Diminuto, en efecto, pero completo como ningún otro país europeo: así es Eslovenia. De todos los lemas turísticos, el que más nos gustó fue “Europa en miniatura” y también, en algo, el de “el país de los castillos”. Eslovenia lo tiene todo, desde playas, crestas nevadas, colinas cubiertas de viñedos hasta campos de un moteado amarillo de girasoles y la arquitectura gótica sobreviviente, siempre luminosa. No me cabe duda, Eslovenia tiene uno de los verdes más hermosos del mundo.
Cuando alguien dice “Eslovenia”, muchas veces quien escucha y es profano en la materia cree que le hablan de algún lugar de Europa Oriental. Aunque hoy, en Europa, mucha gente sabe dónde queda Eslovenia, y que las divisiones del continente (oriental/occidental) ya prácticamente no existen (ahora todos somos europeos, sin importar la nacionalidad). La confusión, por ello, persiste sólo a veces por fuera de Europa. Eslovenia tampoco pertenece a los Balcanes (como usualmente se cree), pues debe a su carácter más a Austria, Italia y Hungría que al viejo bloque yugoslavo.
Pequeño el país como es, no debe pensarse que de un santiamén puede recorrerse: un viaje “decente” a Eslovenia toma de una a dos semanas, como mínimo. Menos de cuatro días, por ejemplo, solo permite recorrer Liubliana, la capital, y quizás, hacia el sur, el Castillo Predjama. Como no hay nada mejor que el placer de la calma, de poder permanecer, esa agradable sensación, mi recomendación es una estadía de, por lo menos, dos semanas en el país.
Ljubljana
Ljubljana es una parada importante y excepcional. Casi reservada, pareciera, excepto al fin de la primavera y el verano, cuando las angostas callejuelas de la Ciudad Vieja, sus cafés aparasolados, se llenan de turistas; no en vano vienen las comparaciones de Liubliana como otra Praga o, incluso, del aire de París. Un recorrido por la ciudad puede hacerse en un mismo día, y en los mapas locales hay interesantes sugerencias. Pero todo viaje debe comenzar en Presernov Trg, la plaza que une la zona céntrica y la ciudad vieja, con el monumento Preseren, erigido en 1905 en honor al héroe nacional. A pocos pasos del monumento, está la Farmacia Central, un café frecuentado por intelectuales en el siglo
XIX, y en una de las esquinas cercanas, el edificio Urbanc de 1903, hoy convertido en tienda por departamentos (Centromerkur). Diagonal, pasando la plaza, está otra joya arquitectónica, el Ura, y también la hermosa Iglesia Franciscana de la Anunciación, construida en el siglo
XVII, cuyo altar, diseñado por el arquitecto italiano Francesco Robba, es una urna de cristal que contiene los restos de un santo. Por la misma calle, Miklsiceva, está la gran dama de la ciudad, el Grand Hotel Union, lugar recomendado para cualquier viajero, especialmente por el ala antigua (las habitaciones en el ala moderna, anexada en la década de los 60, no son tan recomendables). La zona del mercado, en la Ciudad Vieja (y cruzando el Tromostovje, este puente de 1842, año importante en el calendario victoriano), se accede a una zona de interesantes edificios religiosos, incluyendo la Catedral, inspirada para San Nicolás, patrón de los marinos y pescadores; el Magistrat o ayuntamiento, el Zmaski Most (Puente del Dragón), la fuente Robba (de 1751, cuyo diseño fue robado a una de Roma), y la bellísima Stari Trg, la arteria principal de Liubliana, una calleja de tiendas de madera, plazas interiores y paredes de piedra. Una de las atracciones principales, sin duda, es el Castillo de Liubliana, en cuyo lugar se asentó un castillo anterior, según cuenta la historia, desde las épocas celtas. Gran parte del castillo data de después del terremoto de 1511. Para acceder a la torre, hay que subir los 150 peldaños de hierro. Aunque el techo de la interior Capilla de San Jorge (de 1489) está cubierto con frescos y el escudo de armas de los Duques de Carniola, confieso que hubiera podido ser más impresionante. En cuanto a los museos, los tres más importantes se ubican al noroeste de Republike Trg: el Narodni, o Nacional, con todo el vidrio y joyería romana hallada en las tumbas eslavas del siglo VI; la Ópera, hogar del ballet y ópera nacionales, que a más de uno sorprende al cruzar por el frente ante las pruebas de los ensayos en su interior; y la Narodna Galerija (Galería Nacional), con las notables obras impresionistas de Jacopic, Grohar y la pintora nacional de Eslovenia, Ivana Kobilca, con su obra maestra, “Verano”. Las figuras en bronce de Franc Berneker son excepcionales, igualmente que algo inesperado, los baños públicos, como muchas cosas en Liubliana, al estilo Art Deco, de mármol negro y verde cristal. Para los amantes de los parques, está el Tivoli, con la colina Roznik y el zoo, y por supuesto, el Castillo Tivoli, con su Centro Internacional de Artes Gráficas y el Museo de Historia Moderna unos metros más allá. Los barrios más antiguos de Liubliana, Trnovo y Krakovo (especialmente por Krakovska ulica, antiguamente llamada el “Montmartre esloveno”), son el hogar de la muralla romana (Rimski Zid), la pirámide, el jardín Jakopic (estudio del pintor impresionista) y las ruinas romanas, con su sofisticado (para los tiempos) sistema de ventilación. Y para una auténtica comida eslovena, lo mejor es dirigirse a Sestica, en Slovenska cesta 40, un restaurante que desde 1776 (año de la independencia norteamericana) sirve platos como el goveji golaz y el chorizo Kranjska a la manera tradicional.
Pirán
Nuestra siguiente parada, luego de cuatro días en Liubliana, fue Bled, esta joya visual situada a 55 minutos por tren de la capital (51 kilómetros). Bled es, sin duda, especial. Construida en la orilla del lago del mismo nombre cuyas aguas son de un sublime color esmeralda, y encerrada entre los Alpes y el Karavanke, en días traslúcidos puede atisbarse desde sus calles los picos más altos de Eslovenia: el Stol (2236 metros) y el rey de reyes, el Triglav (2864 metros). Un recorrido de Bled comienza por el Castillo, a 100 metros sobre el lago, que se remonta al siglo XI, residencia de los viejos obispos de Brixen. Impresionante, entre las exhibiciones, es la de armas y armaduras del Medioevo. Afuera de la cercana Parroquia Iglesia de San Martín (diseñada por el austríaco Friedrich von Schmidt, autor también del Ayuntamiento y una famosa iglesia de Viena), están las ruinas de la antigua muralla del siglo XV contra los turcos. La isla de Bled, que flota en el lago y a veces parece moverse, es hogar, desde el siglo IX, de una notabilísima iglesia católica, aunque las excavaciones demuestran que, mucho antes, en el mismo punto, los eslavos tuvieron allí un templo de veneración a un dios pagano. El viaje a la isla puede ser divertido, dependiendo de cómo se tome. Hay tres formas de llegar: una, la más obvia, nadando con algo de ropa seca metida en una bolsa plástica bien cerrada (para cambiarse una vez se llegue a tierra y, además, la temperatura del agua es muy agradable, 23°C incluso en otoño, lo que lo hace propicio); la otra, remando en un bote alquilado, y la más apropiada, si no se dispone de tanto tiempo para desperdiciarlo, en una de las “pletna” o góndolas eslovenas, en un viaje que dura casi dos horas con treinta minutos a favor del viajero para explorar la isla. Juan Felipe y yo hicimos otro recorrido recomendable, alrededor del lago, en total unos 6 kilómetros a pie, es decir, en tiempo dos horas. Esta excursión, para caminantes como nosotros, merece la pena por los bosquecillos de tilos, castaños y sauces (cuyas ramas muchas veces se sumergen sinuosamente en las aguas), los puntos de cabos para botes, las banquetas puestas de adrede para pescadores de caña y, sobretodo, las vistas como para una luna de miel. La mejor opción de estadía es el hotel Vila Bled, rodeado por un parque y con su propia playa privada y puerto.
De Bled, la siguiente recomendación es el Valle Soca, Posocje, que se extiende a través del Parque Nacional Triglav al poblado de Nova Gorica. De este valle, sobresale el río Soca de casi 100 kilómetros de longitud, que se ensancha y acorta en sus colores aguamarinas casi irreales bajo los visos de sol. Aunque la mayoría de la gente va al valle para practicar el canotaje y otros deportes extremos, el lugar tiene también gran importancia histórica y cultural. Los poblados, uno tras otro, no se libraron nunca de su pasado italianizado: en efecto, durante las dos guerras mundiales del siglo pasado, el valle fue jurisdicción italiana, y solo, a partir de 1946, los colonos italianos que permanecían allí fueron expulsados o cruzaron la frontera voluntariamente.
Entre tantos lugares por visitar, el turista no puede dejar de ir a las Cuevas Skocjan, en la región Karst, a una hora y media de Liubliana por tren hasta Divaca, que a su vez está a cinco kilómetros al sudeste de las cuevas. Skocjan es, en efecto, la experiencia más próxima a la imaginación de Julio Verne viajando al interior de la tierra (algo que, por ejemplo, no vi en mi viaje a Islandia, de donde Verne se inspiró). Las cuevas tienen 5 kilómetros de longitud y 250 metros de profundidad, fueron labradas por el río Reka (que aún penetra como torrentillo por debajo del villorrio de Skocjan (San Canziano, en italiano), y de ahí desemboca en el Lago Muerto (Mrtvo Jezero) donde desaparece para resurgir de nuevo 40 kilómetros al noroeste, antes de desembocar en el Golfo de Trieste. Las cuevas, o al menos sus entradas, fueron conocidas por gentes prehistóricas que se resguardaron en ellas o las usaron para hacer sacrificios a los titanes del inframundo. Pese a que hay múltiples excursiones organizadas, afortunadamente los progresos han sido lentos, la electricidad apenas iluminó parcialmente las cuevas en 1959 y solo cerca de 2 kilómetros son transitables por los turistas. Las cuevas, en 1986, fueron incluidas en la lista de Patrimonio Natural de la Humanidad de Unesco. ¿Qué hay para ver en las cuevas? Mucho. Comenzando por el mirador (Razgledisce o Belvedere, en italiano) a 300 metros sobre el valle Dolina, también la cercana iglesia de San Cantianus, del siglo XVII, santo protector de los malos espíritus (quizá por las cuevas) y las inundaciones (por los ríos subterráneos). Asimismo, al interior de las cavernas, hay numerosos puntos de gran belleza, con depósitos rocosos especiales (que darán la impresión que se camina por algún lejano planeta del sistema solar) y puentes interiores naturales, sobre abismos oscuros.
Ptuj
Un viaje a Eslovenia, sin duda, no puede terminar sin antes ir a dos poblados hermosísimos, Piran y Ptuj. Piran está ubicado en la misma región Primorska del Valle Soca, en una punta que sale al Golfo de Trieste (y la bahía del mismo nombre del pueblo), es mi punto favorito en toda la costa eslovena. Es sin duda una joya de arquitectura gótica veneciana, trazada en calles angostas e imposibles, tristemente, durante el verano. La otra, Ptuj, al otro lado del país, sobre un lago casi en la frontera con Croacia, toma su importancia al ser una de las ciudades eslovenas más antiguas y mejor conservadas, con una arquitectura medieval incomparable y el espléndido Museo Regional de Ptuj, en el Castillo, con su segundo nivel de esculturas góticas (la de Santa Bárbara es una exquisitez, tallada de la piedra en 1410), y el ala de retratos turcos más completa de Europa, colección que, en el siglo
XVIII, fue la detonante de una revolución nacional en la moda, por su estilo turco.
2008-08-04 11:34
Otra atracción de Eslovenia que me gustó mucho es Hrastovlje. Se trata de una aldea en donde se encuentra la Iglesia de la Santísima Trinidad, que más que iglesia es una pequeña ermita con unos espectaculares frescos representando una Danza Macabra.
Cuando visité ese lugar, además, viví una pequeña aventura. Era invierno y había nevado; mis amigos y yo cometimos el error de internarnos en el pueblo en un monovolumen, que quedó atascado en la nieve en una cuesta empinada. Estuvimos un buen rato sudando la gota gorda hasta que logramos sacar el coche de allí sin que se cayera por un terraplén. Me sorprendió que, tratándose de un pueblecito realmente rústico, no se formara el corrillo de curiosos observando nuestras tribulaciones, algo que en España hubiese sido inevitable. Sólamente estuvo observándonos un lugareño, con aire tranquilo. Estuvimos charlando después un rato con él. Hablaba un inglés refinadísimo, que no contó que había aprendido en un campo de prisioneros aliado, ya que se había visto forzado a luchar en el ejército italiano durante la II Guerra Mundial. Tenía un aire de haberlo visto todo ya en esta vida que impresionaba por el contraste con su aspecto pueblerino. Tanto este encuentro como el encanto especial de la iglesia hicieron que esa parada fuera la más interesante de toda nuestra (corta) estancia en Eslovenia.
2008-08-13 19:08
Acabo de volver de Slovenia. La verdad es que el país me ha fascinado. No podría nombrar nada que me haya dejado indiferente. Todo tan verde, tan bucólico y romántico. . . Sus castillos, sus muntañas, sus gentes. Todo encierra un aire de tranquilidad, de paz interior que os aseguro aquí en España no se puede encontrar. Es un viaje que recomiendo a todo el mundo, grandes y pequeños , es una expericiencia que te llena de vida.
2009-02-16 05:28
Viví 9 años en la preciosa Eslovenia….país imposible de olvidar. Me traje conmigo lo mejor de allí y lo no tan bueno…. lo puse a un costado.
Es un país que estará en mi corazón SIEMPRE.