Libro de notas

Edición LdN
Ánfora de Letras por Max Vergara Poeti

Apuntes de viaje, recorrido en bote o hidroavión por el Amazonas literario. Imágenes desde el Jardín de Corifeo, lecturas recomendadas por Zenódoto de Éfeso. Max Vergara Poeti es escritor y traductor. Ha colaborado para diferentes revistas culturales y literarias de Colombia e Italia, sus dos patrias, asimismo como de otros países Hispanoamericanos.

Los gatos de Grecia

A Neige y Misha

Bajo el inacabable manto azul, duerme un gato en una de las gradas del Odéum, a la sombra de la Acrópolis. Como todos los demás gatos de Atenas éste es pequeño, parecería frágil a veces, de ojitos abotonados y duerme a pata suelta. Nadie lo molesta, ni siquiera el sol, arriba en lo alto dirigiendo los estíos sin fin frente a las columnas. En Grecia el mar de gatos. Los Antiguos les eran indiferentes, hoy por ellos hay en el país amor, culto. Altar, podría decirse. Adonde quiera que uno vaya, siempre verá no solo uno, sino varios durmiendo al amor de una pared blanqueada de cal y canto: en efecto, muchas cosas se antojan indestructibles en la Grecia de los veloces tiempos que corren. Los gatos, bajo el sol y en el aire cargado de sal, realzan el dorado vertido sobre la corrosión de las ruinas, como estatuas.

T.S. Eliot se me viene a la mente durante todo mi viaje, no solo por la variedad, sino por los nombres que podrían encajar en cada gato que encuentro. Difícil tarea esta la de bautizarlos, aunque solo vaya a ser un mote provisional: Platón, Admetus, Electra, Deméter: todos ellos sutiles nombres cotidianos, y la lista sigue. Y bien uno quisiera a veces desbordar las opciones y el mismo idioma griego, elaborar combinaciones para llamar así lo vagabundo y anónimamente enigmático, que solo dice miaus y nada dice. «Gato» podría ser, pero sólo el mismo gato conoce la clave y su combinación, y no puede haber un Juan sobre el mismo Juan o una galgo llamada Galgo sobre su galgueidad. Cuando los gatos no duermen, ¿es posible que mediten sobre sus nombres? Los gatos en Grecia van por las trincheras de mis pensamientos, justamente allí espían el pienso pienso y repienso entre los Ulises y las Afroditas sin atinar en ninguno.
La leyenda griega de Galenthias, la mujer que se convirtió en gata y se sumó a Hécate en su regencia de las tinieblas durante la época clásica, vive en estos gatos y en mí. Entre los escombros del Templo de Zeus, las balaustradas opacas del Fuerte de Bourtzi, las callejuelas petrificadas de Monemvasia, a los pies del hombre vestido de foustanella al Norte, en un astillero temporal en las playas aledañas a Poros, bajo cada una de las tres campanas de una iglesia en Santorini, o caminando sigilosos entre las sillas y parasoles del viejo distrito de Rethymno; e incluso, simplemente en los brazos de una niña del Karpathos en su traje típico de rojos
y bordados hasta las zapatillas, los gatos duermen y acechan con mimos el interés del viajero. Se los ve persiguiendo palomas cerca al edificio del Parlamento, girando alrededor de restaurantes como venidos a mesa puesta, en imágenes postales que esperan ser enviadas a cualquier lugar del mundo. Están en todas partes, como Heráclito y Zenón, como los dioses enterrados en la poca Grecia que nos queda. La mayoría son vagabundos, grecos hasta más no poder, con trazas de mar y marcas de muchos puertos, cuatro patas que aún conservan los perfumes secretos de los míticos, sepultados caminos. Otros, mientras se mueven a zancadas por los ondulantes aleros, o bajan unas escalinatas o están echados a la bartola, enseñan roncando el relumbre de sus collares: aunque todos los gatos aquí son de todos y a la vez de nadie, algunos persisten en hacerlos suyos a sus modos, diría, como se posee una casa con sendo título y registro. Aquí, por el contrario, por más placas en sus cuellos, los gatos son amos y señores de su propio país, “Gacia”, por llamar a este reino intestino de algún modo, pues un gato jamás nada nos dirá, y mucho menos la verdad. Así, en esta Grecia de viejos héroes y dioses paganos, los gatos son quienes nos venden el paisaje y su excremento por doquier.

Los griegos daban los nombres de sus dioses a los gatos: demasiado significado metafórico tenían para reflejar la propia naturaleza humana. Los gatos, en la historia Antigua de Grecia, no fueron más que un lujo. El cambio de actitud frente a las numerosas deidades permitió a los gatos ganarse el respeto y pedestal, aunque seguramente, en su inmovilidad vespertina, envidiarían no haber alcanzado el fanatismo que profesaran por ellos otros pueblos, como los egipcios. En los museos atenienses, los gatos se dibujan en los vasos de hallazgos, e incluso fue célebre Aristófanes por introducirlos clandestinamente en los teatros. Grecia es sus gatos y gatas y gatitos juntos. Si alguien mira un mapa, el país se le antojará como una mano de esqueleto que alarga sus deformes dedos para introducirlos en el Mediterráneo, como si se tomaran de los bordes de una urna; para mí, con tantos gatos en la dirección de donde mire, el dibujo del mapa va asimilándose más bien a la garra de un felino.

Difícil poner nombres a los gatos, sabiamente aconsejó T.S. Eliot, cada uno debe tener sus tres nombres, sentenció el viejo Possum, para así intuir su “inefable efable efable-inefable profundo e inescrutable nombre personal”. Abramos las bautismales griegas de los gatos, que dicen:

Adonis es el primer nombre, masculino, al tiempo divino y gatuno. Le va al felino de pelaje variado, vanaglorioso en sus andares, de belleza poco común (ya se sabe por los ojos), y este nombre lo lleva el que aún descansa sobre las redes derramando de una barca en una aldea de Lemnos.
AELOUS, dios de los vientos, macho, es el gato rápido, diestro, que no dejaba de saltar como un ciclón jugueteando entre las buganvillas caídas de un balcón en Corfú.

ARGOS, con ojos en cada cola de pavo real, era el gato flaco, blanco y azulado, ojitos negros rebordeados de amarillo que aún me atraviesan: “Afán de ojos tienen las azucenas” se titula un poema.

ATLAS, posado en mi rodilla, de suaves manchas vinotinto, me señaló su natal Paros flotando en el mar.

DANAE se llamó la gata preñada, de piel dorada, con los bigotes sucios de leche cretense y mirada pesada que dormía en la Plateia Navarinou de Tesalónica. Otra, muy cerca, negra y de tetas bregadas, se presentó como GAIA.

El gato que, al tacto de mis dedos en su nuca, tumbado como estaba, sólo movió para mí su erguida oreja, se llamaba EROS.

GANÍMEDE, saliste de un jardín oloroso a mentas y verbenas, todos pringues verdes, ojos pétreos, asfódelos de cola.

HADES fue cada uno de los gatos negros enrollados en las esquinas sombreadas de Zante.

El felino pueril y ambicioso, jugando entre las patas de un jumento pardo en un villorrio del Parnaso era digno de este nombre: HEBE.

ELIOS, sol y gato, una misma cosa en la piedra del Castillo Monolithos: es el Dodecaneso, cosa o animal seas, lo que te venera.

HERA, gata envidiosa y de estirpe, caprichosa, a veces te acercas, a veces te alejas, quitas y luego das, todo te enfada y adonde llegas divides: te tememos.

Un felino, de rayas al rapé que merodeaba bajo las sillas de la iglesia en Citera, ofició también en el mismo altar de Poseidón y de la Virgen Azulada; HYPNOS, ¡eras solo contriciones!

MORFEO. Escorpión, Cisne o Arquero: en tu piel llevas las cicatrices de Troya, erguido vas por una callejuela de Tebas un domingo por la tarde. Y nadie te distingue.

NEMESIS esperaba afuera las sobras del Diethnes, en el 105 de la calle Palaeologou de Esparta. Su pelo parecía pintado por Nikolaou, y el hocico, las marcas de los que se conectan con Anfión.

PHOEBE era la gata que la leyenda de un bardo llamó Anzusa y en otra la conocían como Selamena.

PERSÉFONE, gata en pleno estiramiento, elegante, patas que una a una se levantan delicadamente para de nuevo posarse en el suelo, tu andar contoneado era puro ritmo de Cimótoe.

PROMETEO, todo cola que ligeramente se enroscaba en la punta, flirteabas con Las Muchachas de Moralis.

TANATOS, hermano de Hypnos, azabache en los bigotes incluso, me acordaste de la suerte de una Areti al bajar por las escalinatas de mármol, piedra pómez siempre infeliz.

URANO, hacia tu cielo, tus orejas-torres no cedían al viento, puntiagudas, pero bellas como la iglesia de Paraportianí.

Viento griego, viento egeo, jónico y cretense, canto de Sirenas que pierde a quien lo escuche, y tú, ZEÚS, con tus patitas endurecidas de las jarcias y el timón, ojillos verdes y peso de sandía, miras conmigo el viaje retorno a Chipre.

Max Vergara Poeti | 04 de abril de 2008

Comentarios

  1. gatavagabunda
    2008-04-04 12:29

    Verdaderamente precioso :)
    ¡Gracias!

  2. Rosie
    2008-04-04 19:02

    Pues en Cairo no digamos… es la pasión nacional. Si puedes echar el guante a un librito delicioso llamado Cairo Cats disfrutaras. Muchos catlovers (como una servidora) lo han traido de souvenir de Egipto. Algunas de las fotos pueden encontrarse en la web de la autora (y se puede pedir el libro online):
    http://www.cairocats.com/

  3. Juan Felipe
    2008-04-05 18:41

    Es impresionante como el mundo de los felinos invade esta histórica ciudad, y no es para menos pues, desde la antigüedad sabemos que los gatos han sido símbolos y representaciones, en el transcurso de la historia.
    Y ahora en las ruinas, y en las clásicas avenidas, vemos como los gatos son dueños de todo el lugar, y cuando los vemos nos sentimos realmente capturados.
    QUE ARTICULO TAN MARAVILLOSO. APORTA MUCHO A NUESTRA CULTURA GENERAL, Y A LAS COSTUMBRES Y TRADICIONES QUE VIVE CADA TERRITORIO CON UN IMPORTANTE LEGADO HISTORICO. =)
    GRACIAS ... ADMIRABLE EL AUTOR DE ESTE ARTICULO !

  4. Catherine
    2011-08-29 14:28

    hoy hemos traido un gatito atigrado, del campo, de los salvjaes, tipico europeo……es tan chiquitin…le estamos buscando nombre….
    me gustaria un nombre griego, y que representara el amor inciado y esperanzado…yo ya se porque..esta mascota es un symbolo…
    alguien tiene una sugerencia….gracias y un feliz dia….

  5. JEP
    2011-08-31 22:18

    Hermes, Aquiles, Zeus, Fidias, …hay mucho donde elegir.
    Saludos


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