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Opiniones misceláneas por Pablo Muñoz

Prefacios juveniles, reseñas de media tarde, lecturas a tiempo parcial… Un intento meridiano de soñarse columnista, por supuesto. Aquí vienen a leerse libros, a recomendarse unos cuantos y a discutir(los).

Leer, ganar influencias

Claudia Apablaza. Diario de las especies. Ediciones Barataria, 2010.

En el magnífico estudio dedicado a Enrique Vila-Matas de la revista Quimera (295, Junio de 2008), *Sergio Chejfec describe su primer contacto con la obra del autor cuando “no era época de computadoras, ni procesadores de textos”. Piensa en la Historia abreviada de la literatura portátil como un “libro raro, breve y propalante, parecido a un manifiesto, o más bien un compendio, de vanguardia” y lo reseña positivamente en un periódico. Su reseña aparece íntegra, pero firmada por otro. Chejfec describe este momento como el evento Vila-Matas.

Editado originalmente en 2008 por Lanzallamas en su Chile natal y en la Editorial Jus en México, este Diario de las Especies es, hasta ahora, la obra más interesante de la escritora chilena Claudia Apablaza. Dos son las figuras de la ansiedad de la influencia de la autora: Enrique Vila-Matas y Roberto Bolaño. O, siendo rigurosos, Bartleby y Compañía y Los detectives salvajes. El libro tiene la estructura de un weblog y sus comentarios, una conversación que va en aumento. También incluye un texto final llamado “Personas”, un axfisiante tour de force en clave alegórica.

Las entradas de blog y los comentarios van en aumento, así como la popularidad de su autora, A.A.. Al inicio de la novela, 78 visualizaciones de perfil y 26 comentarios, que irán variando, generalmente habrá menos en cada post respetando así la habitual irregularidad en los blogs, y terminarán en 714 visualizazciones de perfil y 36 comentarios. Todos sus posts son reflexiones sobre escribir una novela; son, según el título que le da la autora, la Búsqueda de una Novela. De A.A. se filtran pocos detalles de su vida sentimental. Lo que sabemos de sus relaciones sentimentales es poco, queda reducido a una anécdota breve:

Puede ser que ese beso no sea más que una delicada y atractiva costumbre japonesa. Es lindo besar a los japoneses. Lo hice una vez y después de besarnos en las Ramblas y en su cama, él me quedó mirando toda la noche. No pudo dormir. Yo despertaba y lo veía. Despertaba y me volvía a besar. No apagó la música en toda la noche. Soñé las siguientes noches con un departamento en Tokio. Con su casa. Con su casa solar. Cuando nos conectamos, hablamos en inglés.

Se enfatiza su lado transnacional, su obsesión (vilamatiana) por perderse. La deuda es explícita: la segunda entrada de A.A. es “Plagio a Vila-Matas”, una crónica que incluye una carta que manda al autor barcelonés, adjutando en ella su primer libro de relatos, Profana. Es entonces cuando las similitudes entre la narradora y la autora quedan definitivamente confirmadas: ambas están formadas en Psicología, han llegado a Barcelona y acaban de publicar un libro de relatos (en el caso de Apablaza, uno llamado Autoformato). A través de esa estructura, Apablaza, digamos, soluciona su influencia Vilamatiana. Es evidente que fuerza uno de los eventos VilaMatas en concepto y al invocarlo, pero que la idea, la inseguridad de escribir una novela y la conversación que se genera a partir de estas reflexiones (a veces más vagas, otras brillantes como en la conexión del tiempo de la novela y el concepto del cronotopo de Bajtín de la página 94) ha logrado una competente respuesta a la estructura maestra de la inmensa Bartleby y Compañía.

La relación con el mundo (real) blogosférico es tímida, pero sobresalen dos referencias a dos bitácoras relativamente conocidas. Un comentarista asegura sentirse muy identificado con el blog de Lluís Foix. Otro que ama el blog de Luna. El resto son voces dialogando, a veces interrumpiéndose, con una graciosa incorporación de los trolls.

Estas voces actúan como respuesta evidente a las que conviven en Los detectives salvajes. Tienen sus propios ideales literarios, pero Apablaza carece de la asombrosa inventiva verbal de Bolaño, por lo que todos sus comentarios se leen antes como actitudes que como una conversación genuina. Sin embargo, este defecto está compensado por la ingeniosa estructura del libro y por su cierre, una alegoría desconcertante que parece lejos del abismo vila-matiano del Silencio o del bloqueo al que parecía cercano en principio. Con su texto final, Apablaza da un giro al relato: todo se dirige hacia la idea del viaje o de la pérdida, pero no del creador en sus mares ficticios, sino del sujeto en el marasmo. Tal vez de la red. Posiblemente del mundo.

Pablo Muñoz | 19 de mayo de 2010

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