbitrajes de elegancia y belleza fallera, lejos de debilitarla, la fortalecen a ojos de una población que la siente próxima a ellos, aunque no estén de acuerdo con ella. Opinar sobre el vuelo de una falda para lanzar el mensaje de que ella también es uno de los suyos, que tiene sus mismas preocupaciones: el vuelo de una falda puede cambiarse, los falleros pueden seguir pensando que la calle, y la ciudad, es suya, aunque no sean dueños de sus propias vidas y destinos. Quienes no sentimos la más mínima implicación emocional con ese mundo (lo cual no tiene por qué ser lo mismo que no sentir el más mínimo interés), tendemos a despreciar sus vanas polémicas, sus dignidades ofendidas y su xenófobo recelo, y con ello nuestra incomprensión de la realidad valenciana aumenta exponencialmente. Pero pensar que no tienen importancia, o que Rita Barberá no lo comprende, es un craso error que la ha mantenido 17 años en el poder. Una nueva lección magistral de una artista del populismo. A ver si aprenden.
2008-03-24 22:35
Muy señor mio, le escribo para felicitarle cordialmente por la calidad de sus artículos que se han convertido en eje de largas discusiones con esos seres horrorosos a los que llamo amigos. Todos le seguimos fielmente y esperamos sus sesudas reflexiones, tanto es asi que le he recomendado en el que es mi blog “palomitas-en-los-ojos.blogspot.com” donde también y modestamente hago critica de la cosa filmica y la cosa valenciana entre otras tontunas. Suyo atentisimo, reciba un cordial abrazo de un admirador (no violento). Nacho.