La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
De la casa de mi abuela sólo conservo un libro. Millones de cosas me atraían y me amedrentaban, tanto por la prohibición, en ocasiones tácita, en ocasiones explícita, de la curiosidad, como por su propio interés: mi tío, el xic, el único descendiente varón, lo liquidó todo tras su muerte: los aperos de labranza arrumbados muchos años atrás y que yo ya conocí herrumbrosos, las jarras y lebrillos en que mi abuela maceraba las olivas previamente partidas, la bicicleta que mi abuelo utilizaba para trabajar, colgada del techo de la andana doce años atrás, cuando murió, o puede que antes, porque cuando yo nací ya estaba enfermo, y moriría dos años más tarde. Siempre me pareció que la casa se detuvo en ese instante y que tras él sólo el óxido y el polvo y los insectos vivieron. Me recuerdo, y es la primera vez, contemplando el ataúd abierto desde la altura de los hombros de mi padre, mientras los hombres del pueblo desfilaban ante él. Era en la plaza donde despedían a los muertos, la última antes de llegar al cementerio y muy alejada de la iglesia, un último adiós de la comunidad ajeno a las instituciones y una oportunidad más de burlar las prohibiciones de reunión, una ocasión de afirmación comunitarista que desapareció cuando desapareció el enemigo y su coerción, como suele, como debe. Es curioso que se me considerara demasiado pequeño todavía como para dar guerra en la iglesia, pero que mi padre creyera necesario que estuviese con los hombres despidiendo a mi abuelo. O puede que mi madre estuviese demasiado ocupada con la suya y con su propio dolor, y que mi padre se ocupase de mí, y, como la mayoría de los demás, ni siquiera llegara a entrar en esa iglesia que todavía conserva las pintadas de la CNT a la que pertenecía mi abuelo (¿alguna de su mano?) y los rastros del intento de borrar de las cruces grabadas en la piedra del dintel. O puede que fuese porque no hacía tantos años que mi padre y sus amigos habían colgado un gato muerto en la puerta de la casa del cura por haber prohibido el baile. Daba igual, sólo un esfuerzo, consciente o inconsciente de mi padre por integrarme, pero como siempre, a sus hombros yo era más consciente de mí y de la diferencia con los demás: distancia, punto de vista… Como el libro. El manuscrito de una madre de Enrique Pérez Escrich, en la edición por entregas que hizo El Mercantil Valenciano en 1921. Encuadernado en tela roja ya un tanto raída. Mi imaginación ha ido elaborando muchos equívocos sobre el libro: el primero, que pensé que el lector era mi abuelo. No, no, tu abuela, enfatiza mi madre: lo trajo de la casa de los señoritos, los Solazo, donde estaba con amo desde muy joven como niñera de la que después fue madrina, que tenían una parada de carne en el Mercado Central, y casa en la Avenida del Oeste. En donde trabajaba como cocinera mi tía Carmen, con cuyo hermano, tu abuelos, que la visitaba se acabó casando. Del libro se hicieron unas cuantas ediciones en el siglo XIX ilustradas por Eusebio Planas, quien por cierto también ilustró La araña negra y Los fanáticos de Vicente Blasco Ibáñez, durante años director de El Pueblo, el periódico rival de El Mercantil Valenciano, ambos republicanos pero separados ambos por la diferencia de clase que sus cabeceras denotan claramente. ¿Qué encontró en este libro mi abuela para que le sobreviviera? Puede que el recuerdo de un tiempo en donde aún podía ir al cine a ver alguna de las dos versiones, una de 1918, y otra de 1928, o al teatro en donde se reprogramaba periódicamente hasta su última representación en Valencia en el Teatro de la Libertad un 14 de febrero de 1937. Después, sólo su lectura.
2007-07-28 12:28
Precioso texto, aunque tenga poco que ver con los suyos anteriores. Le sigo de cerca.
2010-02-21 00:10
En las cosas de mi padre necontré el libro El Manuscrito de una madre tomo primero, de esto ya hace varios años, quisiera saber si alguién tiene los demás tomo o en dóande puedo adquirirlas
2012-09-26 12:12
Hola Gissela, yo dispongo de mi abuelo los otros tomos del Manuscrito de una madre y me interesaria venderlos.
Un saludo