La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Mi infancia son recuerdos de una calle con toros y una huerta rojiza donde maduran los tomates. La sal la traíamos de casa, y los lavábamos en la acequia, previo robo, y los toros los traían en cada fiesta (patronales, de barrio, de calle…) sus organizadores, festeros o clavarios (hay que buscar su significado en el Covarrubias: léase clavero, ya ves tú) según la organización fuese civil o religiosa. Al que se corría por la tarde las más de las veces le daba por estarse quieto, para disgusto de la plebe, que procedía con saña creciente a fustigarlo y lacerarlo para provocar su ira y sus carreras, que a su vez conseguían mover en oleadas sucesivas a la masa que se arremolinaba a su alrededor: los del primer miedo solían encontrar sitio en la barrera que los valientes de la segunda ola encontraban ya rebosante: gritos, pisotones, caídas, los heridos y, en ocasiones, los muertos, que masa y toro se solían repartir en igual y amistosa proporción han sido siempre imprescindibles para este espectáculo y tantos otros, son el precio de la emoción, la fuente de la juventud eterna de la que mana la adrenalina hasta anegarlo todo. Al toro embolado, esa pervivencia de los tiempos en que nuestros pueblos no sólo no tenían iluminación nocturna, sino que no la necesitaban pues nada bueno ni decente podía hacerse por la noche, no hacía falta azuzarle: bastaban para que corriera el fuego y el alquitrán chorreando sobre su hocico.
Esa celebración comunal del dominio del hombre sobre la naturaleza a la que nos acostumbran las sociedades agrícolas no sólo ha sobrevivido en pueblos como el mío, sino que ha crecido a costa de multiplicar las entidades organizadoras, ahora peñas taurinas en que los jóvenes machos ponen en juego cuanto poseen, ellos mismos, cual si de morlacos se tratara, para pregonar su virilidad en el enfrentamiento con la más viril de las bestias, al tiempo que desbravan su resentimiento contra un mundo que apenas entienden y en absoluto controlan a base de litros de alcohol y adrenalina, y para acabar ganando en la apuesta tan sólo el reconocimiento de sus iguales. Porque, eso sí, es cosa de hombres: las mujeres miran desde la barrera o el balcón.
En los toros en la calle todo el mundo es torero. En las corridas de toros todo el mundo está en la barrera o el balcón. Las corridas de toros son un espectáculo para las clases medias. Un espacio ritualizado en donde “los pobres” (los toreros) son rigurosamente seleccionados precisamente para que las distancias se mantengan: ahora ya no se ve (o puede que yo no lo vea porque ya no veo toros…) pero la figura del “espontáneo” que saltaba al ruedo dejaba bien claro el límite: la pobreza sin liturgia saltando al ruedo y rompiendo un “mundo de ensueño”, una fiesta de reconocimiento y asunción del lugar que a cada cual le corresponde en relación al mundo natural y a sus congéneres. Creo que algo de esto hay, algún tipo de conciencia al respecto en el hecho de que las clases bajas hayan preferido, históricamente, los espectáculos cómico-taurinos, como el Bombero Torero.
Dicen que con José Tomás los intelectuales han vuelto a la plaza. Dicen que ahora hay verdad, que la arena de nuevo huele a ciprés. El País publica un artículo de Joaquín Sabina sobre José Tomás, y lo que leo dice mucho de los toreros y de los intelectuales, pero dice mucho más de una clase media que ha ascendido a los cantantes y a los periodistas deportivos a la categoría de poetas e intelectuales, con el concurso inestimable de determinados grupos de comunicación. Lo que manda cojones es que sea precisamente el mismo que se considera heredero de Lorca, de la Residencia de Estudiantes, de la Institución Libre de Enseñanza… El mismo desde el que Joaquín Vidal nos hizo amar no ya la tauromaquia, sino su literatura.
Puede que en la arena huela a ciprés, pero en nuestra sociedad algo huele a muerto.
2007-09-18 12:43
Estoy totalmente de acuerdo con el texto. Cuando te refieres a la “clase media” supongo que se trata de una clase media desde el punto de vista cultural, no económico. Y creo que el problema no es que esa clase encumbre a los cantantes y periodistas, siempre ha sido así, el problema es que los verdaderos heredero de la Residencia de Estudiantes no están visibles para los que no son de la “clase media”. Y de momento no veo mucha solución. El artículo de Sabina es insufrible, pero ya nos tiene acostumbrados, como con el libro de sonetos “Ciento volando. De catorce”, con prólogo de García Montero. Esto es lo que hay.