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Porque me quité del vicio por Elia Martínez-Rodarte

Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.

Ráfaga

Vivo en Monterrey, al norte de México. Es una de las ciudades más violentas en el país en este momento. Cada día o dos, amanecen personas ejecutadas, muchos de ellos y ellas policías, vendedores de drogas, jefes policiales, una enorme cantidad de gente cuyos casos se van acumulando en la escena sangrienta que vivimos a diario.

La violencias es tan cotidiana y se encuentra tan a la mano que supe incluso de un caso de un grupo de amigos que estaba haciendo una quiniela para ver a qué horas y que día aparecía el siguiente ejecutado. La violencia se encuentra entre nosotros como si estuviéramos reposando en el lomo de una bestia feroz, porque la ráfaga las balas ya están penetrando territorios francos, civiles, como lo son la ejecución de inocentes.

Sólo falta que en el infortunio maten a una criatura, entonces sí el asunto va a tomar dimensiones alarmantes y se anunciarán que se tomarán medidas, y las medidas nunca llegarán, y en lo que se implementan matan a a otro niño y con más de dos ya se puede hacer estadística, y volviéndose número ya no tiene cara, ni nombre, ni nada más que la etiqueta de víctima y su respectiva bolsa azul para el cadáver.

Puedo entender las guerras de los narcos, no porque comprenda su violencia y sus procedimientos, sino porque sé que manejan el negocio ilegal más lucrativo y estratégico de todos, y que no es como antes entre compadres y amigos, sino ahora es un medio en donde la corporativisación, si así pudiera llamársele, ha abrazado el negocio narco, reforzando las posiciones de los capos más jóvenes, más preparados y con un sentido de los negocios más duro, estratégicamente más certero y preciso, pero impulsado por un ventarrón de violencia que nos ofende y nos intimida, nos asusta y sobre todo, nos pone en el eye bull, estamos a tiro todos, nosotros y nuestras familias.

Por primera vez en muchos años de caminar, beber, coger, pensar, leer y escribir en esta amada ciudad, la veo ahora sí, tinta de sangre y de malviajes violentos. Los narcotraficantes finalmente son proveedores, alimentan a quienes así decidieron consumir su cuerpo y son hombres de negocios en busca de un mercado. En Monterrey pueden encontrar ambas cosas con suficiencia: el mejor sitio de México para hacer negocios y un gran mercado consumidor de drogas que va in crescendo.

Hace más de diez años conmocionó a la ciudad la ejecución de un abogado prominente de la ciudad en el momento en que cenaba con el jefe de la policía judicial estatal. Fue un enorme y gran acontecimiento que llenó las planas de los periódicos. Poco después ejecutaron a un hombre en el estacionamiento de un restaurante de cabritos, y otro escándalo.

Esos fueron los acontecimientos que marcaron el ritmo y la pauta de las ejecuciones de ahora.
Les dejo la crónica de entonces:

Sabor a cabrito

Por Elia Martínez-Rodarte

El individuo se estacionó, con toda la precaución del mundo, como siempre, para que ni el aire pudiera romperse en el frente de su camioneta. Respondiendo a la acostumbrada paranoia de mirar con las espaldas, constató que nadie lo seguía.

Todo él, aparador de accesorios piteados, admiró el monumento a la gastronomía neolonesa. Sus pies se dirigieron con seguridad hacia el restaurante mientras su mirada recorría pacientemente los tubos de neón, que de día no eran sino un remedo chafa de casino viejo de Las Vegas.

Dentro del restaurante, muchos comensales igualitos a él, remojaban sus bigotes en la rubia burbujeante, el sol regiomontano atrapado e inmóvil en un tarro gélido. A esa hora y lugar, el bálsamo de la cerveza eran como una obligación casi ritual.

Sus ojos, antes expectantes a la sombra peligrosa, olvidaron por un momento la búsqueda del destello de un posible riesgo. Más bien sus ojos se desorbitaron buscando un punto en blanco dentro de todo el restaurante, para poder descansarlos. La decoración del lugar quitaba el hambre, ante la profusión de objetos que alimentaban la mirada.
El capitán de meseros le dibujó la ruta hacia un rincón confortable. En el camino, sus sentidos atormentados ya por un extraño eco, como el grito de un buitre, no lo dejaban encontrar un poco de sosiego.

Los animales disecados que poblaban el restaurante le aullaban en la cara. Las miradas de vidrio de todas esas especies esclavas en un zoológico con giro gastronómico, le lanzaban reclamos que ya habían sido ahogados en selvas y bosques.

Por fin en la mesa, un benévolo plato color claro lo invitó a pensar que no hay que pensar tanto, y menos a la hora de comer. Olvidó por un momento los zurrones de todos esos animales, gastados por el roce del tiempo, y pidió una cerveza, guacamole y queso fundido. Unas mollejas, por si acaso quedaba algún hueco en ese estómago contrito por el miedo.

Más tranquilo, con los nervios por fin sintonizados en la calma de aquel plato vacío, esperó a que le sirvieran. Ese sitio, el rey de los restaurantes de carnes de chivos apenas destetados, guardaba a toda hora el bullicio de quienes ya han degustado por mucho tiempo la ternura del cabrito, olvidando estoicamente la estridencia de las paredes, que a veces bloqueaban la digestión.

Llegaron juntas las botanas y la cerveza. Ignorando por completo la comida, tomó un largo trago: amarga cascada de oro espumoso que golpeó su garganta seca hasta hacerle retumbar las sienes.

Apaciguada la sed el miedo volvió a rondar. Había mucha gente a su alrededor comiendo afanosamente sus machitos y riñonadas. Imposible que estos congregados a una bacanal del desierto atrajeran a un hombre armado dispuesto a matar. Pero así mataron a Polo del Real…
Las cervezas llegaron a su mesa una tras otra, como si tuvieran la finalidad de crearle un escudo de hielo con el cual enfrentarse al sol guerrero del mediodía.

Entre trago y trago pasó la vista por las celebridades clavadas en la pared: cuadros y más cuadros inundados de plácidas sonrisas, esas que sólo florecen cuando se paga una abundante comida con sólo dejarse retratar con el jocoso dueño del restaurante.

Junto a él eructaban de gusto atrapados bajo un cristal, Thalía, Luis Miguel, Cruz Infante, Verónica Castro, Vikki Carr y algunos otros verdaderos dioses del Olimpo del espectáculo.

Ya un poco ebrio por las áureas oleadas de la cerveza, se decidió a comer para empachar al miedo que traía atorado en sus dentros. Lentamente desaparecieron los restos de botanas y con muchos trabajos se acabó esa riñonada: un desafiante trozo de carne que le recordó cómo la sangre puede darle un poco de colorido a la grisura de la muerte.
Terminó de comer rápidamente y tras un tequila que le dio velocidad a su torbellino hecho de cerveza, pidió la cuenta.
El miedo ya estaba desvaneciéndose, confundido y apacentado en el incipiente proceso de digestión. Con las llaves en la mano enfiló hacia el estacionamiento.

Alguien gritó su nombre. Apenas pudo girar para ver quién era. Por apellido le tronaron dos balazos en el pecho y uno en la cabeza. Después, el piso y una última visión de las llantas nuevas de su camioneta. Murió un minuto después exhalando en su último aliento: el sabor del cabrito.

Elia Martínez-Rodarte | 18 de marzo de 2007

Comentarios

  1. Ana Lorenzo
    2007-03-21 11:11

    Yo temo la violencia, sobre todo, y la condeno (antes de tener niños la condenaba y luego la temía, qué cosas). Me encantó la crónica.
    Un saludo

  2. Elia
    2007-03-21 18:03

    Cada mañana nos levantamos con la noticia de un ejecutado. A mi no me importa ya a quién ejecutan, otro signo de la violencia, sino me inquieta estar cerca o con mi hija a la mano de una situación en la que podamos ser perjudicadas. Es más común de las mujeres pensar en protegernos de la violencia en conjunto y en familia.
    Gracias por pasar Ana.

  3. kerubin@
    2007-03-25 01:49

    Me acuerdo perfectamente, como si hubiera sido ayer, del caso del Rey del Cabrito. Hace ocho años dejé Monterrey para vivir en una ciudad en donde el índice delictivo es casi cero, al principio soñaba con el día para regresar definitivamente, ahora con esta situación tan violenta no me apetece ni ir de vacaciones. Si no fuera por mi familia …

  4. Elia Martínez-Rodarte
    2007-03-27 02:43

    Monterrey está cada vez peor y lo siento en verdad porque ya se podría decir que estoy establecida aquí. Mientras más lejos se pueda estar de la violencia que se vive ahora, es mejor Kerubina. Gracias por pasar.

  5. Jósé Luis
    2007-05-18 03:06

    Es lamentable como las mentes se van limentando con la costumbre. Yo tmbién soy regiomontano, y un obsevador de los sucesos cotidianos, les comprto como viví l ejecución 29 del dos mil siete.


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