Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.
En el exacto meridiano que dibujan la fábula erótica al uso y el cine de acción más libertario y dado al despiporre estético está Chiqui ¡Bang! ¡Bang!, el último cómic que ha parido Hernán Migoya y que hace nada ha editado Glénat para disfrute del lector dispuesto a sumergirse en un relato donde lo que no se solventa con ultraviolencia hardboiled se resuelve con la fibrada e impactante figura de Chiqui Martí, Reina del Strip Art ©, y eje de una historia cuyo único horizonte, al menos a priori, es lo dionisiaco.
Ocurre en este relato que todas las claves descansan en la ausencia absoluta de gravedad, disponiendo todos los elementos para que el ritmo infatigable de los lápices de César Carpio y el color de Diego Rondón haga de las suyas y lleve al lector a sitios prácticamente inexplorados en estos tiempos de miserias mundanas, lomos inasumibles y etiquetas sospechosas. Minucias de las que escapan éstas páginas cuando invitan al lector a descansarse en un submundo de conspiraciones, violencia a mansalva, desnudos frontales, strip art de categoría, aeropuertos en llamas, malevos con espada y/o bigote, explosiones, desnudos frontales, abusos de poder, príncipes nudistas, conferencias entre mandatarios, desnudos frontales, disparos a bocajarro y más de algún retruécano narrativo que recuerda tanto al Tarantino de Kill Bill como al de Death Proof, y no sólo por la venganza femenina y la querencia irresponsable por la violencia sino, además, porque aquí todo huele a pertenencia visceral, a tributo honesto, a glorificación de las formas y perspectivas que, mientras se avanza en la lectura, permiten inmiscuirse en una compleja montaña rusa del placer, puntuada de curvas, escaladas y tensos remansos.Así, y no de otra manera, el carácter formal de éste volumen reconoce su pertenencia al abigarrado ámbito de los géneros nobles, que es de donde proviene el uso indiscriminado, aunque nada censurable, de los resortes narrativos que remiten a la construcción del héroe de acción de toda la vida, cuya maratón de tópicos implícita (infancia difícil, problemas de relación con el entorno, fracaso amoroso, incapacidad para confiar en la gente directamente proporcional a la capacidad para ser traicionado por ese sujeto que de la noche a la mañanase ha vuelto tan importante en la vida del héroe) justifica todos los resortes. Pero, eso sí, con un glorioso detalle: una declarada y pertinente glorificación del cuerpo femenino como detentor del caos, como partícula activa de una explosión que parece llevarse consigo toda esperanza humana. (Usté, masculino lector, sabe exactamente a qué me refiero).
Tal como hizo en Olimpita (Norma Editorial, 2008), aunque con características valenciales diametralmente diferentes, Migoya explora en este volumen, y desde la narración, los límites y las declinaciones (el slapstick en el cine de acción, por ejemplo) que permiten los géneros mientras realiza una potente hagiografía de lo femenino, entendiéndolo como un ámbito de sumo interés creativo, como un territorio en torno al cual es posible moldear historias a partir de las más disímiles características genéricas y de modo. Ese ámbito de exploración es, también, motivo de gozo, porque aquí se resuelve desde la clave más liminar posible: la del desnudo.
Y qué decir de un desnudo con una explosión de fondo. Salvo, yo qué sé, Bravo! o similar. Qué decir.
2011-02-01 23:52
dios mío…que pedante
2011-02-02 02:59
Pero Heraclio, hombre de Thor, razone. Explíquese. Que así queda como un troll, como un mindundi.