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Porque me quité del vicio por Elia Martínez-Rodarte

Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.

Pessimus

Para A.

He estado dándole vueltas a las palabras, me he frotado las manos para convocar al lenguaje, me he sentado frente al cuaderno, a la computadora, buscando y rebuscando la idea que está flotando ahí encima de mí, como un globo brillante que no se deja agarrar.
Pero sólo acuden a mi cabeza-coctelera, letreros en neón anunciando más desgracias a las acumuladas desde el miércoles. He tenido una racha nociva, inverosímil y destructiva: mi mala cabeza, el sino fatal, la retorcida suerte, el eclipse de luna, la levantada con el pie izquierdo, la desmemoria de la prisa rutinaria, la maleva luna llena, el síndrome premenstrual, cada uno de los monstruos que habitaron bajo mi cama durante toda mi niñez, el diablo en una orgía: todo ello tuvo una reunión finsemanera para celebrar con la más extensa pompa posible, una cascada de calamidades que ni siquiera he tenido tiempo de ver bien cómo se han sucedido. No se murió nadie, estoy bien de salud, me considero afortunada por estar entera, pero…
Desde el miércoles en la noche me han acontecido una serie de cosas inverosímiles que ni siquiera alcanzo a comprender, no por su naturaleza de desmadrar vida, sino por su percutente aparición, por la ametrallante capacidad de materializarse y entorpecer el flujo natural de las cosas. He perdido lentes de sol, una pulsera, mi pluma favorita (que afortunadamente encontré 24 horas después después de horas de lloros), el coche me lo ha levantado la grúa y he tenido que pagar mucho dinero para recuperarlo por multas, recargos, burocracia y demás, he peleado con la gente que más amo, me ha plantado dos veces seguidas la misma persona, he gastado todo el parné destinado de aquí hasta el fin de mes, he dejado trabajo pendiente por resolver lo del carro… estoy en el punto en que ya no convoco al famoso perro a que me orine, porque aquí mismo saliendo de mi oficina rumbo a mi recuperado auto hace unas horas, llevaba yo un paquete de toallas sanitarias que milagrosamente se desfondó, regando por todo el piso las bolsitas con sus respectivas compresas. En ese momento, cuando vi la lluvia de kotex brincando por el piso y quedando a mis pies, pensé: ¿y ahora qué putas?
No sé si el sino se construye o si se espera como quien espera un transporte público o la llegada de un tren. Aunque no ciño nada al azar, al vago azar diría Borges, empiezo a sentir como las fuerzas más allá de mi entendimiento, la burocracia más lejos de mi poder de razón e incluso la rebeldía de mi cuerpo ante la presión, se destienden y desparraman a mi alrededor como si estuviera yo en medio, y de paso viviendo el sueño recurrente en donde estoy desnuda y lo único que me preocupa es que no recuerdo en donde quedó mi teléfono celular. Estuve a dos minutos de extraviarlo, por cierto, no sucedió.

Ahora sé que la indescifrable providencia, que distribuye lo pródigo y lo parco, citando de nuevo al gran jefe Borges, me está recetando algo que yo no puedo ni siquiera controlar pese a mi manía controladora de la vida, obra y destino de todo lo que me rodea. Quizás no me impresiona todo lo que ha pasado: pérdidas materiales banales, dinero que se ha evaporado en el caño, discusiones estériles y largas aderezadas de insultos y gritos, confusiones y malosentendidos como laberintos llenos de plantas e insectos, extravíos de cosas que bien a mal, son baratijas, momentos de paz que en breve se transforman en estresantes tramos de espera…Todo ello no me asusta ni me conmueve, ni siquiera creo que volviendo a sucederme todo y lo mismo pueda moverme de mi sitio.

Lo único que me ataranta, es la capacidad que tienen las calamidades de agruparse juntas todas y saltar encima del campo fértil de mi vida una por una como en paracaídas. He salido mal que bien de una para capotear otra de inmediato. He entrado a una casa de la risa para de ahí, trasladarme a los funerales de las esperanzas de un proyecto, a la despedida de una buena relación, a los campos minados de la burocracia mexicana, al oscuro medio en donde se tienen que pedir favores, influencias, consejos, empujones que derivarán en nada.
Aún y el infortunio, me niego a creer y a ceñirme a la teoría de la mala suerte y del mal sino. Quiero que los horóscopos me sirvan sólo para justificar que me puedo llevar bien con mi novio libra o mi amiga sagitario, que mi destino por haber nacido en el año del gallo es reluciente porque me lo merezco, que las runas me hablen bonito, que el I Ching sea para las mutaciones y permutaciones que me convengan, que todo lo que implique azar e incertidumbre ante el destino sea un divertimento que me entretenga mientras mantengo en mi puño el control de las cosas, y en medio de todo ello: yo, como mi propio Dios y religión, porque aquí la fe ni siquiera tiene cabida: sería añadir más caos al caos.

Quiero caminar un poco sin que el pie se me atore en un hoyo negro y caiga en él dando vueltas en espiral para ser abducida hacia una situación nueva de la cual deba salir embarrada de más mierda. Quiero estar en control de nuevo. Esta vez, cruzaré los dedos.

Elia Martínez-Rodarte | 06 de marzo de 2007

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