Ingredientes: 2 onzas de realidad, 1 onza de ficción, 4 gotas de ironía, 1 pizca de mala leche.
Preparación: Mezclar todos los ingredientes en el procesador de textos y servir adornado con signos de puntuación. Puede completarse con ginebra, vodka, tequila…
Tras la barra cada viernes Concha Mayo, nacida en Barcelona, escritora y fotógrafa ocasional.
La nariz de Alberto tenía vida propia. A él le hubiera gustado que fuera dócil y no llamara la atención, pero a ella eso no le iba. Cuando algo no le gustaba, se arrugaba ostensiblemente obligándole a gesticular con todo el rostro, gesto percibido por sus interlocutores que acaban por ofenderse.
Además, era coqueta y enamoradiza. Mantenía una relación frecuente con su dedo índice derecho, que estaba ciego de amor por ella.
No se podía decir de Alberto que fuera un tipo puritano, pero llevaba francamente mal las reacciones que provocaban entre la gente, las exhibiciones públicas de amor de sus miembros.
-¡¡¡Guarro!!! -Le habían increpado en más de una ocasión.
-Es que está enamorada. – La defendía él. A pesar de que sabía algo que dedo índice derecho ni sospechaba: los amoríos entre dedo índice izquierdo y nariz.
-Esto acabará mal. – Le decía Alberto a su nariz. Pero ella le respondía: -Estate tranquilo, que ni se lo huele.
Pero nariz tenía poco olfato para estas cosas. Tal y como Alberto había predicho, no tardó en destaparse el triángulo amoroso y ambos índices se declararon la guerra.
Ya no podía lavarse las manos y no se atrevía a cortar la carne él solo, por miedo a terminar acuchillado. Por las noches, en cuanto se quedaba dormido, se lanzaban uno contra otro en una batalla sin fin que no le dejaba descansar.
Nariz no paraba de repetir: -¡Esto me huele fatal!
Alberto hubiera querido denunciarlos por violencia de género, pero no tenía claro si debía testificar contra el índice derecho o contra el izquierdo. Así que, ante la duda, decidió cortar por lo sano. Y aunque pudo haber amputado tan sólo uno de ellos (técnicamente la pelea habría tocado a su fin) Alberto era un tipo muy recto y no le pareció equitativo.
Se presentó en el hospital con las manos sangrando y los dos índices, al fin inertes, en una bolsa de plástico.
-Señorita, – dijo – vengo a hacerme una rinoplastia.
2009-09-18 18:59
¡Tiene narices!
Eso le pasa al de la izquierda y al de la derecha por pactar. Al fin y al cabo, si era una cuestión de orificios, había para todos.
2009-09-18 22:49
Muy bueno. Me hizo acordar a un cuento de Akutagawa, autor japonés de Rashomon. ¿Lo has leído?
2009-09-20 13:57
No lo conozco, pero lo apunto en mi lista de lecturas pendientes.
Gracias por la recomendación.
2009-09-22 23:17
Cierto. Tenian un agujero para cada dedo. No habia problema.
Carnicero!