La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Las ambiciones personales y colectivas, como todo en la vida, suelen guardar correlaciones objetivas con los tamaños físico y psicológico de sus sujetos. Puede que el tamaño no importe, pero condiciona, aunque el libre albedrío autoriza a quien quiera a tener grandes ambiciones, del mismo modo que hay quien no las tiene en absoluto y, probablemente por ello, sea feliz. “Felicidad”, ese concepto que en tantas ocasiones se confunde con estar pagado de uno mismo, quererse, y tantas otras tonterías a las que lleva el miedo a perder lo que tienes. La felicidad es una mierda de clase media, un lenitivo para el miedo, no para el daño. La felicidad está reñida con la ferocidad, el hambre, la ambición. La cultura catalana está feliz porque ha sido invitada a Frankfurt, que es como ser recibido en Buckingham, siempre mejor que serlo en la Zarzuela, ese palacete con nombre de opereta o peor, de guiso de pescado para pobres, aunque ahora te cueste un Potosí. El director de la Feria de Frankfurt declaró el pasado 13 de junio que “conocíamos la cultura catalana pero no la reconocíamos”. Frankfurt nos reconoce, qué felicidad. Y allá que vamos todos con flores a porfía, con flores a María que madre nuestra es.
¿Todos? No, todos no. Y no lo digo sólo por la polémica desatada en torno a la presencia o ausencia de escritores en castellano. Lean en El País del 21 de junio (no lo enlazo porque es de pago) el artículo de Gonzalo Portón ¡Es la ciencia, estúpido! Dice el autor: “en el fárrago de artículos, declaraciones y correspondencias materiales y virtuales sobre galgos y podencos no he encontrado ni una sola alusión al ensayo, a la prosa didáctica, o a los libros de conocimiento y razón crítica.” Había que elegir, se dirá, que no es más que una forma de proclamar “mira que ricos somos que atamos los perros con butifarra y aún nos sobra para ofrecerla por los stands en canapés ferranadrianescos sobre una base de espuma de habas”. Y han elegido Literatura, Literatura: novela, poesía y teatro, “comme il faut”, con dos novelistas, Quim Monzó y Baltasar Porcel, abriendo y cerrando la feria. Perros bien alimentados, nulo riesgo artístico, ni en los géneros, ni en la forma, ni en sus hacedores. A ofrecerte venimos flores del bajo suelo, con cuánto amor y anhelo, Señora, tú lo ves.
Decía Joan Fuster, insigne intelectual catalán, allá por 1960, que “un cálculo estadístico, bastante perfecto, hecho sobre la masa total de la literatura catalana producida desde la Renaixença hasta ahora, me da como resultado que, en cuanto a la temática:
a)el 60 por 100 es una glosa más o menos académica de aquellos versos de Verdaguer que dicen: Todo sea por vós / Jesusito dulcísimo / todo sea por vós / Jesús amoroso;
b)un 30 por 100 trata del Ampurdán;
c)el 10 por 100 restante se ocupa de los temas habituales en cualquier literatura civilizada.”
A mí me da que, ni en la temática ni en la forma ese 10 por ciento está en Frankfurt, ni falta que hace. Pero, para ser justos, no es un defecto exclusivamente catalán: pueden leer un acertadísimo diagnóstico sobre la situación española de Vila-Matas en La Nación. Falta ferocidad, hambre, ambición, y sobran frankfurts y butifarras.
2007-06-22 14:55
Me temo que, como dices, lo de Fuster se puede aplicar a casi todas las literaturas. El asunto de las literaturas nacionales más allá de sus fronteras tiene mucho que ver con la propia visión nacional de esa literatura, una literatura de Estado, y por lo tanto una literatura de pasquín, propagandística; quizás no en sí misma, pero sí en lo que tiene que ver con su utilización por parte del que la vende. Tiene mucho que ver, me temo, con lo que decías otro día, y que quizás ahora vea yo con mayor claridad.
Saludos