La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
No hay nada como llamar a las cosas por su nombre. The Grand Tour of the 21st century es el proyecto colaborativo en la red que han emprendido La Biennale di Venezia:, la Art 38 Basel, la documenta 12, y el skulptur projekte münster 07. Para los no iniciados, “grand tour”, “continental grand tour”, o lo que franceses y alemanes llamaban “viaje por Italia” era el complemento educativo con el que cualquier joven de clase alta o de la burguesía acaudalada de los siglos XVIII y XIX debía cerrar su formación y dar paso a la edad adulta. El “grand tour” contribuyó sobremanera a la aparición del moderno sistema del Arte desvinculado de su función (e.g. contemplar un san Sebastián por su belleza y estilo antes que por su valor devocional), a lo que contribuyó no poco el hecho de que la mayoría de ingleses y alemanes que lo emprendían eran anglicanos o luteranos, infectados de iconoclasia religiosa, y más dados, por tanto, a la mera contemplación estética, esto es, mundana. Ni que decir tiene que éste es el origen de la palabra y el concepto modernos de turismo.
Hoy como ayer el turista de arte necesita contar con una guía para centrar su atención y su tiempo en lo importante o relevante, así como disponer de la información necesaria para solucionar alojamiento y comida. De la segunda parte se encarga el proyecto colaborativo, de la primera cada uno de los sites. Estamos lejos todavía de un Jonathan Richardson, An Account of Some of the Statues, Bas-reliefs, Drawings and Pictures in Italy, &c. with Remarks, London, 1722, o de un Tobias Smolett, Travels through France and Italy, 1766, pero mucho más lejos del paródico A Sentimental Journey through France and Italy (1768) de Laurence Sterne, en donde su alter ego Mr. Yorick se manifiesta despreocupadamente ajeno al arte y los monumentos. Todo llegará, sin duda: material no falta ni para el relato ni para la reflexión. Que la cocina de Ferran Adrià haya sido elevada a la categoría de arte, previo distanciamiento de su función, es un tema intelecturalmente jugoso, aunque sensorialmente jugoso lo sea más el puchero de mi madre. Constatamos, pues, que cualquier aproximación real entre arte y vida sigue lejos de los cauces oficiales, lejos del “arte bien entendido”, lejos de aquello por lo que los pudientes turistas del arte están dispuestos a pagar.
O puede que, siguiendo a Sterne, podamos decir del arte que “viene a ser como la música en las calles de Italia, que aún los que pagan pueden disfrutarla”.