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Ánfora de Letras por Max Vergara Poeti

Apuntes de viaje, recorrido en bote o hidroavión por el Amazonas literario. Imágenes desde el Jardín de Corifeo, lecturas recomendadas por Zenódoto de Éfeso. Max Vergara Poeti es escritor y traductor. Ha colaborado para diferentes revistas culturales y literarias de Colombia e Italia, sus dos patrias, asimismo como de otros países Hispanoamericanos.

Yoknapatawpha

No recuerdo cómo surgió la idea de visitar el Mississippi faulkneriano. Sin embargo, hace pocos años, a principios de otoño, estuve en Oxford, con sus calles amplias, a veces calladas, con postes de energía o teléfonos delante de los árboles enormes y casas que contenían un aspecto quizá muy sólido de la vida. Faulkner no era de ahí, pero la había hecho más que suya a través de la inmortal Jefferson, a 40 millas de Oxford según alguna vez dijo, sólo para despistarnos a todos. La historia que leí en Requiem for a Nun, años atrás, era la de un pueblecito cedido por aborígenes Chickasaw que lamentablemente terminaron en Oklahoma para darle espacio a los Habersham, los Grenier y los Houston fundadores. Comenzaba la tragedia de la obra de Faulkner. Pero allí yo estaba, en la pequeña estampilla de tierra nativa que un William había aportado a la literatura universal, buscando las novelas perdidas.

Había llovido recientemente, así que las calles estaban aún mojadas. Con un amigo de Ole Miss caminamos por las aceras frías hasta una calle muda, alejada del City Hall y el Courthouse, por la cual el sol comenzaba a caer en retazos, y en la que estaban aparcadas algunas camionetas pick up muy sucias. El cielo era enteramente azul y prolijo. Entramos a un grill, y desde la puerta supe que no me arrepentiría. Por las calles cercanas, el tráfico era continuo, aunque no abundante. Drew, mi amigo, llevaba una camiseta muy usada de los Ole Miss Rebels. Comimos catfish con patatas fritas, judías y guacamole. Cuatro sureños blancos tocaban canciones de Junior Kimbrough atrás. Terminamos rápido, así que salimos a la siguiente parada. Yo había pasado casi toda la mañana como un ratón de biblioteca en el espectacular Square Books, me había fotografiado con el mismo Faulkner en una banca y cargaba como un ropavejero una pesada bolsa de libros que había comprado. Pero faltaba lo más importante, tras haberlo visto todo: Rowan Oak.

Vista de Rowan Oak
La primera imagen de Rowan Oak es una casa detrás de una tapia de árboles. Una zona demasiado boscosa, quizá un poco húmeda para mi gusto. En otro tiempo, pude ver que algunas zonas se encharcaban y se hundían en el fango. Pero allí estaba, la casita blanca con ventanas de persiana verde, bajo los árboles circundantes que habían estado hacía poco espolvoreados de púrpura.

Un día antes, había hecho un recorrido completo por algunas carreteras vecinales, buscando los Homeros del campo entre el algodón, y los había visto. También, me habían presentado a los cabecillas de una familia de grocers, en cuyo local habíamos tomado coca-colas y comido hamburguesas grasosas, entre incesantes cigarrillos y una charla inolvidable. El patriarca nos había atendido él mismo, le faltaban algunos dientes superiores y vestía un overall muy trajinado. Sus brazos eran grandes, su barba como la de Brutus, la eterna piedra en el zapato de Popeye. Su mujer era Oliva. Se trataba de un restaurante/_grocery_. Sentado a la mesa de madera rústica, supe que me encontraba en la tienda de The Hamlet donde los Snopes habían conspirado reproduciéndose como ratones por todo Jefferson. También, había pasado frente al North Mississippi Retardation Center, en donde a través de una ventana, Benjy había comenzado a hablar al mundo. Había visto las fincas donde adiestraban caballos, sus dueños bajos, con gorras regaladas de Purina y de CAT, y el incesante escupir de tabaco mientras le cepillaban la crin a algún rucio. Allí había visto al tejano de Mississippi diciéndome “You’re just in time to buy a good gentle horse cheap”, y sus labios tan secos y estropeados como sus palabras. Aunque los caballos ya no eran tan económicos como pensaba.

Rowan Oak
El interior de Rowan House es blanco como la nieve, blancas las paredes como deben ser las de un escritor, para permitirle a su mente trabajar, el mismo blanco que hace a los dementes insalvables. La biblioteca, en forma de estrella, desocupada, pálida, con sus sensibles pisos de madera. Tras otra puerta, el estudio de Faulkner, con su olor mustio. Pero ese era el mundo del escritor sureño, en colores pastel, donde se fraguaban sus mentiras que venían de las épocas en las que se llamaba a sí mismo veterano de guerra, le puso una “u” a su apellido e inventaba todo tipo de aventuras que le valieron el sobrenombre de Count No’ Count mientras se redimía pintando casas y serruchando mesas. Confieso que había sentido más placer al escarbar en el libro de visitas, en el que pude reconocer algunas firmas famosas, que el mismo recorrido por la casa. Sólo después de pasear por toda la propiedad, supe que Rowan Oak no decía nada de Faulkner, porque cualquier búsqueda estaba por fuera de sus límites. Aquella era una casa como cualquier otra, pero a veces menos elocuente… tan sorda y muda…

Interior de Square Books, Oxford
Oxford es el Sur Profundo, donde cazadores bajo sus cielos de canicas cazaban venados y, como en Go Down, Moses, se marcaban la cara con la sangre caliente del animal como un rito de iniciación. Se trata de un mundo, lejos de otros mundos, dentro de un Estados Unidos que es Estados Unidos mismo, un retazo en el quilt. Allí, no hay una calle Faulkner ni algún parque, apenas un oscuro callejón cerca al square. Su retrato aún colgaba en el McDonald’s local; cuando el restaurante abrió por primera vez, sus familiares ordenaron quitarlo, pero sólo la medida y su amenaza duraron poco tiempo. El profundo Sur. El de los negros curtiéndose en los campos. El de los porches de madera con tipos descamisados con gorra sentados en mecedoras o poltronas viejas. El de estaciones de combustible con máquinas de otro tiempo, y venta de armas en el shop a diez pasos de ellas. O los hoteles, con sus mil historias, en casas crujientes. El pasado no está muerto. Ni siquiera está pasado. Antes de partir hacia Memphis, un anciano en overall se acerca y me pide un dólar. Bebe una Diet Coke con una larga pajilla. Sus botas están sucias de fango. Observo sus manos temblorosas y sus dientes medio podridos. Me sonríe. Le sonrío de vuelta. “He it was, more than any other one creature or thing, who[...] won the prone South from beneath the iron heel of Reconstruction[...] by sheer and vindicative patience”.

Oxford no está en Mississippi; en cambio, Jefferson sí. Oxford es el condado Faulkner, y Yoknapatawpha un punto impreciso más allá del Sur, y no precisamente Rowan Oak, donde jamás vi a Faulkner, acaso donde siquiera jamás habitó.

Max Vergara Poeti | 04 de mayo de 2007

Comentarios

  1. hb
    2007-05-04 19:41

    Espero cada día 4 para leer los artículos de MVP. Se destacan por la vena literaria que los ilumina, la mirada periodistica e incisiva en el trazo de los personajes, ciudades, casas, el trazo firme y elegante de la escritura y el toque poético que hermosea el tema.
    Una suerte gozar y contar de su talento.

  2. B.W.
    2007-05-04 23:39

    Me he quedado sorprendido por la maravilla de esta nota, a veces uno va a buscar algo que cree que puede hallar en la casa de algun escritor famoso, y no es asi. Hace ya bastante me paso igual en Rusia, en las casas de Tolstoi y Pasternak, que nada podian aportarme. La busqueda esta en otros lugares, donde estan tambien las claves, y de por sí esta nota tiene muchas claves interesantes… :) Buena lectura !

  3. Marcos
    2007-05-05 00:14

    Ocurre que las casas de escritores ilustres ya no son sus casas, sino museos; la sensación, el efecto, es la misma que cuando vas a una ciudad monumental y entras en una tienda de souvenirs, y compras todos esos recuerdos miméticos a escala mínima que lo único que consiguen cuando llegas a casa es distorsionar tus recuerdos de la realidad. Quizás si dejasen el suelo lleno de sus papeles rotos y los mocos pegados debajo de la mesa, y las sábanas sucias, quizás así...

    Saludos


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