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Román Paladino por Miguel A. Román

Miguel A. Román pretende aquí, el vigésimo octavo día de cada mes, levantar capas de piel al idioma castellano para mostrarlo como semblante revelador de las grandezas y miserias de la sociedad a la que sirve. Pueden seguirse sus artículos en Román Paladino.

Pobrezas, miserias y miserables.

Resulta que en la riojana localidad de San Millán de la Cogolla, patria putativa del idioma escrito (que del oral no tenemos la menor idea), se han reunido lingüistas, académicos y periodistas para dilucidar si el “lenguaje de los jóvenes”, y más propiamente el expresado por estos ciudadanos en sus mensajes a móviles, empobrece el idioma.

Afortunadamente, creo yo, la mayor parte de las ponencias, actitudes y opiniones que en la cuna del castellano han vertido voces autorizadas, han expresado lo más sensato: que no, que nada que ver.

Para empezar, el lenguaje de estos “jóvenes” (algunos no tanto, pero gracias por la parte que me podría tocar), es su lenguaje; y así debe ser. Durante toda la historia las nuevas generaciones han adoptado y adaptado el idioma que les tocó al nacer a sus gustos y necesidades. Demos gracias a que sea así. Nada me parecería tan impropio como que a la fecha mantuviéramos intacto el idioma en que se expresaban el Marqués de Santillana o Francisco de Quevedo.

[+]Página de El Buscón de Quevedo
Facsímil de la edición de Amberes.
Fuente: Instituto Cervantes
Si alguno, por necesidad o excéntrico gusto, ha echado mano a ediciones facsímiles (u originales) de joyas de nuestra pasada literatura, recordará el dolor de cabeza que se instaura a las pocas páginas y que hace exclamar: ¡Dios mío, esto no es español, es un galimatías ininteligible!

Permítanse los académicos recelosos dar un voto de confianza a los que vienen empujando desde abajo. Voto que incluye suponerles el sentido común a esos jóvenes. No digo yo que alguno haya que quede confundido por la maltrecha ortografía que viaja por las ondas de los operadores telefónicos, pero esa oveja ya estaba perdida. Achacar a los mensajes cortos las faltas es argumento pueril.

Además, por el momento el lenguaje juvenil y su trascripción a la tecnología de los móviles no parece que vaya a abandonar ese entorno; y mucho menos a amenazar la salud y riqueza de la Lengua Española. No veo yo probable que en fechas próximas vayamos a asistir a una edición de la obra de Cervantes que comience algo así como
N 1 lgar d la Mncha d qyo nmbr n qro acordrm n a mcho tmpo q vvia 1 idlgo d ls d lnza n styero adrga ntgua rcn flco y glgo corrdr.

Pero, aunque así fuera, no hay hecatombe. La grafía es un elemento enormemente volátil en el tiempo; y lo que realmente importa, lo que auténticamente constituye la riqueza de nuestro idioma, es el mensaje que transmite cuando lo hace en forma elegante e ingeniosa. Y el mensaje ahí permanece, intacto. Si usted no es capaz de leerlo en ese formato, aguántese o evolucione; tampoco le aconsejo entonces que intente leer el Cantar del Mio Cid en la lengua en que fue originalmente concebido:
Spidiós’ el caboso de cuer e de veluntad.
Sueltan las riendas e piensan de aguijar,
dixo Martín Antolínez, -Veré a la mugier a todo mio solaz,
castigarlos he cómmo abrán a far.
Si el rey me lo quisiere tomar, a mí non m’incal,
antes seré convusco que el sol quiera rayar.

No digo yo –no creo haberlo dicho— que sea defendible el uso defectivo que del castellano escrito se hace en esos cacharros que aquí llamamos móviles y allá celulares (bendito español interoceánico). No lo es y menos todavía desde que vienen provistos de un aceptable diccionario con sistema T9 o similar. Pero me asombran la alarma sobredimensionada, los movimientos, posicionamientos y pronunciamientos, las llamadas al estudio, observación y prevención “del fenómeno” y las opiniones desaforadas de quienes detentan un puesto preeminente sobre el lenguaje, que no es de nadie sino de todos (como quedó dicho y rubricado en el cónclave de San Millán). Por una causa que, a mi pobre entendimiento, poco o nada afecta a las miserias y esplendores del idioma.

La ironía de todo esto es que la convocatoria de San Millán parte de la Fundeu, una asociación de origen periodístico, cuando resulta que los periodistas –salvo honrosísimas y muy fácilmente reconocibles excepciones— sí podrían constituir una seria amenaza para la estabilidad y futuro de la lengua castellana. A las pruebas me remito.

El verbo detentar –usado intencionadamente en esta columna hace un par de párrafos—significa retener o poseer un objeto o cargo en forma ilegítima o fraudulenta. Pues bien, en una simple búsqueda en los medios de comunicación digitales (tengo también pruebas de los medios impresos) resulta que por abrumadora mayoría se usa equivocadamente por los periodistas, o eso o están vertiendo graves acusaciones de ilegitimidad en mayorías democráticas, logros deportivos o adquisiciones bursátiles.

El uso continuado de anodinas palabras comodín (evento, mandatario, pronunciamiento, conceder) sin intención de recurrir a sinónimos mucho más propios, o –peor todavía—las muletillas de abstrusa base sintáctica, como “en base a” (basado en), “a cuenta de” (a propósito de), “a falta de tres días” (cuando faltan tres días), “bajo el punto de vista” (desde el punto de vista), llenan todo los días los renglones firmados por sujetos sin vocación, interés, formación ni pericia, y, tal parece, sin la debida supervisión por un jefe de redacción responsable y profesional.

Pero lo que últimamente me viene poniendo de los nervios son los titulares mutilados en su sintaxis: “Princesa Leticia inaugura congreso”, “Analizan senadores liberar tribuna”, “Absuelven policías que abatieron joven negro”, ... ¡Cielos! ¿dónde están los artículos, las preposiciones, los pronombres? ¿A qué descerebrado se le ha ocurrido que estaba autorizado para amputar tales elementos de la oración? Eso no es ya empobrecimiento del idioma: es expolio, atropello y pedorreta.

Perpetrados éstos y otros desaguisados, no por jóvenes en su entorno privado, sino por supuestos profesionales con masivo alcance y proyección de sus palabras y que cobran por ello, inconscientes (espero) de hasta qué punto malean su más preciada herramienta profesional, como un cirujano que usara los bisturíes para abrir latas de conserva.

Sugiero que, en justa revancha, convocasen los jóvenes un congreso para dilucidar si el “lenguaje de los periodistas” empobrece el idioma. A ver qué pasa.

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Enlaces interesantes: Buen apunte sobre la formación de titulares periodísticos

Miguel A. Román | 28 de abril de 2008

Comentarios

  1. Xoán
    2008-04-29 18:29

    Menos mal que la conclusión a esa pregunta abstrusa, si el lenguaje de sms o chats emprobrece el idioma, ha sido no. Lo escandaloso es que hayan hecho un coloquio, caro, imagino, en tan noble lugar, para dilucidar esa chorrada.
    Es asombrosa, a estas alturas, esa tendencia a confundir la lengua con su representación gráfica. Recuerdo aquel escándalo que los periodistas montaron con la amenaza de supresión de la “ñ” de los teclados (el mío, por cierto, no tiene) y aquellos ingeniosos artículos diciendo que ya no se podría decir más “coño” o, lo que es mucho peor, por Dios, que se había acabado “España”.
    Todo el mundo sabe, o debería saber, que los chats y los mensajes de celulares son géneros discursivos que ocupan un lugar especial entre la escritura y la oralidad. Los chats, sobre todo, se componen de enunciados de expresión escrita pero de concepción oral, una forma de charlar por escrito, y por eso mismo se han desarrollado para esa actividad recursos peculiares. No es la primera vez que pasa algo así. Según Zumthor la manuscritura medieval está, en su concepción, tan lejos de nuestra propia escritura, como esta de la oralidad. Los manuscritos medievales también están llenos de abreviaturas, porque salía caro escribir en pergamino y porque de cualquier modo el texto iba a ser interpretado, descodificado, más que leído, funcionando más bien como una partitura.
    Aquí en Brasil de vez en cuando también surge el asunto en los medios de comunicación, como si el pretendido empobrecimiento lingüístico fuese mundial… Por pura ignorancia y mal cálculo, una canal de cine de televisión por cable decidió ofrecer una sesión semanal de películas subtituladas al modo de los chats, intentando captar la atención del público juvenil (aquí las películas se subtitulan). La tontería duró pocas semanas (dos? tres?). Los jóvenes demostraron que ellos sí que saben hacer esas distinciones tan básicas entre géneros y no le dieron mucha bola.
    Gracias por tu artículo. Un saludo.

  2. Francisco
    2008-04-29 21:02

    110% de acuerdo con Roman.

    El verdadero peligro de la deformacion del idioma viene de los que escriben periodismo. Con honrosas y escasas excepciones, supongo.

    El lenguaje deformado de los jovenes en chats y celulares no es el enemigo de la lengua, ya que mucho de el pasara de moda y el que quede sera por razon de epoca e idiosincracia absolutamente legitima.

  3. armando, monse, mary
    2008-09-05 17:01

    Actualmente el lenguaje de los jovenes es deformado por el exeso de comunicacion q hay hoy en dia.
    POR EJEMPLO:
    No hace mucho tiempo se escucho hablar mucho de los llamados EMOS.
    El lenguaje de los jovenes es una moda temporal.


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