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Porque me quité del vicio por Elia Martínez-Rodarte

Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.

Madame Pompadour

Jean Plaidy (también conocida como Victoria Holt, Anna Percival, Eleanor Buford entre muchos otros seudónimos), una escritora inglesa de novelas históricas sobre las cortes europeas, es la culpable de que la mitad de mi cerebro se haya transformado en bombones o se haya gelatinizado. La dama del gótico, como le llamaban a esta señora por el género que abordó más tarde, fue una especie de Corín Tellado en inglés, pero especializada en asuntos históricos y cuitas de reyes y reinas.

Toda mi adolescencia me la pasé leyendo sobre cómo cambiaban de esposos y esposas los reyes; quién era la o el amante de quién en las cortes; cuál fue el rey más promiscuo y que a todo le entraba; cuál era la reina más cachonda que hasta a sus custodios se tiraba; y así una larga lista de lindezas.

El sexo mezclado con poder era un tema harto emocionante porque eran personajes reales, de la historia, como si ahora nos enteráramos de los detalles morbosos de nuestros funcionarios y políticos, como si no nos diesen suficiente asco ya.

De mis preferidas en las cortes y de amasias espectaculares, Madame Pompadour rige entre las más adoradas, porque ella mandaba desde la cama controlando Francia con el órgano sexual más útil de las mujeres, que es el cerebro, claro.
La susodicha fue nacida como Jeanne Antoinette Poisson un 29 de diciembre de 1721, en un hogar de clase acomodada en el que, pese a sus propias telenovelas, prevaleció la cultura, el refinamiento y el buen gusto.

Una nenita de la clase alta como Jeanne Antoinette, pese a un padre con pasado un tanto dudoso, se casó rápido y apropiadamente. Quedó apostada en círculos cercanos a la realeza en donde sobresalió por ser bonita y hábil: al morir el consejero del rey, el cardenal André Hercule Fleury, uno de los grandes precursores de las épocas gloriosas del reinado de Luis XV, Jeanne empezó a usar sus poderes.
Fue el enlace para acercar al mariscal de Richeleu y a otros poderosos al monarca.
Dos pasos más de baile y ella misma pronto queda cerca del rey Luis XV, quien como toda persona acostumbrada a conseguir lo que desea, la toma de amante.

Durante cinco años hizo trabajo de cama y durante dos décadas ejerció como la maîtresse en titre, consejera y favorita de favoritas. Sin follar o follando tuvo el poder todo el tiempo.

Madame Pompadour fue su nombre de batalla tan pronto se hizo la preferida del rey, ya que le dieron los ducados de Pompadour y el marquesado de Menars apenas a los 23 años.

Luis XV debió estar muy enamorado de ella, puesto que la recibió casada, la descasó, la llenó de privilegios y ella hizo y deshizo guerras, puso amigos en el gobierno y patrocinó artistas.

Ella más tarde y para evitar la fatiga llenó al rey de jóvenes cortesanas que hicieran su jale, y como toda amante-reina de primeras ligas, se dedicó a gobernar a través del poder de su coño. No hay manera de decirlo de otra forma. Se pasó en total veinte años tomando decisiones sobre el gobierno de Francia. Por eso tuvo todo lo que quiso.

Yo no creo que ella haya sido una mujer maquiavelosa que hubiese planeado escrupulosamente su ingreso en la cama del rey para convertirse en la primera amante. Como en todas las telenovelas chafas, que bien imitan la vida, la Pompadour estuvo con las personas y tiempos adecuados y se pepenó de las oportunidades.

Y cómo fue una mecenas de pensadores como Voltaire, escritores, pintores, escultores y toda esa recua de creadores que tanto encantan y sangran el billete a las clases pudientes, aprovechó del talento de los unos y los otros para dejar las artes y la cultura francesas en uno de los planos más altos de su exquisitez.
Fue la “reina” hasta los 43 años, edad en la que murió. Inauguró la era de las grandes amantes de Luis XV y ejerció el poder hasta su último día, siendo la única que no tuvo que hacer la carrera larga de la amasia y dando fornicio, para asegurar el mando durante dos décadas. Ese tipo de mujeres en ocasiones ni son las más buenas, ni las más bonitas, ni las más sabrosas: pero de muchas sabias maneras son las que determinan a un hombre para siempre, en sus buenas y malas obras, un poder que va más allá de la nalga y del ser físico.
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Elia Martínez-Rodarte | 22 de mayo de 2010

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