Libro de notas

Edición LdN
Ánfora de Letras por Max Vergara Poeti

Apuntes de viaje, recorrido en bote o hidroavión por el Amazonas literario. Imágenes desde el Jardín de Corifeo, lecturas recomendadas por Zenódoto de Éfeso. Max Vergara Poeti es escritor y traductor. Ha colaborado para diferentes revistas culturales y literarias de Colombia e Italia, sus dos patrias, asimismo como de otros países Hispanoamericanos.

Tokio

Desde el salón de té en el quinto nivel de un edificio inteligente en el distrito Ginza, alcanzaba a ver un asomo del verde de los Jardines Imperiales y el parque Hibiyu-kσen, y más cerca al cristal de mi ventana, de ponerme en pie y acercarme, la turbamulta citadina llenando las aceras. De tanto pensarlo, el kσcha (té inglés) se me había enfriado, pero no me había dejado tentar por los enormes anuncios (que de noche se encenderían para los ojos), y más bien me puse a pensar en la sensación de paz de Japón, y si no era más bien aparente. Porque en Tokio, la guerra que persiste es la del pasado con el presente en un mismo lugar, que coexiste en ciertos sectores silenciosamente, cómplices mutuos. Así como me había llegado mi taza de té al tradicional estilo japonés, mi sorpresa era mayor al contemplar parte de la ciudad desde un edificio de cristal y, no obstante, cumplir con ciertos ritos de la vieja costumbre.

Lo cierto es que, arquitectónicamente hablando, Tokio es una ciudad aburrida y similar. Lo mejor de la arquitectura japonesa se conserva en el Edo, los vestigios de aquella ciudad de madera en cuyos frontones padecía el musgo milenario creciendo allí sin fin, con sus tejados afilados bajo los cuales, en su tiempo, se padecían las más grandes pobrezas. Las casas de tipo Shitamachi, llamadas localmente “las flores del Edo”, constantemente amenazadas por incendios y las grúas que levantan nuevos edificios, son sin duda un símbolo vivo del pasado de la ciudad. Por lo demás, los edificios son tan fríos, altos y parecidos, que el paisaje se torna aburrido, no como sucede en otras ciudades del mundo, como Londres o Nueva York.

De estos edificios tan modernos y monótonos, si el visitante logra penetrar la coraza que separa al turismo de la vida de todos los días, interesarán los condominios o bloques residenciales, pisos unos encima de otros como cajas de zapatos, en los que viven en madriguera las familias capitalinas. Los pasillos de estos edificios son largos, llenos de puertas que se abren hacia fuera y no hacia dentro, como si fueran celdas. Todo es muy silencioso, propenso a los encuentros fantasmagóricos que perviven en la imaginación local.

De noche, Tokio es una ciudad de Lego muy iluminada: todo parece ser de juguete. Lo más impresionante, a cualquier hora, es el mundillo del comercio, como nunca se ha visto antes, ya el agotamiento del capitalismo y la globalización. Las compras parecen más bien todo un culto nacional. Los distritos de Ginza y Shibuya (particularmente este último) son imposibles para caminar ciertas tardes en las vísperas de alguna fiesta: varias tiendas Parcos, la tradicional Mitsukoshi, Seibu y Loft, y luego las galerías Laforet. Las zonas de compras son prohibitivas. Mejor mantenerse al margen, o el presupuesto de viaje desaparece en un día. Sin embargo, al margen de estos bullicios y a la vuelta de la esquina, aparece el país buscado bajo la forma de pequeñas tiendas tradicionales con escaparates de madera y restaurantes de comida nacional que se defienden contra los constantes avisos que, día a día, intentan desaparecer del mapa lo viejo.

Lo más sorprendente de Tokio son los contrastes: como el panorama, en su monotonía, también puede cambiar de lugar a lugar. Aún me veo doblar por una callejuela angosta, de tránsito peatonal, entre los rascacielos y el tráfico insoportable, y encontrar a media cuadra, una vieja casita de madera muy raída y agotada con jardines absurdos de tierra verdadera, y luego la visión de la dueña, ya entrada en años, vistiendo de kimono y geta, barriendo apaciblemente la acera.

En Tokio no se necesita de una guía: sencillamente buen ojo, buena memoria y un mapa del sistema público de transporte, en un idioma comprensible. Los parques, como no los hay en ninguna otra ciudad japonesa, son un buen punto de referencia. Para quienes adoran los objetos electrónicos, Tokio les da un mundo, el carnaval de letreros mareantes de Akihabara. Las fiestas de largo alcance ocurren en Roppongi, y el esperado barrio rojo se llama Kabuki-cho, no muy lejos del centro financiero y muy seguro gracias a la vigilancia de la yakuza. Y el plato fuerte: las pagodas, los templos, y el Palacio Imperial con sus jardines, la visión más cercana a la Tierra de la Fantasía.

Sobretodo, al viajero le sorprenderá de Tokio dos cosas: los ritos tradicionales y el casi culto de los capitalinos por los baños. Cuando visité Japón, todavía era posible encontrarse con frecuencia con los baños sacramentales al estilo japonés: lo que llamaríamos nosotros “letrinas” en nuestro idioma. Algo parecido vi tiempo después en Hong Kong. Pero poco a poco, incluso la vida pastoril alrededor de Tokio, ha encontrado el placer que los franceses le vieron al váter convencional que hoy conocemos. Y también persiste la cultura del pis: de noche, por ciertas calles aún concurridas, es común ver a los borrachos orinando, libremente inhibidos. Es mucho mejor cambiar de acera y evitarlos, pues un amigo viajero me comentó que alguna vez, uno le pidió el favor que lo tapara con un periódico para que el asunto fisiológico fuera más discreto. También supe de las anécdotas en este sentido con policías, que se prestan para hacer de biombo y darle una mano a los ebrios que están-que-se hacen y no pueden ya más aguantar. Mi experiencia personal en este aspecto viene de los baños públicos, particularmente los “mixtos”. En nuestros países, una medida así equivaldría a una demanda ante el Tribunal Constitucional. Sin embargo, la sociedad japonesa es demasiado respetuosa, y ese nivel de respeto se ve en cada minuto que pasa, en cada cara o sonido que se escucha. En fin, el asunto fue el siguiente: una tarde, terminadas mis actividades en la Universidad Imperial, salí a recorrer a pie ciertas calles que me habían recomendado, y en algún momento inesperado me vinieron las ganas de ir. Busqué a un policía de tráfico, quien me indicó en un inglés macarrónico la existencia de unos baños a pocos metros de donde estaba. Ya antes había experimentado los baños “de tecnología de punta”, con máquinas capaces de mantener una conversación decente con los muy ocupados-en-sus-asuntos-íntimos, también llenos de cortesías por todo. Pero al llegar a la entrada, vi algo que no esperaba ver: las indicaciones en caligrafía kanji, y dos puertas, una claramente para mujeres, la otra para hombres. Crucé el umbral guiado por la figura masculina junto a la puerta (que me indica siempre y en cualquier parte del mundo que no estoy entrando en el lugar equivocado) y mi sorpresa ocurrió adentro: dos mujeres se retocaban en el espejo sobre los lavabos, y detrás de ellas, en uno de los cubículos, percibí un movimiento de faldas que se subían y se acomodaban. Mi presencia, para estas mujeres pasó inadvertida. Yo realmente estaba tan incómodo que se me fueron las ganas. Y en esa confusión de segundos apareció un hombre, que tras subirse la bragueta del pantalón, se hizo espacio entre las dos mujeres para lavarse las manos. Enseguida de los cubículos estaban los urinales, al fondo. Realmente confieso que tuve que esperar a que el cuarto quedara libre de mujeres para poder hacer lo mío. Sencillamente, falta de costumbre.


La Torre de Tokio es quizá el souvenir más kitsch que la ciudad le ofrece al turista: una vulgar imitación de la torre en París. Pero en Tokio, nadie puede perderse de la vista del Palacio Imperial (abierto solo dos días al año al público), desde el puentecillo Niju-bashi, muy cerca. O disfrutar de la auténtica y ritualista ceremonia del té en los Jardines Orientales, a los que se llega por la hermosa puerta Ote-mon. Está el mercado de Tsukiji, el de pescado más grande del mundo (y muy organizado), y luego el palacio Hama Rikuy adyacente. El barrio de las librerías, Jimbσ-cho, será una fiesta para el experto en japonés e interesado en los clubes culturales de la ciudad. Si se pasa por el parque Ueno-kσen, la última trinchera del shogunado Tokugawa en 1868 (el mismo año, por cierto, que comenzó la guerra cubana), podrá apreciarse el arte natural más sublime de todos, el “hanami” o florecimiento de los cerezos, a mediados de abril. En el barrio de Asakusa, se encuentra el templo budista más completo de Tokio, el Sensσ-ji, con su Buda Kannon dorado, invocación ésta de la piedad, que de acuerdo a la leyenda, en el año 628 dos pescadores rescataron del mar en sus redes.

Pero Tokio es mucho más: cuántos no pagarían porque se les ofreciera en la calle un Rolex falso, o ver desde afuera al monje budista comiendo una hamburguesa en el McDonald’s… o incluso, en el enfrentamiento antiguo-moderno, la mujer de mirada conservadora vestida en su kimono decorado y elegante, probándose un par de zapatos en la tienda de Prada. Lo importante no es dejarse llevar mucho por los ruidos y minorizarse bajo las luces de neón: Tokio verdaderamente es una colección de imágenes que solo se conservan con suficiente memoria, o al tener siempre la cámara lista. Y al final, el viaje merece la pena.

Max Vergara Poeti | 04 de diciembre de 2007

Comentarios

  1. hb
    2007-12-04 22:36

    Da gusto leer esta serie de viajes, estos articulos tan serenos, tan calmados, tan bien escritos, sin estridencias, llenos de informacion y respetuosos hacia todos. Espero el dia 4 de cada mes para hacer un viaje y conocer nuevos mundos. Es una de mis columnas preferidas y una de las razones por las que “vengo” a LdN.

  2. carolina
    2009-07-07 00:26

    Qué bien narrado, me fui de viaje leyendo tu artículo, me encantó Tokio!
    El contraste antiguo-moderno, la multiplicidad de paisajes, la señora con su kimono probándose unos Prada… en fin, un viaje desde mi escritorio a Japón.
    Gracias


Textos anteriores

-
Perú [04/06/10]
-
-
El Caribe Oriental [04/04/10]
-
Nueva Zelanda [04/03/10]
-
Kenia [04/02/10]
-
Los del 2010 [04/01/10]
-
Cadaqués [04/12/09]
-
Top 10: Nassau [04/09/09]
-
-
El Airbus A-380-800 [04/06/09]
-
Túnez [04/05/09]
-
Jamaica [05/04/09]
-
Los 8 del souvenir [04/03/09]
-
Tahití [04/02/09]

Ver todos

Librería LdN


LdN en Twiter

Publicidad

Publicidad

Libro de Notas no se responsabiliza de las opiniones vertidas por sus colaboradores.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons
Desarrollado con TextPattern | Suscripción XML: RSS - Atom | ISSN: 1699-8766
Diseño: Óscar Villán || Programación: Juanjo Navarro
Otros proyectos de LdN: Pequeño LdN || Artes poéticas || Retórica || Librería
Aviso legal