Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.
La primera anomalía que presenta R.I.P de Felipe Almendros (Badalona, 1979) es la firma de la portada, donde reza: Alfonso Almendros. Se trata de la primera clave para empezar a desentrañar R.I.P., un volumen que dinamita cualquier formalidad del medio —carece de viñetas— y del producto —miente sobre el nombre del autor en la portada—. En la solapa, una pequeña biografía de una honestidad cercana al patetismo se cierra con un: “lo que me empujó a hacerlo fue la necesidad de limpiar mi cerebro. Me propuse que fuera un libro de autoayuda, pero no para el lector, sino para mí”. Se trata, entonces, de un relato intimista —peligrosamente cercano a la pornografía emocional— que con su inteligente estructura da pie a una particular concepción del tempo narrativo y del espacio que construye un terreno rico en elipsis donde el desdoblamiento y las múltiples voces narrativas inciden en la búsqueda desesperada de una cura; revelando, a su vez, el por qué de la enfermedad.
“Muertes en la familia/ polvo en las estanterías / cicatrices de maquillar / un pasado que ocultar”, canta el dúo barcelonés Astrud en una canción que lleva por nombre “Todo es Lounge (Mi vida es Lynch)” y que sintetiza con rigor y a destiempo la catadura estética de R.I.P.. Incluso, ayuda a comprender algunas de sus claves: si nos quedamos sólo con el título y pensamos en la producción reciente, da lugar a una noción muy precisa. Almendros ha hecho algo muy cercano a Inland Empire en un ámbito donde predominan los corsés estilísticos y los ejercicios de estilo, es decir, ha dado con una obra que dinamita su paisaje, que abre nuevas vías de experimentación y lo hace desde la más absoluta libertad. Así, R.I.P. se presenta como una fuga hacia delante —¿o hacia dentro?— por parte de un protagonista que incide en resolver a como dé lugar todo aquello que le impide salvar la vida de su hermana. Se trata de una suma de males psíquicos que no le permiten salir de casa, que limitan su voluntad y cuya solución oscila entre la entrega al esoterismo y la necesidad de una racionalidad nueva. Con esa búsqueda y esa entrega, Almendros resuelve las “muertes en la familia” y lo hace enfrentándose al pasado. En lugar de ocultarlo y negarlo, lo glosa desde varios (y variados) puntos de vista, genera un crisol de signos para sostener una concepción de lo narrativo solventada en la autonomía de medios. Y esto no es poco, si tomamos en cuenta que Almendros se enfrenta a temas de suma contingencia: la violencia machista —tan cara al telediario—, el alcoholismo, la sensación de abandono y el dolor provocados por una familia desestructurada.
Decía que R.I.P. es la pieza de narrativa gráfica más extraña y estimulante que ha saltado a la palestra hispana en lo que llevamos de año, pero no me refiero tan sólo a su grafismo voluble e incompleto, su trazo nervioso y a la mancha controlada como razgo distintivo y unificador, sino por la construcción de una gramática y una retórica personalísima que se sostiene en el blanco impoluto que empapa y sirve de fondo a todo el relato. Ante esto, no es de recibo emparentar a Almendros con el estilo naif del británico David Shrigley o con experiencias cercanas al Art Brut, pero Almendros sobrepasa esas claves acercándose al absurdo y recreándose en una concepción libérrima de todas las constantes que, por convención, hemos dado en llamar narrativa gráfica. Y se ha demorado tan sólo tres álbums.
Continuará.