Libro de notas

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Ánfora de Letras por Max Vergara Poeti

Apuntes de viaje, recorrido en bote o hidroavión por el Amazonas literario. Imágenes desde el Jardín de Corifeo, lecturas recomendadas por Zenódoto de Éfeso. Max Vergara Poeti es escritor y traductor. Ha colaborado para diferentes revistas culturales y literarias de Colombia e Italia, sus dos patrias, asimismo como de otros países Hispanoamericanos.

El Trabi

Poco antes de que a ambos lados del muro, en los puertos de entrada, aparecieran las multitudes de berlineses esperando noticias del “Wende” desde cualquier dirección de la veleta y que luego ante la mirada impávida de los soldados cruzaran miles de Trabants triunfales entre el champán y la ovación, y el mundo supiera definitivamente que el “Die Mauer ist geffalt!” no tenía vuelta de hoja, una revista reciente a Berlín y mi memoria pudieron remontarme de nuevo al feliz final del invierno de 1989, donde un viejo amigo recobró toda su relevancia con colores plenos: el Trabi.

Todavía en 1989, viajar a la RDA, la olvidada Deutsche Demokratische Republik, no era cosa sencilla. Los trámites (que en ese momento experimenté o viví indirectamente) eran engorrosísimos, comenzando por la visa de entrada (distinta a la de tránsito), que se tramitaba mínimo con varios días de anticipación desde Berlín occidental. Además, no era un viaje barato. A lo largo de «la línea de hierro» había varios puntos de cruce, pero las excursiones al otro lado del muro siempre tenían como paso principal e histórico al Checkpoint Charlie, igual de enorme a un paso de peaje, con sus tres controles del lado oriental que, si finalmente los lograbas vencer (por los trámites burocráticos) te lanzaba pronto en la Unter Den Linden (por la opaca Friedrichstrasse) y en lo mejor del silencioso Mitte.

Hace 18 años, a pesar del sol que trataba de sacarle rubores al socialismo, la primera impresión de Berlín Oriental fue la de una ciudad con pocos habitantes. Al menos muy cerca del muro, todo parecía moverse en puntillas. Ya no estaban las oleadas de caminantes del lado norteamericano, ni los torrentes de coches, largas ristras de puntos luminosos en la noche… El aire se sentía más grave, sentías más bien que habías como ingresado en un barrio periférico y olvidado de la verdadera ciudad. Los raquíticos árboles a lo largo de la Unter iban largamente hasta donde tu imaginación te llevara, y eran los mismos árboles por el mismo camino que el Gran Elector se había hecho construir para irse de caza al Tiergarten. Nuestra camioneta Ford avanzaba suavemente por las calles húmedas, por un mundo distinto al que conocíamos (nada más a juzgar por los coches y las modas), y de vez en cuando aparecía un Vopo, oficial tan formal, con su cinturón de un blanco que no se me olvida. En Alexander Platz nos esperaban dos guías «ossies», cada uno con su coche de Citysight, que tampoco prometía mucho. Orgullosos se presentaron y nos presentaron sus Trabants, que junto a ellos parecían dos lunas de limón.

Aún no me había liberado de mi primera impresión cuando ya tenía la segunda: las calles de oriente eran mucho más limpias. Incluso en los segmentos del muro que podías a veces ver, no había rastros de pintura de aerosol. Y luego, la tercera, que casi no me dio tiempo para nada más: el Trabant. Cuando nuevamente me veo dentro del Trabant, aún recuerdo las imágenes de la Gira 1990-1 de U2 por el bloque comunista: las imágenes de la televisión emergen de los archivos de mi mente mucho más frescas: cuatro Trabis cuelgan sobre el escenario como móviles mientras Bono canta debajo de ellos. En ese momento, había visto sillas bávaras de nomos, y muchos artículos raros en cuero, pero el Trabant parecía un verdadero juguete.

Su lanzamiento coincidió con el Sputnik puesto en órbita, nunca viceversa. Era el orgullo Ossi. El modelo que nos guiaba por el camino era el célebre P-601, introducido en 1964. Un año antes de mi visita, se había puesto en marcha un nuevo modelo, el 1100, que era una liebre comparado con el P-601 (pero seguía siendo tortuga frente a los demás coches del mundo). Aún para marzo de 1989, dos fábricas producían Trabants por encargo: Zwickau y Sachsenring. Fábricas que, un año más tarde, cerrarían ante la invasión de los rápidos Golf, Kadetts, Polos y Bullis que se tomaron la RDA.

Pero ese país con coches occidentales no lo conocí en 1989. El que recuerdo es el país del Trabi. Cómodo en aquel entonces, hoy apenas pasaría por modesto, incluso ofensivo. La cáscara de color que cubría el chasis era dura y brillante, hecha de plástico que los orientales habían inventado mezclando papel, resina y algodón ruso. En los años 50, cuando había sido concebido, la escasez de acero había llevado a los ingenieros a batirse hasta sus últimas fuerzas con los recursos disponibles. Por ejemplo, el primer prototipo, que era de un cartón reforzado, jamás superó la prueba del aguacero y en eso quedó: en una sopa de engrudo. Pero el material final del Trabant fue novedoso para su época: “Duraplast”, paradójicamente el terror del reciclaje. Sonaba como una dínamo, aunque a veces parecía una máquina podadora de césped. No tenía válvulas, ni bombas, ni radiador, ni aire acondicionado. La refrigeración era toda natural. Cuando aceleraba demasiado, dejaba una breve estela de humo gris, y por fortuna nadie hablaba aún del Protocolo de Kyoto, y a nadie le importaba el smog.

En un semáforo, el dueño aprovechó y nos mostró con orgullo el prodigio que, aseguraba, había sido inventado en la RDA: la ignición electrónica. Nadie dijo nada en ese momento, pero luego las carcajadas vinieron. Nuestro amigo había olvidado aquella graciosa máxima del conductor precavido del Trabant, que además de una llanta de repuesto, llevaba también un segundo motor.

Más que entonces, hoy se sabe que los compradores de los Trabis tenían que esperar un promedio de 9 años para recibir su coche. Ahí, se ha coincidido, en la espera, estaba todo su valor. Y porque no había de otra. Sin embargo, mientras te llamaban de la fábrica para llevártelo a domicilio, servía si mientras podías ir acumulando repuestos…

Numerosos chistes tenían al Trabi como su estrella central. En Berlín Occidental, te los contaban a menudo, demasiado “alemanes” para tu gusto. Uno era: “¿Cómo aumentas el valor de un Trabant? Pues llenándole el tanque de gasolina”. O también, “Quien iba a Zwickau en 1985 y hacía la orden de su Trabi color rojo, y le decían de inmediato la improbable fecha estimada de entrega: «lo recibirá a más tardar el 16 de febrero de 1996». Entonces el comprador respondía: «¿Por la mañana o por la tarde? Es que quiero saber, porque a las 4pm de ese día vendrá el plomero»”.

Aquel coche capaz de recordarnos un Topolino, desde adentro se veía impráctico como un tractor. El tiempo ha revelado qué tan defectuoso era, pues frecuentemente en los semáforos alguien sacaba de su puesto la cabrilla o la palanca, o en el giro de alguna cerrada glorieta, hasta dos coches perdían sus llantas delanteras. Sencillamente en ese mismo sitio sus dueños las ponían de nuevo en su lugar. Siempre algo extraño sucedía.

Los Wessis consideraban que el Trabant venía a la medida del opaco socialismo. Se rumoreaba que estaba hecho de papel y en invierno muchos coches se derretían, o que más que resina el Duroplast era puro papel maché…

En fin, que es pequeño, ruidoso, contaminante y plástico no cabe duda. Pero mucho más que el muro, el Trabi para mí encarna sobradamente la comprensión de la nostalgia de la que los alemanes hoy todavía no se liberan. En Alemania, aún quedan más de 52,000 Trabants registrados. De vez en cuando, si se tiene suerte, se pueden ver varios juntos por la Autobahn (aunque ya no los dejan circular por el centro de Berlín). Muchos fueron abandonados, como casas y apartamentos, después del 9 de noviembre de 1989. Otros son esculturas, y uno que otro de vez en cuando sale a la venta por unos 5,000 euros. Pero conservan su orgullo, el mismo que mostraban junto a los feos Lada soviéticos y los Fiat polacos. Porque los tiempos han cambiado. Si vas por la Schlossplatz, hoy nadie te pregunta ya sobre la vida americana, ni sobre lo que se podría comprar en KaDeWe.

Este año el Trabant cumple 50 años, y la celebración es completa en Alemania. Mi recuerdo de 1989, es de cuando era todavía el rey de aquel mundo llamado RDA. Tan plástico y tan perezoso como se veía… en la ropa podía dejarte un leve olor a gasolina tras un viaje … Y estos 50 años que se conmemoran con esta, mi Quinta nota de 2007, que coincide con las Bodas de Oro del primer coche plástico del mundo: el Trabi.

Max Vergara Poeti | 04 de agosto de 2007

Comentarios

  1. hb
    2007-08-05 00:25

    He enviado antes otro mensaje y no se ha publicado, espero que este llegue.
    Decia en el primero lo interesante que era este articulo: alegiaco por un lado pero lleno de emociones y recuerdos por otro fija un tiempo ya pasado pero hstorico, aparte de ser un documento grafico de todo una epoca. Me gusta la nostalgica evocacion de ese “monumento rodante” que a mi me recordaba al Seat 600 de feliz memoria. Gracias, por estos viajes mensuales.

  2. mvp
    2007-08-05 19:47

    Gracias amigo, aunque el primer emisario se perdió, el segundo llegó. Quizá tú recuerdes mucho mejor el Trabant, si, en efecto tan parecido al prehistórico pero tan recordado Seat 600, o calcado en Polonia por la Fiat, el Zastava… Sin embargo, del recuerdo solo quedan algunas bruscas pinceladas, que muy gustosamente he decidio compartir con mis lectores (en aquella época no había chance para mí de llevar un diario, por obvias razones). Gracias por tu lectura, y por las lecturas de otros fieles amigos de Libro de Notas y de esta columna.

  3. Marcos
    2007-08-06 03:34

    No sé qué pasa últimamente con los comentarios, pero no eres el primero que me lo dice que se perdió alguno; intentaré ver qué pasa.

    Y coincido plenamente con la apreciación de hb.

    Saludos

  4. Cova
    2010-08-30 19:17

    En agosto de 1989 estuve un mes en la RDA en un campo de trabajo en wenigerode (región del Harz), visitamos Schwerin, Rostock, Berlín, ´La estancia me dejó un recuerdo imborrable de todo lo que vimos y vivimos, un mundo comp`letamente al nuestro. He regresado este año y ya no reconozco aquel Berlín. Mi nostalgia se acentúa porque no tengo fotos de la estancia en Berlín. Fuimos con una asociación de amigos de la RDA de Gijón y Madrid. Me gustaría saber si alguno/ de los jóvenes particiàntes en el campo de trabajo hubierá hecho alguna foto del grupo


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