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Ánfora de Letras por Max Vergara Poeti

Apuntes de viaje, recorrido en bote o hidroavión por el Amazonas literario. Imágenes desde el Jardín de Corifeo, lecturas recomendadas por Zenódoto de Éfeso. Max Vergara Poeti es escritor y traductor. Ha colaborado para diferentes revistas culturales y literarias de Colombia e Italia, sus dos patrias, asimismo como de otros países Hispanoamericanos.

Sudáfrica

DESDE ARRIBA, en verano, Sudáfrica es tan parduzco como si estuviera cubierto por muchas mantas sucias. Los cielos son infinitos, y las montañas asumen un verde oscuro casi azulado con el relumbre de la estación. Pero pronto, los campos se antojan como esas figuras simbólicas de los abalorios de tela zulúes, y de repente desaparecen los valles baldíos y surgen los primeros y distanciados focos de civilización. Así, en la creencia simbólica de los Nguni, Sudáfrica es sin lugar a dudas noche (negro), azul (anhelo), fuga (azul oscuro), marrón (desesperación) y paz (verde).

Sudáfrica es un país que merece ser recorrido por tierra. Por ejemplo, si se viaja desde Tzaneen a Pietersburg en la Provincia Norte, el viajero descubre una enorme estrella de David dibujada en una de las caras de la montaña: se trata de la señal que advierte de la sede mundial de la Iglesia Zion Cristiana, que allí tiene su origen (y sus 7 millones de creyentes). O también es factible, si se corre con suerte, en algún camino vecinal de Mpumalanga, encontrarse con un tímido y evasivo Tragelaphus scriptum, y dos o tres de sus símiles muy cerca, siempre contemplativos pero muy alertas. Para hacer contacto con la rica fauna sudafricana, no es tan necesario dirigirse al Parque Nacional Kruger —sólo si no se dispone de tiempo. En efecto, uno de los grandes problemas, según se me informó hace ya muchos meses durante mi visita, es que Sudáfrica es un país de elefantes, a diferencia del resto de África, donde ya ver uno en su albedrío es casi un encuentro milagroso. En Sudáfrica hay tantos, que llegan a considerarse también una comunidad que amenaza al resto en términos de número.

Pero quien se mueve por las carreteras sudafricanas aún hoy puede enfrentarse a unos cuantos problemas como rezago del Apartheid, que lentamente comienzan a superarse. Comunidades negras no figuran todavía en algunos mapas, y quien sigue muy de cerca alguna carta no sabrá si ha tomado el camino equivocado o si acaso el cartógrafo decidió no anotar algún pueblo. Sin embargo, viajar en minibús puede ser una alternativa distinta, y sigue unas reglas muy particulares. Primero, hay que tener claro que transportan a los sudafricanos de las aldeas donde viven a los pueblos donde trabajan, así que puede ser un viaje bastante representativo con faldas coloreadas, roce de piernas y multitud de olores. Las mujeres, que siempre cargan cantidades de equipaje, se sientan en la primera fila, detrás del conductor. El pasaje se paga con monedas, no con billetes, y los que van en la primera fila son quienes recogen el dinero y dan el cambio. Quien se sienta junto a la puerta del minibús tiene la función de abrirla y cerrarla. Y quien quiere apearse, no dice “¡Alto!” o “Deténgase por aquí”, porque el código indica que se señala el sitio donde el chofer debe detenerse con un “Thank Youu!”

Si uno renta un coche para guiarse por las hermosas carreteras rodeadas de paisajes únicos —dulas doradas cuyas hierbas ondean en el viento bajo el ceño lejano de montañas azules— verá que los coches zumbantes que se rebasan unos a otros operan una especie de código de luces, y cada grado de intensidad de las farolas dirá siempre un “gracias” o un “de nada”. Algo de lo más sorprendente es que, en medio de la nada, de repente cuando la carretera desciende tras una trepada, aparece una multitud de sudafricanos que, en efecto, muestran sus dedos pulgares “asking for a lift”. Las distancias, que en un país como Sudáfrica son tan enormes, conllevan a que en la era del post-Apartheid se forjen algunos lazos de solidaridad que, sin embargo, los rezagos de la discriminación amenazan todavía con destruir.

Ciudad del Cabo es fabulosa. Es una ciudad con la típica arquitectura holandesa que uno ha visto en las Indias Orientales y la modernidad Occidental. Creo que hay muchas cosas que hacer, muchas playas y lugares entre piedras que parecieran moldeadas, y atestadas de pingüinos o focas. Sin embargo, quien busque la sorpresa en las comunidades, tendrá a los musulmanes del Cabo, una serie de descendientes de esclavos y presos políticos que los holandeses se cargaban desde Indonesia. El Círculo de Karamats se compone de tumbas de más de 25 santos de origen indio o malayo casi “Made in South Africa”. Uno de ellos, cuya lápida me sorprendió, fue la de Sheik Yusef, un exiliado proveniente de la Batavia que arribó al Cabo en el siglo XVII. Según cuentan, durante el viaje la tripulación del barco se vio corta de reservas de agua dulce y Yusef sin más convirtió el agua del mar en agua bebible y así compensó la escasez.

En Ciudad del Cabo, el clima se mide por Table Mountain, una montaña que si los griegos la hubieran visto primero, sería hoy la del picnic de Zeus y sus socios. Table Mountain se ve desde cualquier punto de la ciudad. Su cúspide sin embargo se llama la Cabeza del León, y extrañamente en verano no se deja ver. Todo lo contrario, termina cubierta por una nube espesa que localmente se conoce como “el mantel”. Algo que sí puede atraer la atención del caminante por la ciudad, es la cantidad de señales que advierten a todos por igual de no alimentar los mandriles, que tienden a invertir los papeles. Al menor descuido, estarán los mandriles dentro del coche y los pensantes fuera de él.

Cerca de Ciudad del Cabo, los amantes del vino tienen la región de vinerías del Stellenbosch, compuesta por los viñedos de Blaauwklippen (de más de 300 años de antigüedad), Hartenberg (en la carretera de Koelenhof a Kuilsrivier, establecido en 1692), Morgenhof y los Vinos Neil Ellis, en el bello valle Jonkershoek. Y quien quiere aventurarse más aún por las preciosas comarcas aledañas mejor debe saber algo del Afrikáans, esta lengua tan pluralista en sí, hablada por 6 millones, la mitad negros. El “Hallo” es bien alemán (como el “Dankie”), pero ya la cosa se complica con palabras más complejas como “Goeienaand, mevrou”. No obstante, muchos términos suenan como inglés escritos, pero una vez pronunciados, pertenecen a otro mundo. Confieso que me encantaba ver a los locales hablar en su idioma, la forma como movían los labios, la curva de la entonación: “sestien” por “sixteen”, o “Wat” por “what”, o “Dogter” por “daughter”…

Una de las cosas más impactantes de Sudáfrica, y de la cual fui informado en Johannesburgo, es el idioma Apartheid traducido en adjetivos que aún se conservan. En Estados Unidos, siempre nos han advertido que utilizar la palabra “Nigger” puede ser un enorme problema, pero en Sudáfrica, esa misma palabra (kaffir) es cien veces peor, y por obvias razones. Los blancos dicen que, si uno es muy bondadoso con alguien de color, termina siendo un “kaffirboetie” (en Memphis dirían “nigger-lover”), o en un puesto de refrescos auspiciado por Fanta al borde de una autopista meridional alguien se referirá a los sureños como “soutpiels”. Un grupo de jóvenes negros cuya ambigüedad despierta malos pensamientos y una amenaza, es “swart gevaar” y, oye blanco, salte mejor de su camino.

Johannesburgo es otro mundo más próximo a África, y el Soweto aún después de Mandela me parece a mí bastante impenetrable y poco llama mi atención. Sólo un amigo de la Universidad de Ciudad del Cabo me llevó al restaurante famoso donde comía Mandela, donde probé algo de biltong, waterblommetjie bredie, monkey gland sauce, kingklip, potjekos y vleis braaisvleis. Pero no sé de dónde salió tanta abundancia. Desde una calle enorme rodeada de feas y polvorientas cabañas, escuché de lejos los ladridos de perros, como si quisieran perder el sonido de sus gargantas. “Vienen de los barrios ricos”, me aclararon. “Nos huelen”. Los barrios ricos se codean con el Soweto. Poco después fui lanzado en ellos, en lo mejor de Jo’burg. Allí, pude ahogarme en el terror de los ladridos. Mi guía que era un blanco medio socialista y progresista comenzó de lejos a enseñarme los perros, unas bestias feísimas y muy altaneras, del otro lado de las rejas. También me dijo mi guía el chiste racista que poca gracia puede causarle al extranjero. “¿Sabe del tipo que cruzó un rottweier y una hiena? Pues esa bestia mordió un negro y se rió.” Sin embargo, para testimoniarlo, estaban a mí alrededor las varias docenas de “boerboels”, esta temible raza canina que asusta aún a todos. Según me informaron, el boerboel fue producto de los experimentos científicos de los pro-Apartheid, una perfecta mezcla entre sabueso, doberman y rottweiler. El animal, con su expresión engañosamente apacible y gigantesca, tiene el peso de un hombre y es desde cachorro entrenado para matar. Apenas a uno lo ven los boerboels, se saborean los dientes y se inflaman. Su única función en el mundo natural es esa: matar lo que crea que es amenaza para su amo blanco.

Pero Sudáfrica es mucho más, incluso que el Mundial del 2010: los paisajes hacen que los costosos tiquetes aéreos merezcan la pena. Una de las frases menos incendiarias de Coetzee se me clavó durante el viaje; aún no la he podido olvidar [traduzco]: “Mi secreto es lo que me hace deseable para ti, mi secreto es lo que me hace fuerte… Guardado en mi cofre de tesoros, cosido en sangre oscura, pernea contra su ciega ronda y no morirá”. The Heart of the Country.

Max Vergara Poeti | 04 de septiembre de 2007

Comentarios

  1. Pipo
    2007-09-04 13:27

    Que bueno el reportaje. Hace años que quiero ir a Sudáfrica, aunque imagino que tengo una visión distorsionada por las películas. Quizás aproveche el Mundial. Gracias

  2. hb
    2007-09-04 22:33

    Como siempre, un articulo sereno, informativo, serio, nada tremendista, de titulo sencillo. Una cronica viajera que va mas alla de la anecdota, que nos da pistas sociales, de derechos humanos y de desigualdades raciales. Un articulo escrito con enjundia, no a vuela pluma, con muchos guinos, con muchas direcciones y miradas, abundantes bifurcaciones en que perderse y encontrase. Un articulo liricamente duro. Es una suerte que ldn cuente con este tipo de colaboradores que escriben para que los lectores piensen, se enriquezcan y se informen. No lo contrario.

  3. Marcos
    2007-09-04 23:58

    Mi acercamiento a Sudáfrica es escaso, y triple: por un lado, como Pipo, por el cine antiapartheid que consumía con indignación adolescente; por otro, por el equipo de rugby, que siempre deseé que perdiese frente a Nueva Zelanda; y por último, por las novelas de Coetzee, rebosantes de sensibilidad. Ahora claro, leo esto y quisiera tener tiempo y dinero: no sé, Max, si serás una bendición o un promotor de infelicidad :)

    Saludos

  4. mvp
    2007-09-05 06:57

    Gracias a pipo por su comentario, a mí no me gusta el futbol pero seguramente seguiré de cerca al menos la inauguración del Mundial; a hb agradezco sus palabras, y más aún, agradezco contarlo como un fiel lector y motor de esta columna; y a Marcos, que me ha puesto a pensar. ¿Es posible que nosotros, quienes pretendemos juntar palabras para escribir novelas que al menos nos hagan sentir liberados de una carga, no hagamos otra cosa cuando escribimos? Motivar y desmotivar? Despertar la alegría y la felicidad? La simpatía y el disgusto? Sería una buena forma, si acaso tuviera el ánimo y el tiempo, de comenzar así una corriente literaria :) Pero que los que me preceden sean quienes lo hagan…
    Gracias también a todos los demás lectores-amigos de LdN y Ánfora de Letras.

  5. Viqui
    2008-03-06 20:10

    y cual es la diferencia entre sudafrica y el resto de africa?


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