Ingredientes: 2 onzas de realidad, 1 onza de ficción, 4 gotas de ironía, 1 pizca de mala leche.
Preparación: Mezclar todos los ingredientes en el procesador de textos y servir adornado con signos de puntuación. Puede completarse con ginebra, vodka, tequila…
Tras la barra cada viernes Concha Mayo, nacida en Barcelona, escritora y fotógrafa ocasional.
Un bichito blanco se pasea por mi texto, despacio, como si saboreara cada trazo de tinta. Aunque deduzco que no, que probablemente se alimenta de los espacios vírgenes y quizá a eso deba su color. Los surcos que la presión de mi mano ha hecho al escribir, parecen valles y escarpadas cimas que el diminuto invasor recorre con cierta dificultad.
Me pregunto a quién pertenece la mano gigante que dibuja los obstáculos que sorteo cada día. Puede que mis objetos cotidianos estén formados por tinta para seres descomunales y hasta es posible que disfruten viéndome escalar los bordes de sus mensajes, haciéndome sudar para alcanzar palabras de tal envergadura, que su significado se me escapa.
Regreso al papel y a su explorador espontáneo. Y me pregunto si ese ser blanquecino que deambula por los fantasmas de mi escritura esconde algún mensaje oculto, si no será la musa que llevo tiempo buscando. Por si acaso, lo miro con admiración y respeto mientras corona, no sin esfuerzo, la palabra “destino”. Lo que interpreto como una señal. Es como si esa güija invertebrada con patas tratara de dictarme un argumento reordenando mis propias palabras. La emoción me embarga y la humedad aflora a mis ojos.
Abandono por un momento los micropaisajes de tinta; miro por la ventana y trato de vislumbrar el lugar en el que mar y cielo confluyen. Pero las lágrimas me devuelven una imagen distorsionada. Recojo con ambas manos la humedad de mis mejillas, mientras cuestiono la utilidad evolutiva del llorar por emoción. Me inclino de nuevo ante el texto y una lágrima díscola impacta sobre el verbo “amar” deshaciendo sus confines. Recorro las frases con mi mirada en busca del “destino” que daba cobijo a mi musa. Necesito preguntarle cómo es posible amar con caracteres emborronados, tan desfigurados que no logro conjugar el verbo. Mas el ser albo ha abandonado la palabra sin dejar pistas de su paradero.
Lo busco entre líneas, escondido tras los puntos y a parte, formando diana en el interior de las “os” y serpenteando entre los puntos suspensivos… Decido entonces cambiar de estrategia. Escribo “felicidad” con mayúsculas, le ofrezco “dinero” deletreado con esmero y caligrafía pulcra; “premios” remarcando bien la “s” del plural… y todo a gran tamaño para pueda verlas desde lejos, regrese y me indique mi destino, ese que ha dejado en suspenso.
Inútil ejercicio. No aparece. Pero lo que sí regresa a mí es un llanto desolador. Lloro su pérdida con lágrimas calientes que se deslizan mejilla abajo inundando mis palabras, sepultando con mis sollozos los imperceptibles gritos de socorro del bichito blanco que lucha por salir a flote de un amor borroso cuyos límites se expanden con cada gota y lo atrapan en su contorno de agua salada.