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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

No hay quinto malo: otro capítulo de la “Visión de España” de Sorolla

Les hablaba la semana pasada sobre el clasicismo de Sorolla. Fuera de todo uso metafórico de la expresión, me refiero a la presencia de motivos clásicos de ascendencia griega (aunque manifestados también en su pervivencia en el arte romano y renacentista). El mito de Grecia, y en especial Atenas, como modelo social armónico unido a la belleza y la cultura estaba sin duda muy difundido a finales del siglo XIX y principios del XX entre la burguesía europea, filtrado inicialmente a través de la imagen que de ellas se daba en el arte romano y el renacimiento italiano, y después admirada en vivo en la nueva institución del museo contemporáneo (El Louvre y el British Museum) gracias a los saqueos “imperiales” perpetrados en la misma Grecia, Oriente Próximo y Egipto por los británicos y los franceses. ¿Existe alguna monografía, estudio, tesis, o lo que sea sobre ese tema? ¿Algo así como La idea de Grecia y Atenas en la política y las Bellas Artes del siglo XIX y XX: influencia, uso y evolución? Si lo hay, por favor, escríbanmelo. En cualquier caso no es que me parezca ni bien ni mal ampararse en el mundo clásico (cuento entre las mejores horas de mi vida las pasadas en el Warburg Institute de Londres, mi muy particular paraíso terrenal), pero me interesan mucho los mecanismos para dotar de valor universal, a través de los modelos clásicos, a lo particular. En el caso de Sorolla, aunque la admiración por el mundo clásico venga de antiguo, como mínimo de sus años en Roma y Asís y de su primera visita a París, la presencia del clasicismo en sus composiciones empieza a ser abrumadora con la consolidación de su estilo en los últimos años del XIX y los primeros del XX.

El treinta de julio de 1889 Sorolla escribía a su amigo Pedro Gil lo siguiente: “Hubiera deseado haber ido a París pero me fue imposible por tener que terminar un retrato; otro año será; créeme que tengo ganas por dejar de ver lo rutinario que por esta tierra se hace; dichoso tú que vives en la Atenas de Europa; bien que me pesa no haber aceptado tu consejo cuando estaba en París, ahora sabría más y puede tuviera un porvenir asegurado; aquello fue una grave equivocación mía que puede que la tenga que llorar más aún.” Vicente Blasco Ibáñez, en un artículo titulado “El gran Sorolla” en su periódico El Pueblo en 1900, recordaba una anécdota acaecida aproximadamente por 1894, en que Sorolla se exclamaba porque había quien quería que se trasladase a París: “No señor, al Cabañal: frente a aquel mar todo luz y poesía. Construiré en la misma orilla una gran casa, una casa de artista, y allí vendrán mis discípulos y formaremos una colonia, una escuela de pintura revolucionaria, la pintura al aire libre, sin estudios ni artificios, y tú vendrás también allí a escribir novelas… Ya verás como hacemos de Valencia una Atenas.” En realidad quien lo hizo finalmente fue Blasco: una gran casa estilo clásico, balconada con cariátides… Aunque en ocasiones se nos presenta a Blasco como el ideólogo de Sorolla, tengo para mí la sensación de que lo es après le peintre, que las palabras de Blasco siguen la pintura de Sorolla, y no al revés. También en 1894 escribe a Pedro Gil, residente en París, para pedirle una reproducción de la Victoria de Samotracia que aún hoy se conserva en el Museo Sorolla (y para que su amigo la identifique sin dudas y no se equivoque, se la dibuja en la carta). En 1895 nace su tercera hija, y si los dos primeros recibieron los nombres tradicionales (la primogénita el de la madre, María Clotilde, el segundo el del padre, Joaquín), ésta se llamará… Elena.

Las huellas de la estatuaria griega en la figuración de Sorolla son tan evidentes que llama la atención que se dejen de lado en el análisis iconográfico de Sorolla:

1889 (según datación de su biznieta, otros 1904) Clotilde enfrentada a la Venus de Milo Según Javier Pérez Rojas “ambas figuras irradian armonía y serenidad”. Sin duda ese era el objetivo de Sorolla, no sólo en este cuadro, sino en prácticamente toda su producción.

En los siguientes, dejo al lector la tarea de encontrar a Wally, perdón, a la Victoria de Samotracia travestida en esposa e hija, en pescador, en pescadoras, en muchachas, en niñas…

1903 Sol de la tarde

1909 Paseo a la orilla del mar

1909 La hora del baño

1910 Muchacha en la playa

1915 Pescadoras valencianas

Y no crean ustedes que son ejemplos rebuscados. Son los me he encontrado en un breve paseo, por ejemplo paseando por “visión de España”: ¿nadie ha visto al Discóbolo de Mirón en el lanzador de bolos de Los bolos. Guipúzcoa. 1914.

Concluyo que el “verismo” de Sorolla es la dignificación del costumbrismo a través del clasicismo burgués, la necesidad de valores inmutables, inmanentes, universales, para una clase social en perpetuo cambio, aquejada de una inestabilidad que, a su pesar, le es inherente. La revalorización popular de Sorolla se debe, en buena medida, a las mismas necesidades por parte de la neoburguesía y sus miembros ociosos: jubilados, pensionistas, amas de casa que no necesitan trabajar fuera y con sus hijos ya criados, funcionarios…

El viernes que viene, el sexto cierra plaza

Josep Izquierdo | 18 de enero de 2008

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