Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.
La escena está grabada en la memoria de mi eroteca: El jefe de la mafia de Nueva Jersey, Tony Soprano (James Gandolfini) y Gloria Trillo (Annabella Sciorra) una de sus amantes, se encuentran en el zoológico oreando el amasiato; esto en un fragmento de la serie Los Soprano (1999).
Se besuquean frente al cautiverio de un gorila que mira a la nada y a Tony se le pone allegro il salame. Pronto se deslizan al pasillo de exhibición de las víboras: un túnel semioscuro, iluminado levemente por los aparadores en donde habitan las serpientes. Se apalancan en el mostrador en do se observa una enorme y amarilla vípera, gruesa y sinuosa. Gloria le toma la mano a Tony, se la mete debajo de la falda y la dirige a su pudenda, mostrando una pierna semidesnuda por el conveniente liguero negro. Vemos sólo sus caras. Sabemos en dónde está la mano de él, pero algo nos dice que ella no trae bragas. Confirmamos (quizás…) el dato cuando Tony Soprano pone una mirada sufriente. Unos ojos de San Sebastián. Entonces Tony mano en sitio, se emociona y nombra a quienes tod@s nombramos cuando experimentamos o nos sabroseamos un orgasmo; se desembragueta intentando tapar su falo con su inmenso abrigo. Sus caras están ansiosas y él desenfunda rápidamente mientras la sierpe goza su ondulación. Sólo se acaricia a sí misma encima una enorme rama.
Tony arremete y vemos en sus expresiones, los gestos con los que ilustran una penetración gemidora y muy original: un coito en el zoológico. El adentro de ella, emite el bufido que indica que va a empujar más, pero se queda quieto cuando Gloria le ordena: no te muevas. Entonces inicia el soliloquio de esa vagina que lo atrapa e inmoviliza: un abrazo de asfixia. Y de ostentación de poder de paredes vaginales. Tony vuelve a poner su cara de que va a morirse mirando a una víbora de frente y encajado en una mujer que no necesita brincar en su falo para matarlo de verdad.
Capítulos después él la deja, ella enloquece y se suicida.
Recién ha muerto James Gandolfini, el actor protagonista de Los Soprano, y además de traerme esta escena a la memoria, pienso en la imagen del hombre que nos dejó Tony Soprano, un patriarca mafioso no tan afectado ni tan sacralizado como Vito Corleone, personaje principal de “El Padrino” de Mario Puzo, pero sí a un capo italiano lleno de contraluces y laberintos emocionales, que honra a su modo las reminiscencias de un viejo régimen, perdido en las castas de las legiones romanas, que los mafiosos latinos han copiado a letra de sangre.
Pero más allá de la idealización necia de la mafia, que hoy por tener el horror en casa nos aterra más, Tony magnetizaba por ser un macho alfa de intenseo continuo. Cambió nuestra percepción del guapo apolíneo al deseo por un árbol de hombre, como el que encarnaba Gandolfini en la serie. Él tenía el poder, era el capo, el big daddy, la mente que ordenaba a la mano que agarra el tubo rematado con un codo rompe cráneos. Y claro, una pinga feliz y acostumbrada a que las mujeres se le diesen. En una serie en donde, además, las putas, las santas, las madres y las hijas no eran del todo, mujercitas de roles alambicados ni cursis.
Gandolfini murió a causa de un infarto que sorprendió a ese enorme cuerpo en un viaje por Italia. Los fans de Los Soprano estuvimos como viudas sicilianas, lloriqueando con el mismo afán con el que dijimos “ash” cuando vimos el estrambótico final de las serie; hasta un par de exparejas míos me escribieron para avisarme que se había ido el capo de Nueva Jersey. No me había dado cuenta que tanto así me gustaba.
Tony Soprano como un ser humano condenado a hacer lo que debe hacer por herencia macha y patriarcal, asume el control como mafioso, en una serie de ficción celebrada e incluso a veces corregida y aumentada, por poderosos fans: los verdaderos integrantes de la mafia italiana.
Que James Gandolfini goce ya de las diosas. Un hombre que me hizo feliz.
Bada bing!: elia.martinez.rodarte@gmail.com