Más de uno debe estar pensando que ya llegó el aguafiestas a decir que la próxima exposición que se prepara en Valencia con los lienzos que Sorolla pintó para la Hispanic Society de Nueva York, y que tradicionalmente conocemos como “Visiones de España”, es una mierda, con perdón. Pues no. Es un gran acontecimiento cultural, probablemente el de mayor trascendencia en esta ciudad desde la inauguración del Instituto Valenciano de Arte Moderno que se situó, durante sus primeros años, entre la elite de las instituciones museísticas internacionales. Lástima que en estos momentos dicho museo roce la inanidad. Esta exposición nos permitirá ponderar la importancia de la serie que ocupó los últimos años del “miglior fabbro” que ha dado Valencia, el que acaso fuese el último gran pintor español del siglo XIX, si no el mejor.

Estoy seguro que este Sorolla limpio y restaurado no me defraudará: no tengo ninguna duda de que su virtuosismo técnico y su clasicismo compositivo al servicio de la luz de cada una de sus “visiones” serán emotivos para mí desde un punto de vista estrictamente plástico. Como tampoco creo que me defraude la idea de España que intentó transmitir al exterior la alta burguesía de este país en una década catastrófica para los más, especialmente para los valencianos, entre 1909 y 1919. Con todo, ya les contaré si lo que vea está a la altura de las expectativas.

Aunque Sorolla nos llegue físicamente limpio, la pátina interpretativa, por el contrario, ha engordado. No seré defraudado por los oficiantes de liturgias patrias, chicas y grandes, ni lo esperaba, debo confesar. Bancaja, la caja de ahorros que controla el negocio bancario de esta bendita Comunidad, y que como tal está controlada no sólo por la clase social que le corresponde, sino por sus políticos, paga la operación (una pasta gansa, se lo aseguro como aseguran los cuadros las aseguradoras) y acoge el evento para inaugurar la remodelación de su sede social. No aprovechar para lanzar una campaña de cohesión socio-ideológica de nuestra autonomía al tiempo que reforzar el mensaje popular sobre España “mixing / memory and desire, stirring / dull roots with spring rain” hubiese sido francamente estúpido. Incluso yo les hubiese llamado estúpidos si no lo hubiesen hecho.

Y les agradezco que sean tan fieles a si mismos. Sinceramente. ¿Cómo no disfrutar de la traslación al mundo del arte del discurso victimista sobre los agravios infligidos a la Comunidad Valenciana por “la otra España” cuando Felipe Garín, comisario de la exposición, catedrático de Historia del Arte, director del Museo de Bellas Artes de Valencia y exdirector del Museo del Prado afirma sin recato que “es preciso recordar hoy algo que por desgracia ha sido voluntariamente hecho olvidar por muchos, como negación de la importancia del maestro y es que, en vida, alcanzó un extraordinario éxito nacional e internacional, siendo uno de los pintores más comentados por la crítica y alabados por el público en unos años, en torno al 98, en los que pocos españoles estaban brillando en el mundo”. La cursiva es mía, por supuesto: frentismo y complot. ¿Hay nada mejor para cohesionar a una sociedad? Bueno, ya saben, sólo falta la esencialización del mito cohesivo: Sorolla “es hoy símbolo por antonomasia de la valencianidad”. En mis tiempos a esto se le llamaba agit-prop, pero no hay de qué escandalizarse, siempre ha sido inherente al arte, y hacerse el puritano a estas alturas queda un poco feo.

Así pues me dispongo a disfrutar mucho en los próximos meses, y a compartirlo con ustedes, si gustan.