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El mundo gira sobre un eje podrido por Alber Vázquez

Alber Vázquez es escritor. “El mundo gira sobre un eje podrido” es una columna de opinión que se publica todos los lunes y que alberga como firme propósito convertir a este planeta en un lugar más habitable donde los hombres y las mujeres del mañana puedan compartir su existencia en condiciones igualdad y justicia. Estamos seguros de poder lograrlo. El mundo gira sobre un eje podrido dejó de actualizarse en abril de 2008.

Bomba, muerte, espanto

Estaba el comisario de Justicia y Seguridad de la Unión Europea, Franco Frattini, sentadito en su despacho y se dijo, tras frotarse mucho la nariz: “¿Y por qué no acabo yo con el terrorismo mundial? Tampoco tiene que ser tan difícil, ¿no?”. Y se puso a pensar, y pensó, y pensó y en un ejercicio de agudeza mental tan impresionante que parecía aprendido en una universidad española, se dijo: “Si yo fuera terrorista y quisiera fabricar una bomba, ¿qué haría? Jo, pues ir a Google y poner en agujerito: ‘fabricar bomba superdestructiva’. ¡Y ya está!”.

Y el comisario de Justicia y Seguridad, loco de contento, comenzó a dar saltos de alegría en su despacho, tantos saltos y tan altos que el resto de amiguitos comisarios terminó por alarmarse y abrir la puerta harto preocupados. “Pero Franco, pero Francesco, ¿qué te pasa, amigo nuestro?”, preguntaron. “Que acabo de descubrir la solución para el terrorismo mundial”, respondió. “¿No?”, incrédulos. “Sí”, ligeramente jactancioso (era italiano).

Después de que los de seguridad lograran que el comisario dejara de dar aquellos saltitos de alegría (que ya comenzaban a resultar algo cargantes), todos los amiguitos comisarios se sentaron en la alfombra y llegaron las explicaciones: “Mirad, resulta que si prohibimos que la gente pueda buscar en internet cosas que de sobra sabemos todos que son malas para todos, esas cosas no ocurrirán”. “¡Hala! ¡Qué buena idea!”, exclamaron los demás. Y como aún faltaba hora y media para la hora de marcharse a casa, se dispusieron a desarrollar la fenomenal ocurrencia.

“Veréis, si nadie puede encontrar en Google la palabra ‘genocidio’, nadie podrá perpetrar uno. ¿Cómo se hace algo que no se sabe cómo se hace?”. “¿Qué, chicos, nos perpetramos un genocidio?”. “Vale, búscalo en internet, a ver cuál es el sistema”. “¡Coño, pues por ‘genocidio’ no me viene nada!”. “Vaya, qué decepción… ¿Y ahora qué hacemos? ¿Perpetrar a lo loco?”. “No, por Dios, tampoco es eso”. “Entonces, ¿nos vamos al cine?”. “Vale”.

Los amiguitos comisarios habían dado con un filón, y no creáis que en sus miradas no se notaba, no… Jo, no había más que mirarles a los ojos para caer en la cuenta de que aquellos prohombres de la Gran Europa eran conscientes de estar manejando algo gordo entre manos. ¿Cómo de gordo? Pues no sabían cuánto, pero mucho. Mucho, mucho, mucho.

“¡Más palabras, por el amor de Dios, más palabras!”, decía a grito pelado una comisaria de un país muy, muy lejano. “Jo, pues… pues…”, titubeaba un comisario de naricita respingona. “Esto… por ejemplo…”, trataba de concretar una alegre muchachilla sin demasiadas luces.

Y Franco tuvo que sacarles a todos de dudas. “Bombas, acabaremos con las bombas”. Y añadió por si no había quedado lo suficientemente claro: “¡A tomar por culo! Se van a cagar estos terroristas de mierda”. Pues buenos eran los de la Comisión... “Así que, tacatá, prohibido buscar ‘bomba’”. “Pero, Franco, ¿acatará la gente nuestra decisión de prohibir las malas búsquedas?”. Sí, los terroristas internacionales tenían eso: un arrojo indescriptible que lo mismo les empujaba a estrellarse a los mandos de un avión de pasajeros contra un rascacielos repletito de gente, que les impelía a buscar en Google lo que les viniera en gana y sin respetar la normativa legal al respecto. ¡Qué gentuza!


(Fuente foto). Esto nunca sucederá en Europa porque está prohibido.

Pero Franco no se arredraba fácilmente ante las dificultades y halló pronto la solución. “¡Tate! Entonces, lo que haremos será prohibir a Google que ofrezca resultados no sólo para la palabra ‘bomba’, sino también a todas aquellas que son decididamente perniciosas para nuestros gobernados”.

“Pero, Francesco, querido, ¿tú crees que eso servirá para algo? ¿Crees de verdad que los malvadísimos terroristas internacionales cejarán en su empeño de poner bombas si no hallan el modo de hacerlo en internet?”.

Franco hasta se ofendió. Con el ceño fruncido y la voz ahuecada que reservaba para sus mejores momentos en los arduos e intensos debates en el seno de la Comisión, dijo: “No os quepa la menor duda”. Y, las dos docenas de traductores simultáneos que en la habitación inmediatamente contigua hacían su trabajo, dijeron a sus respectivos micrófonos y en sus respectivos idiomas: “No os quepa la menor duda”.

Franco estaba fuera de sí. A su cabeza acudían una y mil palabras que podían, ¡que debían!, ser prohibidas por el bien de todos. Si no hubiera revistas de chicas desnudas en los quioscos, los hombres dejarían de pensar siempre en lo mismo, ¿no? Obviamente, sí. Si es que era de cajón de madera de pino. Mano dura para combatir el mal, eso era lo que hacía falta. Y Francesco prohibió, y prohibió, y prohibió hasta que tuvo que parar para respirar: ‘bomba’, ‘matarlos a todos’, ‘destruir’, ‘quiero ser terrorista’, ‘muerte al infiel’, “armageddon’ y así hasta completar una lista de palabras ominosas que nadie decente en el mundo consideraría que no debían estar prohibidas y bien prohibidas.

“¿Y no se nos enfadará la gente de bien, Francesco?”.

“¿Por qué iban a hacerlo? ¿Por salvarles de las garras del mal? Imposible, completamente imposible”.

“¿Y si luego te da por prohibir, y prohibir, y prohibir hasta que se te corte la respiración? ¿Y si se nos va la mano prohibiendo, caro Francesco?”.

“¿Írsenos la mano? No, no, ni hablar de eso. Protejamos a nuestras gentes del mal. Prohibamos que exista y dejará de existir. Es que no puede ser de otra manera. No puede ser. El mal no existe sin información”.

Caía la tarde sobre Bruselas. En el despacho del amiguito comisario había ido menguando la luz. Las persianas estaban bajadas y Franco Frattini, Él, habría encendido un puro habano si no fuera por la normativa que prohíbe fumar a menos de veinticinco metros de un edificio público. A pesar de la pérdida de carga poética en la escena, Franco no se amilanó y terminó por sentenciar: “Y la información la controlamos nosotros”.

A lo lejos, al fondo del pasillo o quizás en otra planta del edificio, se escuchó una carcajada lúgubre y perturbada que hizo que se erizara el vello de los brazos a todos los amiguitos comisarios.

Alber Vázquez | 17 de septiembre de 2007

Comentarios

  1. Alberto
    2007-09-17 12:16

    Pobre King África…

  2. Ana Lorenzo
    2007-09-17 14:09

    Yo he hecho lo que supongo que haremos todos tras leer el artículo: buscar «bomba» en google y elegir «cómo hacer una bomba». Para contarlo a los nietos si prospera la idea esa, sobre todo.
    Pero es bonito ver lo infantiles e ingenuos que somos, ¿no? Me recuerda a cuando un bebé en vez de esconderse cierra los ojos y, tachán, ya no estoy, mamá o papá ya no me encuentran. Tiene también algo de dulzura el confiar en el poder de la palabra: no sé cómo se llama, no existe el concepto, luego no se puede realizar. ¿Alguno de los maridos que matan a sus mujeres conocerá que comete (o cometía) uxoricidio? No creo, y sin embargo, ahí están las muertas bien muertas.
    Un beso.

  3. Airos
    2007-09-17 15:59

    Google -> “Bomba de matar muchísimo” -> Buscar…

    Su búsqueda – “Bomba de matar muchísimo” – no produjo ningún documento.

    Quizás quiso decir: “Piruletas, Democracia y nubes de algodón”.


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