La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Gracias a dios que existen los reseñistas. Los buenos y los malos. Los reseñistas hacen reseñitas, término que no es tan despectivo como al lector le parece en un primer momento. Aunque, naturalmente, uno ya tiene sus querencias, indiferencias y manías, no es menos cierto que quien más influye en la elección de una lectura es ese Cobarde que huye irreparablemente. Es por eso que las reseñitas son muy útiles para desbrozar la selva tropical en que se ha convertido el mercado del libro, en donde vida y muerte, memoria y olvido, duran menos que el ciclo vital de una rana (eso sí, venenosa) en una charca del Amazonas.
Reconozco de entrada que entre mis filias está Magris, pero que el Cobarde no me ha permitido hasta el momento leer la parte aparentemente menor de su obra, la teatral o parateatral. Enterado de la publicación en castellano de Lei dunque capirà ( Así que usted comprenderá ), y vivamente interesado en lo que Magris pudiera especular sobre Orfeo, uno de los mitos mayores, si no el fundacional, de la cultura occidental, me llegaron antes a la mano y los ojos los periódicos de un sábado de septiembre que a los pies la oportunidad de pasar por la librería.
Así que leí las reseñitas. La de Cecilia Dreymüller en El País fue la segunda sobre el librito de Magris. Y con mucho la más impactante, la que me ha llevado a leerlo sin tardanza e incluso a releerlo en italiano por si se me había escapado algo (que sí, mucho, ya pasa con las traducciones, Lei capirà). No trincharé en exceso a la reseñista, baste que su articulito es un ejemplo preclaro de que las ambiciones formalizadoras que anegan los estudios literarios en nuestras universidades ocultan, en malas manos, una grave carencia de lecturas y de referentes culturales. Puras termomix, que pican y trituran, pero de ahí a llamarlo cocina… Y desde luego el texto de Magris no es una hamburguesa. Pide paciencia y un gusto delicado.
“¿Gusto delicado? ¡Pero si la reseñista dice que el lenguaje de la protagonista es pobre y burdo, que habla de tíos con cachiporra y lagartas!”, me dirán. Lo hace, sí. Y con ello el lector conecta con la Eurídice adúltera, malcriada y lenguaraz del Orphée aux Enfers de Offenbach y sus libretistas, y lo que empezaba por sonrisa se convierte en carcajada: vaya, vaya, parece que Magris se divirtió tanto como yo con esa parodia de las relaciones conyugales burguesas en el París de mediados del XIX. El equivalente de Madame Bovary en operetístico, una genialidad descacharrante en donde Orfeo es un maestrillo de música a tanto la hora, Eurídice una cortesana pizpireta incapaz de ninguna contención, y en donde la Opinión Pública se encarna para hacer de Dios sobre la tierra repartiendo favores y condenas. Algo de esta taumatúrgica figura atraviesa Lei dunque capirà y asoma en la permeabilidad del Orfeo de Magris a la adulación y los premios, en ese disfraz de la fama como enjambre de jóvenes admiradoras y amantes que revolotean alrededor del poeta. No menos significativa es la común secularización y la común remisión a un refrendo popular de quienes ostentan el poder sobre el destino de los personajes en Offenbach y Magris, ya que en este último toma la figura de Presidente de la Casa de Reposo que Eurídice decide no abandonar.
Si la “Eurídice chafardera” parece venir de Offenbach, la “bochornosa figura del ególatra poeta” es una irónica mirada a la tradición lírica occidental desde Petrarca a Umberto Saba, del que se citan los únicos versos reconocibles del texto, “rumorosa la vita, adulta ostile minacciava la nostra giovinezza”, elaborado sobre el baudeleriano “la vie, impudique et criarde”, de La fin de la journée. Asoma Leopardi, “pietà pietà dell’infelice amante”, pero la presencia mayor, por su carácter fundacional de la tradición lírica occidental, es la de Petrarca. Su eco resuena cada vez que el Orfeo de Magris canta la ausencia de su amada, tanto en las actitudes, el léxico como en el escandido de una prosa que remite constantemente al gusto de Petrarca por las secuencias paratácticas encerradas en períodos de once sílabas que Magris deshace constantemente poniendo y quitando una de más o de menos. Uno lee el texto, dice el texto en voz alta, esperando darse de bruces con un “Più volte incominciai di scriver versi; / ma la penna e la mano e l’intelletto / rimaser vinti nel primier assalto”, cuando lo que encuentra es la versión “pobre y burda” de Eurídice : “Scriveva il mio nome e poi qualcosa d’altro e di nuovo il mio nome e ancora qualcosa, ma dopo strappava il foglio e lo buttava via, perché capiva che non gli veniva niente da dire”. Este es uno de los juegos de Magris, mostrar la tradición lírica con los ojos de su objeto, seducida pero divertida por el histrionismo de su amante.
Pero Orfeo no sólo mitifica la fidelidad conyugal o del amor constante más allá de la muerte —¡cómo lo recuerda ese “nadar sabe mi llama el agua fría, / y perder el respeto a ley severa”!—, Orfeo cifra y conforma la cultura occidental al dar cuerpo narrativo y tipológico a una de sus constantes: la inaccesibilidad del objeto de nuestro deseo, la irremediable distancia entre el deseo y su realización. En ese espacio, en esa distancia, en esa inaccesibilidad se desarrolla prácticamente toda nuestra literatura, e incluso nuestra política. Es esa búsqueda de la que siempre volvemos con las manos vacías y con la cabeza llena: es el viaje como fuente de sabiduría, cuyo término y destino poco importa, pues “Ítaca te regaló un bello viaje / … / nada más puede ya darte”, en versos de Kavafis. Es el espacio lírico que respetamos desde la poesía trovadoresca, en donde alcanzar el objeto de nuestra devoción o de nuestro amor supone la desaparición de la voz y de la misma poesía, espacio cuyos límites transitamos sin descanso y en ocasiones forzamos hasta el límite, haciendo equilibrios por la estrecha senda que conduce al infierno, aún sabiendo que inevitablemente perderemos pié y miraremos atrás aunque sólo sea para asegurar el paso y seguir adelante, aún sabiendo que con ello perderemos lo que buscamos y que tan cerca hemos estado de conseguir.
La misma democracia trabaja en ese espacio de tensión, de búsqueda: hacia la sociedad perfecta, hacia la felicidad individual, aún sabiendo que esos objetivos son irrealizables. Bien lo sabían los redactores de la constitución de los Estados Unidos de América cuando ampararon la búsqueda de la felicidad, pero no el derecho a poseerla. La felicidad, como las sociedades perfectas, es una prisión o un infierno, y Orfeo nos recuerda cada vez que lo olvidamos que lo mejor es volver sin Eurídice.
Y todo esto lo actualiza y lo transmite el texto de Magris: la secularizació del amor en la jocosa percepción de Eurídice de los defectos de su marido, la reivindicación de su papel en la vida y la obra de “su” poeta, que remite al papel trascendental, para bien y para mal, que algunas esposas o compañeras o amantes han jugado en la vida y la obra de tantos escritores del siglo veinte. Y al final, la trascendencia de una decisión, la de no regresar, que intenta preservar la tensión, la distancia, ese espacio lírico que el conocimiento de una verdad que está por debajo de las expectativas anularía. Esa voz que callaría y que por ser la de Orfeo, es la de todos. La Eurídice de Magris se queda para salvar a su esposo, para salvarnos a nosotros, de la destrucción de la ficción que sostiene nuestro mundo.
Al final, lo que me temo es que la incomprensión de Lei dunque capirà sea real. Que lo viejo ya no se lea, que lo nuevo se construya sin echar la vista atrás, siguiendo las reglas que Dios o el Presidente dieron a Orfeo para conseguir sacar a Eurídice del infierno. Y si Eurídice sale, ¿qué será de nosotros?
2007-10-12 16:06
¡Bravo! Izquierdo ataca de nuevo, y lo hace con elegancia y ferocidad. Hay que quitarse del medio, quitándose el sombrero.
2008-03-12 03:34
Señor Izquierdo: con detallada atención he leído su ¿reseña o comentario? (la verdad es que no sé cómo llamarlo en vuestro caso, pues me ha parecido que no es sólo un reseña del texto, pero que tampoco profundiza al punto de poder tildar de comentario sus palabras (entiendo comentario desde una perspectiva de lectura algo más académica (o con esos fines)). Debo reconocer que me ha parecido estupend@. Lamentablemente no he podido leer “Lei dunque capirà”, pues los libros de Magris, en mi pais, son carísimos. Sin embargo, me sucede algo extraño con sus palabras sobre él. He tenido la posibilidad, gracias a la biblioteca de mi universidad, de leer “El Danubio”, “Microcosmos”, “a ciegas” y el teórico “Utopías y desencanto”. Y siento que, por su extremada complejidad (cuando queremos fijarnos en todos los detalles que se transmiten ocultamente en sus libros), Magris sí es un autor incomprennsible. Pero un autor incomprensible porque no somos caaces de comprender en un 100% sus textos, pero comprensible porque por lo general un lector medio puede comprender la mitad de cada uno de estos libros. Creo que usted a podido comprnder gran parte de “Lei…”, pues es el primer comentario de este texto que puedo leer en donde se digan algunas de las cosas que señala usted, o, incluso, algunas de las comparaciones con otros autores, que nunca dejan de estar. Me gustaría poder apoyar o refutar sus palabras, pero, como dije, no he tenido la posibilidad de leer el libro. Sin embargo, me gustaría poder comentar profudndamente “A ciegas” con alguien, y ojalá ése alguien pueda ser una persona que tenga la visión suya. Un abrazo a la distancia, y espero poder comentar algún día todos los detalles (como esas historias paralelas que al final son la historia del mundo) que se entrecruzan en una mente como la de don Salvatore Cippico.