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Cosecha de vértigos por Lucía Caro

Por qué la gente hace las cosas qué hace. Ésa es la pregunta que se hace Lucía Caro, bien como publicista, como profesora, como investigadora sobre la identidad digital o como mera observadora de tu cesta de la compra en la cola del súper. Pero en Cosecha de Vértigos se centrará el día 2 de cada mes en analizar fenómenos comunicativos en el contexto de la web social. Lo del título promete explicarlo un mes de estos.

El tristísimo caso de Beatriz o ese incomprensible, cada vez más lejano, Otro

Fue una de esas tardes en las que permanecer en Twitter abre ventanitas a un mundo que existe, pero no ves, que te recuerdan que el mapa —tu mapa— no es el territorio. Y de qué modo. Son mundos que te afectan, claro, porque coexisten con el tuyo y se superponen, luchan de hecho por imponerse, como Gallardón nos recuerda últimamente con sus malabarismos metafóricos en torno al cuerpo de las mujeres.

Hubo un tiempo en el que me impuse seguir a ciertos colectivos conservadores en Twitter, precisamente para no estar al albur de que alguien de mi red se indignara con alguna opinión especialmente extrema para saber de su existencia; para no quedarme con esa visión sesgada y conocer de un modo más directo esa realidad tan ajena para mí. Al poco tiempo renuncié porque la templanza no es una de mis virtudes, aquello me traía fundamentalmente cabreos e impulsos constantemente autocensurados de entrar en un debate estéril. ¿Y por qué estéril? Veamos, por ejemplo:

tuit

¿Qué puedo decirle en 140 caracteres a esta señora? Más allá de entrar en una escalada de calificativos, quiero decir. Y me responderéis que éste es un caso extremo, lo cual es cierto, y justo ahí voy: nunca he visto a nadie retuitear en mi red opiniones contrarias a las mías —a las nuestras— de un modo razonado, razonable, que permitiese un acuerdo mínimo desde el que debatir. Muy al contrario, las informaciones que saltan de un grupo a otro en las redes tienden a ser las más radicales, las que conducen a un estado de alta excitación que nos mueve a compartirlo, a modo de denuncia. Así, más que contribuir a la configuración de una opinión pública abierta, en el que todos pueden participar y aportar matices, parece que asistimos, participamos, de una fragmentación creciente en pequeñas esferas de opinión pública, cada vez más polarizadas ––porque donde no hay disensión, el más radical es el rey—; en las que cada nodo de la red personal, en tanto que filtro informativo, puede contribuir a la confirmación de nuestra cosmovisión.

O no. Quizás ando aún afectada por asomarme a lo que para mí es un abismo. Quizá más gente de la que pienso elige incorporar a sus redes digitales a personas que opinan de modo diferente, ojalá. Pero me cuesta razonar cómo un espacio que prima el establecimiento de vínculos bajo el criterio de alta homofilia —amor por iguales— y transitividad —grado de conocimiento que tienen entre sí los miembros de un grupo—, y donde se tiene la capacidad de filtrar puntos de vista sobre la realidad, puede ayudar a construir espacios abiertos a la deliberación. Y claro que los medios tradicionales ofrecen también una visión sesgada del mundo conforme a su línea editorial, pero un medio está obligado a buscar un punto intermedio en su representación de la realidad —con excepciones —, mientras que un usuario en Twitter, por ejemplo, tiende a ser premiado con una mayor visibilidad y seguidores cuanto más explícita y radical es su línea editorial o especialización temática.

El nuevo confort: de la cueva a la burbuja

En las redes aún podemos elegir nuestra propia política de acceso a la información, pero luego recuerdo la burbuja de filtros que según Pariser configuran los algoritmos de Google y Facebook, y ahí sí que me cuesta alejarme de lecturas distópicas futuristas en las que, como en el mundo propuesto por Asimov en Bóvedas de acero: los seres humanos viven en pequeños grupos donde todos se conocen y donde, a diferencia de la novela de Asimov, aquí son las propias máquinas, programadas para adaptarse a nuestros intereses, las que por defecto contribuyen a definir mundos cada vez más cerrados sobre sí mismos en torno a lo ya conocido. No viviremos en cuevas, como los personajes de Asimov, pero habremos construido nuestras burbujitas de información y opinión.

O no. Ya os digo que aún ando en shock.

Lucía Caro | 02 de junio de 2013

Comentarios

  1. Miguel A. Román
    2013-06-03 13:22

    No sé qué tiene de extraño. Vemos los canales de televisión más benevolentes con nuestro nivel cultural, leemos la prensa más afín a nuestra tendencia política, incluso compramos la prensa deportiva partidaria de nuestro equipo. ¿Por qué ibamos a comportarnos de forma distinta en las redes sociales?

    Dices que te cuesta imaginar cómo esta situación “puede ayudar a construir espacios abiertos a la deliberación”. Bueno, es que nunca he visto que Internet sea un espacio válido para el debate, no al menos para un debate productivo: he pasado en 20 años por FidoNet, Usenet, IRC, foros web y ahora las [mal] llamadas “redes sociales” y jamás he visto una controversia que, superada la docena de mensajes, no derivara en un casus belli. Hay una docena de “leyes” o “corolarios” que de forma más o menos velada y jocosa se hacen eco de este fenómeno: Ley de Godwin, de Wilcox-McCandlish, de Benford,…

    A ésas podríamos añadir al menos dos más: una, la que en tu artículo identificas al decir que “donde no hay disensión, el más radical es el rey”; y otra, casi el resultado de la anterior, que es que los moderados tienden a autosilenciarse, pese a que tal vez fuesen mayoría. El resultado es que cualquier discusión en ese entorno se radicaliza en progresión geométrica.

    Supongo que la tendencia humana normal es a reducir la disonancia cognitiva y en consecuencia se evitan —filtran- aquellos entornos donde se encuentren opiniones contrarias a la propia (digo “supongo” pues no soy psicólogo ni sociólogo, otros tendrán mejor opinión al respecto).

  2. Cayetano
    2013-06-03 15:15

    Holas,

    Estoy bastante de acuerdo con Miguel A. Román sin embargo habría que definir claramente que se entiende por redes sociales, en mi opinión hay un intencionado acuerdo para excluir Usenet, listas de correo, etc. por una sencilla razón: No sirven a la Internet de los mercaderes.

    Hace un tiempo pensaba que la Internet de los mercaderes podría convivir con la Internet de los usuarios, esa Internet donde los usuarios deciden como organizarse libremente y sin depender de software o sistemas propietarios (este sistema de comentarios, facebook, tuenti, twitter, etc. lo son).

    Dentro de unos días dejaré de usar Twitter de forma tan intensiva, es una cuestión de falta de tiempo (lo único que realmente tengo).

    Quiero, por último, señalar que me siento más cómodo en un foro (red social) donde todos los usuarios “ganan” como por ejemplo este grupo de noticias y lista de correo: linux.debian.user.spanish

    Voy con prisa pero creo haberme expresado con claridad :-)

    Un saludo

  3. Cayetano
    2013-06-04 00:14

    Olvidé señalar que ésto tambien son redes sociales, algunas muy exclusivas :-) Servicio de Listas de Distribución de RedIRIS

  4. Lucía Caro
    2013-06-05 13:45

    Es muy interesante lo que apuntas, Miguel A. Román, sobre la disonancia cognitiva. Sin duda ésta influye en nuestras interacciones en las redes sociales digitales, como en otros espacios de la Red o en qué medios de comunicación elegimos consumir. Sin embargo, creo que hay ciertas características de las redes sociales digitales que alientan una mayor radicalidad en la expresión de las opiniones y, como resultado, una creciente polarización de las opiniones de grupos o, al menos, una mayor percepción de polarización, de distancia con respecto a ese otro al que me refería en el texto.

    Por una parte, la tendencia a la fusión entre la esfera pública y la privada que se produce en redes sociales como Facebook y Twitter. Aunque tengamos 500 contactos en Twitter, no pensamos en cada uno de ellos cuando hacemos un comentario, normalmente proyectamos a una audiencia imaginada, que típicamente serán aquellos contactos con quienes más interactuamos en esa red, con los que tendemos a compartir puntos de vista y lazos de confianza. Esa alta homofilia y transitividad de nuestra audiencia imaginada permite que expresemos opiniones de un modo más radical, pues la preocupación por la confrontación es menor, nos sentimos ‘en confianza’ dentro de esa situación comunicativa. Esto no es así para todos los usuarios, claro, dependerá de las competencias de cada uno, y de su propia política de uso de su cuenta: si sigues a 10 y te siguen 2.000 probablemente haces un uso de la herramienta más como micromedio que como red social, y medirás mucho qué dices; pero si sigues a 100 y te siguen 100, y además se da un alto grado de reciprocidad, es muy posible que aún teniendo tu perfil abierto, ‘sientas’ ese espacio como semiprivado. Sólo así puedo comprender ciertas meteduras de pata .

    En la situación informacional que configuran espacios como Twitter, un usuario que no comparta nuestro punto de vista, ni siquiera tiene que afrontar el freno de entrar en un enfrentamiento –‘hacer una escena’ que diría Goffman—, le basta con darle al botón de retuit para sacar el comentario del contexto y la situación en la que fue dicho, y llevárselo a una situación social completamente diferente. Claro que la polarización ya existía en Internet antes de las redes, basta darse una vuelta por los comentarios de ‘Libertaddigital.com’ o de ‘Eldiario.es’ para encontrarla ––no pretendo equipararlos, pero en sus comentarios es difícil hallar disensión––, pero cuando lees un comentario que te parece una absoluta barbaridad dentro de un foro, lo estás viendo en su contexto, sabes dónde estás y puedes seguir el hilo del debate. En Twitter, en cambio, conocer el contexto en el que se genera, exige que el usuario quiera descubrirlo, visite el perfil de esa persona y rastree la conversación en la que se generó. Y esto es algo que probablemente pocos hagan, porque es sumamente cómodo quedarse con la confirmación de un prejuicio. Era a esto a lo que me refería con el abismo del otro, que no lo crean las redes por supuesto, pero creo que sí contribuyen a acrecentar, como espejos deformantes.

    Por supuesto, los medios tradicionales también están polarizados y tienen su línea editorial, pero ese sesgo convive con la búsqueda de una imagen de imparcialidad, pues, salvando medios muy escorados en los extremos y con audiencias sensiblemente más pequeñas y homogéneas, los editores son conscientes de estar creando contenidos para una audiencia que quizá comparte elementos de una cosmovisión, pero también muchos matices e intereses temáticos diferentes.

    En cuanto a si las redes pueden contribuir a crear espacios de deliberación abiertos, probablemente sea una ingenuidad por mi parte siquiera plantearlo, pero creo que puede reconocerse fácilmente la existencia de toda una mitología en torno a las redes como herramientas de empoderamiento ciudadano en la configuración de la agenda pública y la introducción de nuevos puntos de vista.

    Saludos.

  5. Lucía Caro
    2013-06-05 13:48

    Cayetano, en torno a las redes sociales, falta en mi texto una concreción terminológica importante relacionada con esa distinción que apuntas: la diferenciación entre redes personales o egocéntricas y comunidades virtuales. Las primeras se forman bajo el criterio personal, son mis vínculos con otros y mis intereses los que definen a quién decido agregar a mi red de contactos en Twitter o Facebook. El criterio de formación de las comunidades virtuales, sin embargo, es temático, las personas que participan en ella comparten un mismo interés. Las listas de distribución y los foros, siendo redes sociales, pertenecerían a este segundo grupo. Cuando trato temas relacionados con las redes sociales me refiero siempre a las egocéntricas, porque entiendo que en las comunidades virtuales se dan otras dinámicas e intereses que conozco mucho menos, como usuaria y como investigadora.

    Hecha la aclaración, coincido contigo en que este segundo grupo ha resistido mucho mejor esa colonización de los mercaderes, o de los ‘señores del aire’, como los llama Echeverría.

    Saludos :)


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