Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.
Había pensado en escribir sobre José Guadalupe Posada, por esto de que es primero de noviembre y porque siempre es bueno recordar que algunos símbolos tenidos por pintorescos provienen del humor gráfico, como es el caso de la Catrina: una calaca con sombrero que no sólo forma parte de las celebraciones del día de muertos, sino que además señala y acusa a quién quiere vivir otra realidad, a quién vive de las apariencias y tal. Una maravilla. Inclusive he estado leyendo Carlos Monsivais, uno de los mejores cronistas en lengua hispana —más fino que Ibargüengoitia, infinitamente más gracioso que Camba—, mexicano de nacimiento y vocación, fascinado por los modos y maneras de la lengua y el quehacer populares, un observador incansable de lo cotidiano como entorno útil y vital pero que no me ha iluminado demasiado, porque uno empieza a leer a Monsivais y acaba volviendo a Cervantes y a Quevedo, y eso no puede ser. No cuando uno tiene una columna pendiente. Pero he tenido suerte, porque si bien no tenía tiempo para volver a Cervantes y a Quevedo, sí tenía Reunión de Manel Fontdevilla en el buzón (en la parte de mi señora) y tras una revisión no muy exhaustiva me interesa comentarlo en la misma línea de lo anterior, en esa que valida la sátira como patrimonio popular, como es el caso de Posada, y el humor sobre el cotidiano, que es donde apuntaba Monsivais.
Decía que me encontré con Reunión y que me gustó leerlo, cuando podía —la letra de Fontdevilla no siempre es descifrable—, como me gusta ver los sketchbook en plan general, cuando asumo que tenerlos entre las manos ya es bastante, porque es posible ver como se plantean los dibujos y la manera en la que funciona el desarrollo del dibujo, el ensamblaje de las piezas. Aquí no se trata de eso, sino que se trata de los apuntes, del robo parcial, hasta ahora impune, de lo que sucedía en las reuniones de pauta o de portada de El Jueves, último bastión de la sátira entendida como ámbito donde al poder no se le ríen las gracias sino las miserias. Se trata también de ver el talento incombustible y la facilidad de planteamiento de Fontdevilla, sólo opacada por la capacidad e insistencia para dibujar mujeres, algo que lo confirma —en el caso de que hiciera falta— como persona de bien.
También es cierto que Reunión es, cuanto menos, un documento curioso y que asumo de interés limitado para un lector casual, básicamente porque aquí lo gracioso funciona de otra manera: no hay grandes elaboraciones pero sí un sentido de la maravilla y de la oportunidad que Fontdevilla ha demostrado con solvencia en su tira diaria en Público. Estos apuntes que ha puesto a disposición Caramba en su nueva faceta y que nos ha traído el cartero son especialmente interesantes por eso, porque apuntan, al igual que el catálogo ese que se editó en Manresa, a mirar allí donde no es habitual, aunque sea parte importante del trabajo de un humorista. Me refiero a la posibilidad de ver un proceso que de otra manera sólo podría, de alguna manera, aventurar o conjeturar. Así, Reunión otorga certezas y ayuda a pensar mejor las bazas de su autor, lo que me lleva a ponerlo en mi biblioteca junto a otros grandes portentos del libretismo, del apunte y el boceto, como son Desprolijo de Dario Adanti, El Cementerio de la Familia Pis de Mauro Entrialgo y En la cocina dibujando de Ata, todos editados por Blur y todos, al igual que Reunión, apuntando a que el trabajo de un dibujante siempre tiene algo del ensayo a la vieja usanza, una forma que admite el error y que, por tanto, se muestra libre e ilimitada.