La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Cuando se publicó en España el libro de W. G. Sebald Luftkrieg und Literatur (guerra aérea y literatura) bajo el piadoso título, que el mismo Sebald autorizó para su edición inglesa, Sobre la historia natural de la destrucción, temí que dejásemos pasar la ocasión de iniciar en nuestro país una reflexión seria sobre la imagen histórica que nos hemos creado los españoles de nosotros mismos y nuestro inmediato pasado a través de eso que convenimos en llamar literatura. Su necesidad me parece ya perentoria, traspasada la frontera del siglo, en primer lugar para aportar luz sobre ese período de nuestra conciencia colectiva tan extremadamente disfuncional que son la guerra civil, la dictadura, y la transición como epígono. En segundo lugar, para situar el presente en sus justos términos. Que todavía tengamos a la transición democrática por el principio de lo que somos y no como el final de lo que fuimos, por poner sólo un ejemplo, me parece la febrícula que acompaña una enfermedad sistémica: la incomprensión del presente, y la ausencia de cualquier proyecto de futuro que se deslinde netamente del pasado gracias a su disección.
Sobre Sebald, como pitoniso agorero no tengo precio. Lean, si no, una entrevista con su, por otro lado, excelente traductor al castellano, Miguel Sáez: ni una palabra más allá de lo estrictamente estilístico. Las alabanzas a Austerlitz en España nunca han relacionado la devastación mental del personaje principal con la experiencia del exilio republicano. La esencia de la maldad alemana nunca nos ha parecido comparable a la española, mejor dicho, nunca la hemos sentido como propia porque nuestras escapatorias nos permitían la pertenencia a “otra España”, o incluso la “no pertenencia a España” para evitar la incorporación a nuestra esencia del pecado original de lesa fraternidad. Siempre han sido los otros. La
inminente aprobación por el parlamento español de la Ley en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura, más conocida como Ley de la memoria histórica y la polémica que la acompaña son un excelente ejemplo de que la reiteración del mito de Abel y Caín sólo permite un enconado intercambio de etiquetas más propio de riña de patio de colegio, e impide cualquier reflexión serena sobre lo que fuimos, lo que somos y lo que queremos ser. Las actuales discusiones sobre el ser de España velan una realidad sangrante: la ausencia de un proyecto de futuro, y las limitaciones para arbitrarlo de una Constitución que sólo podía ser circunstancial y que se ha tornado eterna.
Les ofreceré, en próximas entregas, algún apunte más de la utilidad de las reflexiones de Sebald sobre Alemania para una reinterpretación de nuestro pasado.