Apuntes de viaje, recorrido en bote o hidroavión por el Amazonas literario. Imágenes desde el Jardín de Corifeo, lecturas recomendadas por Zenódoto de Éfeso. Max Vergara Poeti es escritor y traductor. Ha colaborado para diferentes revistas culturales y literarias de Colombia e Italia, sus dos patrias, asimismo como de otros países Hispanoamericanos.
Boicot de los Juegos Olímpicos, Tíbet, niños perdidos por la ley de un solo hijo cuyos padres aún buscan, venta ilegal de menores, una economía despampanante contrastada con una espantosa pobreza: estas son algunas de las facetas negativas que, desde hace un tiempo, se ventilan acerca de China, y no por ello se salva su capital, Beijing.
Hasta hace poco, luego de tantas luchas, las aerolíneas occidentales han conseguido la aprobación del gobierno chino para volar directamente desde nuestras capitales (Delta, la última en lograrlo, desde Atlanta), quitando así, al monopolio de Air China, una tajada del pastel. Quizás, también, sea una estrategia para deleitar a la opinión pública internacional en preparación y despliegue de los Juegos Olímpicos.
Desde épocas remotas, los mismos chinos querían alejarse de Beijing. Un notable proverbio chino lo confirma: “Las montañas son altas y el Emperador está lejos”; algo extraño, sin duda, porque pienso lo contrario. Sin embargo, Beijing es la muestra del lujo y el bienestar mínimo de China (Hong Kong, y ahora, el súper turístico Macao, son cosas bien distintas); en Beijing están los mejores restaurantes y los más palaciegos hoteles. Quien llega a China por Beijing y después hace algún recorrido por el país queda con la impresión de que, en efecto, la China es una nación riquísima.
No me extenderé sobre los puntos turísticos de Beijing, pues está claro que las agencias turísticas de la ciudad y en nuestros países son más eficientes en este aspecto. Me interesa, aún más, contar lo que la guía Michelin y las agencias jamás dicen.
En Beijing se habla el “putonghua”, un dialecto que nació en la ciudad, pero que el comunismo impuso en provincias tan lejanas como Xingjian y Guangxi. Un profesor de idiomas me explicó, sin titubeos, que en efecto el chino que se habla en todo el país es el “putonghua”, puesto que el mandarín, cantonés y demás son apenas “dialectos”. Al “putonghua” los chinos lo llaman “guoyu” (lengua nacional) o “zhongwén” (chino). Sin embargo, una de las cosas más cómicas de Beijing (entre tantas), para quien habla y escribe fluidamente en inglés, es el bien llamado “Chinglish”. En la ciudad, vimos para nuestro horror avisos como “Risky Investment Co.” (no quisiera llevar mi dinero allí por nada del mundo) y “Cockroach Palace Chinese Food” (no creo que sus dueños sepan lo que es higiene), o en un pocketbook local en inglés/chino, con diccionario incluido, Juan Felipe encontró esta perla, en nada un lapsus linguae del corrector: “This list is very useful for the using”: siempre es mejor redundar. Enviar por correo una carta implica que el dependiente pregunte: “To where are you sending the project?” (¿Hacia dónde enviará el proyecto?”), o fijado en la puerta de un baño, con mucha soya local, aparece: “Please don’t take the odds and ends put it into the nightstool” (traducido literalmente como “por favor no tome las cosillas sin importancia póngalas en la silleta de noche”), pero que se interpreta como “no tire objetos de sus bolsillos en el retrete: use la cesta”. Siguiendo la misma línea, un hotel económico proclamaba: “Safety Needing Attention! /Be care of depending fire / Sweep away six injurious insect / Pay attention to civilization” (¡La seguridad requiere atención! / Cuídese del fuego suspendido /Barrer lejos seis el insecto pernicioso /Preste atención a la civilización”). En una parada de autobús leímos “Be careful not to be stolen”, sin que supiéramos si se refería a nosotros o a nuestras pertenencias. En los museos, los carteles son de este calibre: “Do not stroke the works” (o “no choque las obras”), y así sucesivamente, todo muy proverbial. Sin duda, hoy en Beijing todo el mundo habla chinglish y por ello no hay que tomar todo lo que se lee y escucha tan literalmente, aunque a veces es mejor estarse atento.
El crimen abunda ya no tanto en Beijing como en otras ciudades; va desde la comida (que puede ser realmente criminal con la salud), hasta los ladrones comunes. Dependiendo del delito, la pena aumenta para el infractor, y los extranjeros no se salvan. La cárcel de un delincuente (como si fuera un hotel) la pagan sus familiares, y si el imputado es condenado a la pena máxima, también el Estado le pasa a sus dolientes la cuenta de cobro por la bala.
Los hoteles pueden ser otra jaqueca. Por fortuna, nosotros teníamos nuestras reservas. Pero hablando con otros turistas, pudimos sacar varias conclusiones: cuartos de baño que comparten los mismos sistemas de ventilación, tapetes requemados por tanta ceniza de cigarrillo y paredes sombreadas por el humo, alarmas contra incendios que no funcionan y son nidos de cucarachas y arañas, televisores inservibles (así como las duchas y neveras: no es por menos que las primeras horas del turista en Beijing sean junto a un reparador de electrodomésticos en su habitación de hotel); llamadas de la recepcionista del hotel tarde en la noche preguntando por “Mr. Xing” y después por un tal “Lao” y adentrada la madrugada por la “señorita Wang” y “si el huésped la ha visto”; o el asunto con el agua caliente (que no experimentamos nosotros por alojarnos en el Peninsula Palace), “servicio de 6 a 8 a.m.”: cuando alguien va a tomar su baño a las 7:45 y abre el grifo, solo obtiene humo y siseo en el mejor caso, mientras que en los peores queda atónito ante el chorrito de agua hirviente como café cerrero. También, según la temporada, están los problemas con los mosquitos, y ciertos hoteles con bares que, hacia las 10 p.m. encienden amplificadores y dan una noche de karaoke en mal inglés al extranjero. Y si alguien tiene una queja, entonces más vale que no vaya con el encargado, pues no lo encontrará en la oficina ya que probablemente se habrá unido a la fiesta y estará cantando alguna canción de los Pet Shop Boys o Billy Idol.
Ahora, con los Olímpicos en marcha, se estrenará la nueva Ópera de Beijing, el huevo de cristal del más fantoche diseño que jamás hemos visto. Desde hace unos años, después de tanto Hermanos Marx, la Pandilla de los Cuatro y el Ballet Rojo (esto era lo que los chinos llamaban “ópera”), los clásicos regresaron al país del opio. ¿Será cierto, como se ufanan muchos y especialmente Cathay Pacific, que Marco Polo fue quien fue por su viaje a China? Nunca se sabrá a ciencia cierta. La ópera china es cosa especialmente particular: seis o siete horas de soprano, baile, monólogos, pantomima, acróbatas y más danzas, todo por un mismo precio. Por lo general, hay cuatro personajes casi siempre: sheng, dan, jing y chou. Los “sheng” son los papeles principales de los académicos, los oficiales, los guerreros y parecidos. Los “dan” son los papeles femeninos, pero en un país machista como China, generalmente los “dan” exhiben galantemente sus facciones varoniles y sus sexos abultados bajo los apretados pantalones. Los “jing” son los papeles con las caras pintadas que representan guerreros, héroes, aventureros y demonios, y el “chou”, quizá el más simpático y refrescante, por supuesto, es el clown. Lo llamativo es el vestuario y el maquillaje, sin duda, pues la música china es demasiado estridente (muchos agudos) y el lenguaje, incluso para quien entienda chino, bastante arcaico. La acción de las obras, generalmente, sigue un patrón específico: batallas entre los “dan” que rematan en acrobacias de los “jing” del tipo Circo del Sol y viceversa, cantos y más bailes, y un poco de acrobacias finales al son de los tambores; nada que envidiarle, en últimas, a un andén del metro de Beijing en las horas punta.
Beijing es mejor recorrerla en bicicleta. Dados los embotellamientos, el sinsentido de muchas calles y el carácter peatonal de otras, es quizás la mejor opción, a pesar del aire contaminado. Por lo general, un taxi o va demasiado aprisa como para poder apreciar la ciudad, o demasiado lento como para marear al pasajero con los gases del tráfico y el cigarrillo del conductor. Los paseos turísticos en minibuses, por la demanda, son bastante chapuceros y costosos. Y sin embargo, un recorrido en bicicleta también puede ser, en ciertos casos, un dolor de cabeza. La vida de Beijing, a fin de cuentas, no está en los museos o los hoteles, sino en sus calles. Difícilmente, cuando los vientos corren, podría ver un turista a los chinos en acción: elevando barriletes en la Plaza Tiananmen o los jóvenes ad portas del Palacio Imperial, en la tarde, con sus bailando rock al son de sus aparatos portátiles; o también los vecinos de algún sector jugando cartas y charlando bajo la luz del alumbrado público. Una bicicleta puede mostrar al dentista quien, campante en una acera, ha instalado su consultorio a la intemperie y extrae en vivo y en directo una muela; o al barbero que desocupa el barreño de jabón en la alcantarilla frente a su negocio; o los vendedores de aves exóticas, con mil jaulas colgando de sus cuerpos (Juan Felipe contó treinta y siete jaulas atadas a un hombre encorvado que quedó entre nosotros para siempre como “el hombre jaula”), ofreciéndolas como pregoneros. Los peligros de la bicicleta son muchos: a menudo, por ejemplo, las vías especiales para su circulación son invadidas por coches y camiones. Cruzar intersecciones inmensas debe hacerse por dosis, preferiblemente al tiempo del fragor de motores. Y si ocurre un contratiempo técnico, los talleres de reparación de bicicletas abundan como los semáforos. Las mayores discusiones de tráfico en Beijing no son por coches que se chocan, sino por bicicletas que se cruzan. El recorrido por la Ciudad Prohibida solo se justifica, de verdad, en bicicleta. Y además, las alquilan por toda la ciudad a precios módicos y según el modelo; hasta en los hoteles.
Mucho se queda por fuera, por cuestiones de espacio, pero básicamente esta es mi mirada a Beijing, una ciudad hecha y haciéndose permanentemente; la Beijing de los Juegos Olímpicos de este verano, que en el fondo, por más maquillaje que se le haya aplicado, sigue siendo auténticamente la simpática Beijing de siempre.
2008-07-04 18:37
Sin duda Beijing, pese a nuestros temores occidentales, es una ciudad inquietante por sus muchas caras. Me parece una perla este artículo, con grandes dósis de humor (como siempre del autor) y mucha información valiosa tanto para quienes se irán a los Juegos como para quienes quedamos aquí. Lo que más me gusta es cómo la experiencia personal siempre se objetiviza, sin caer en los romanticismos o peculiaridades del mismo autor. El párrafo sobre el idioma chino es valiosísimo, pues contiene una aclaración indispensable; y las percepciones sobre el “chinglish”, que se incluye ahora al “spanglish” y demás que ya tanto conocemos. La mirada a la ópera china también es significativa: ya alguna noción tenía yo sobre ello.
Nada más por decir, nuevamente gracias al autor por este excelente artículo.
Saludos.