Alber Vázquez es escritor. “El mundo gira sobre un eje podrido” es una columna de opinión que se publica todos los lunes y que alberga como firme propósito convertir a este planeta en un lugar más habitable donde los hombres y las mujeres del mañana puedan compartir su existencia en condiciones igualdad y justicia. Estamos seguros de poder lograrlo. El mundo gira sobre un eje podrido dejó de actualizarse en abril de 2008.
El pasado viernes, a las tres en punto de la tarde, un servidor estaba en la puerta del Museo Guggenheim de Bilbao dispuesto a dar buena cuenta de la exposición “Art in the USA: 300 años de innovación“. Ni más ni menos que 200 obras (muchas de ellas capitales para entender la cultura humana del último siglo) que me iba a meter entre pecho y espalda de un tirón. Como los campeones.
Sabe más el diablo por viejo que por diablo, así que lo de ir a las tres de la tarde no es ninguna tontería. Porque algo hay tener claro: al Guggenheim acaba yendo todo el mundo (todo el mundo significa todo el mundo) y esta masificación perturba la contemplación de cualquier obra de arte.
Entiéndaseme cuanto digo: a mí me parece de perlas que los museos estén hasta las cartolas. Es genial. Cultura, el pueblo necesita cultura y se la vamos a dar. No sé yo dónde está el pueblo cuando de cualquier otro museo se trata, pero, en fin, no pongamos pegas tontas. Para una vez que algo sale bien, disfrutemos de ello.
Claro, como si pudiéramos. Como si pudiéramos entrar en un museo como el Guggenheim y disfrutar sin más. ¿Por qué? Por la chusma. Por la chusma borreguil que va a este museo porque “es lo que hay que hacer en Bilbao”. La misma chusma que si en la agencia de viajes le dicen que lo suyo en Bilbao es irse de putas, pues se van. Y con la cámara de fotos y todo. Por follar va a ser.
A mí, de salida, me escama ver colas para ver expresionismo abstracto norteamericano. Eso no está al alcance de cualquiera y, sobre todo, eso le importa bien poco a cualquiera. Lo elementalmente lógico, digo yo, es que si algo no te interesa, no acudas a verlo. Pero, amigo, si después de todo has decidido que vas a ir, por el amor de Dios, compórtate como un ser humano.
Ralston Crawford (1906-1978). “Ascensores de grano de Buffalo (Buffalo Grain Elevators)”, 1937.
Óleo sobre lienzo. 102,2 × 127,6 cm. Smithsonian American Art Museum, Washington, D.C.
Y en el Guggenheim es raro toparte con seres humanos. Lo normal es verte rodeado de ganado informe que está allí como el que podría estar rascándose los huevos acodado en la barra de un bar. Existe gente que ves que no sabe y que está de paso, pero que se comporta. Mira, no da la nota y trata de ser respetuosa con los demás. Tengo que decir, para ser honrado, que no son pocas las personas que, cuando te ven ensimismado en un cuadro, te rodean en lugar de pasar por delante. Hay que agradecer eso. Existe espacio para la salvación de nuestra estirpe.
Pero el Guggenheim es terreno abonado para el paleto total. El cretino, ya talludito y muy seguro de sí mismo, al que nadie le ha explicado nunca que allá donde suceden cosas que tú no comprendes, lo mejor es mostrarte discreto y no mear fuera del tiesto. Ya que vas, pasa desapercibido. Pues no. El patán va al Guggenheim y, como impelido por una fuerza telúrica de dimensiones insospechadas, raja hasta por los codos.
Está, por ejemplo, el patán práctico. No es, ni mucho menos, el más peligroso de todos los patanes, pero tiene su qué. Es el que en plena instalación minimalista suelta al viento un “¡Anda la hostia, cuánto espacio desaprovechado!”. Te rompe toda la magia del momento, pero, en fin, la recompones rápido. Lo bueno del minimalismo es que, como no suscita grandes emociones, entrar y salir de ellas es lo más fácil que te puedes echar a la cara.
Luego está el hijo de puta irrespetuoso. Ese que no sabe dónde está y, además, le importa tres cojones. Y ahí es donde yo me irrito profundamente. Porque si resulta que estás ensimismado en la contemplación de un estupendo cuadro de Willem de Kooning y al tío de al lado le suena el móvil, a ti eso te toca un poco las narices. Llevo media vida tratando de comprender por qué diablos de Kooning es tan desasosegante, por qué utiliza una pincelada tan agresiva y un tono de color que mi cerebro se niega a considerar el adecuado. Un sinvivir, ya digo. Como para que te interrumpan la reflexión con un pitido en la oreja.
Vale, vale, a todo el mundo le puede sonar el teléfono en un momento inapropiado. Ignoras la llamada o, si quieres y te parece importante, la contestas con discreción. Pero el patán guggenhaniano no hace eso, sino todo lo contrario: “¡Coño, Manolo, qué alegría me da oírte…! Nada, nada, si no estoy haciendo nada importante… Dime, dime… ¿Que le van a quitar la vesícula a tu mujer…? Cuenta, macho, cuenta…”. Y así durante su buen ratazo. A grito pelado en una sala en la que las pisadas en el suelo ya generan eco. La juerga padre, vamos.
Y el cabrón, dándose paseítos arriba y abajo con el móvil en la oreja. Como el que está en mitad del campo. Ahí es cuando sale lo peor de ti mismo y deseas fervientemente que en ese preciso instante entren en la sala cuatro seguratas nazis y, después de arrojar al tipo al suelo de una patada en las rodillas, lo hostien con las porras hasta que le salgan los sesos por la nariz. Para que aprendas que tu puta vida nos importa una mierda a los demás, y que allí estamos a lo que estamos, y no a otra cosa. Gilipollas.
Y ya para finalizar, va y aparece el patán entrañable. Ese desgraciado al que uno no sabe si partirle una ceja o darle un abrazo. Es ese personaje pacífico al que el mundo le parece razonablemente bien y por el que siente un razonable interés. Es el tío que va de sala en sala con las manos en los bolsillos y la mirada perdida de un lado a otro. Le parece bonito esto de los cuadros. No entiende un carajo, pero no será él el que diga que no es una cosa curiosa para echar la tarde mientras viene el autocar a recogerles.
En esta exposición hay una obra que, a mi modesto entender, brilla por encima de todas las demás. Es un cuadro de Mark Rothko que roza la perfección. Un cuadro poderoso, sublime, genial, absoluto y, aunque no se me crea, capaz de provocarle a uno placer físico. Lo estuve contemplando durante más de veinte minutos seguidos. Y lo estaba haciendo cuando el patán entrañable se me acercó. Despacio, impasible, inasible al desaliento de su propia insustancialidad. Sólo. Él y su circunstancia. Quieto, detenido, amablemente poético. Ligeramente perspicaz.
Y me echa el ojo. Ve que yo observo fijamente algo y eso llama su atención. Hay un señor que parece que le encuentra cierto sentido a todo este maremagnum de idiotez. Vaya por Dios, bendita sea la hora. Y el patán, sin sacarse las manos de los bolsillos, despliega ese gesto final y maravilloso: mira durante un segundo el cuadro de Rothko y, de repente, se vuelve para contemplar aquello a lo que no puede dar crédito: alguien, alguien en aquel lugar incompresible está admirando un cuadro. El patán entrañable se vuelve y fija su mirada incrédula ¡en mí! ¡En el pobre diablo que en un museo hace lo que se supone que un visitante de un museo debe hacer! Y yo, entonces, quedo convertido en lo más estupendo que ha parido madre en diez kilómetros a la redonda.
2007-12-17 13:23
Recomiendo, primero, la lectura de La palabra pintada de Tom Wolfe (Editorial Anagrama 2004). Despues, resumiendo mi opinión sobre la chusma y su relación con el arte: Son precisamente las plusvalías obtenidas del comercio del tiempo de esa chusma (impuestos, beneficios empresariales obtenidos de la mano de obra, etc) la que hacen posible ese escenario que sirve de fondo al poder, o a su representación.
¿Permiten la entrada de teléfonos móviles?. Lástima que no esté permitida la entrada a ese y otros teatros con equipos lanzallamas ;)
2007-12-17 16:24
Hombre, sí... pero no sé, en EL Prado llevan años y años con excursiones de colegios, con niños que se pasean por ahí sin intención alguna de mirar los cuadros… tómate a ese tipo de gente que describes dle mismo modo. Incluso: ese tipo de gente, su dinero, permite que tú puedas ver esos cuadros.
2007-12-17 18:51
¿Seres humanos, dices? ¿Acaso te interesa esa infecta especie que miras desde tu prepotente atalaya bloguera? El recurso de cagarse en la madre de los que te sacan de quicio ya está muy visto. Hijos de puta, cabrones, gilipollas…zzzzzz, qué escritor más agresivo y verdadero, ohhh, qué tío más políticamente incorrecto…zzzzz
2007-12-17 20:59
Pues si ni a las tres de la tarde lo has conseguido, Alber, mal lo llevas. Lo mejor es preguntar a los del museo; son los que saben qué hora es la ideal. Mi padre lo hace siempre. Por ejemplo, en la Fundación Juan March acostumbraba a ir a la hora de abrir, pero se encontraba con los grupos de los colegios; uno de los del museo le aconsejó las dos de la tarde. Desde entonces, va feliz.
Prueba a ver.
Un beso.
2007-12-17 21:14
Ana, yo creo que lo que plantea Alber (más allá de que al que quiera ir a una exposición le moleste o no el público) es si tiene sentido que esa gente vaya al museo. Estoy convencida de que no les interesa y van porque hay que ver esas cosas y se las organizan las agencias de viajes. Fíjate, cada vez lee menos gente y, sin embargo, cada vez hay más colas para ir a un museo. La diferencia es que ir a un museo no requiere mucho esfuerzo, se pasa un rato paseando, hablando con los amigos… y leer no se puede hacer así. Es cierto que ver una exposición en el sentido profundo tampoco, pero da una falsa impresión, cuando al final están llenas de gente que no ha visto nada.
2007-12-17 23:13
Este museo y muchos otros se han convertido en paisaje de agencia de viajes. Lo importante es decir que se ha estado en el museo, tan famoso.
Las obras exhibidas no importan gran cosa.
En esta epoca necesitamos otro movimiento Dada.
Y exhibir urinarios con marco y bragas sin marco, clamando que es arte contemporaneo.
2007-12-18 01:07
#5. Tienes razón, María José. Pero, al cabo, algo se pega, ¿no? Mejor que vayan al museo y alguno de sus hijos se aficione o caiga prendido de algún artista o cuadro que no que pasen el día en el centro comercial de turno, viendo tiendas fin de semana tras otro y comiendo en el Burguer, creo yo. Lo malo es que realmente molestan. Molesta, ya no el ruido que hacen y la mala educación que muestren, sino también el que no compartan esa admiración o asombro que uno siente ante algo grandioso.
Alber, me vas a matar, pero recuerdo que la primera exposición que vi de Rothko no me gustó nada. ;-)
Un beso.
2007-12-18 15:15
Hombre, Francisco, creo que estamos llenos de ese tipo de ejemplos que tú llamas dadaístas.
Por otro lado, coincidiendo con el fondo del artículo, quisiera verlo desde un punto de vista un poco más optimista, y como dice portos pues pensemos que esa marabunta de agencias permite traer a Rothko para que dos o tres lo puedan admirar.
Saludos
2007-12-18 19:05
Tambien es verdad, Marcos.
Pero un nuevo movimiento tipo Dadaismo podria ser sensacionalisimo y beneficiosisimo para esta epoca antipoda a la edad de oro, que quiza necesita desadormilarse.
El movimiento Dada, en mi poco autorizada pero entusiasta opinion, no fue valioso por si; sino por que dio pie al surrealismo y, consecuentemente, a que se expresara ese gigante Dali.
2007-12-18 19:11
Voy a dar la vuelta a la tortilla, es un simple ejercicio mental.
Yo, que no se si pertenezno a la chusma, considero que prácticamente todo el llamado arte “norteamericano” (excluyan algunos europeos emigrantes) es pura basura. Especialmente cómico el asunto del expresionismo abstracto (Pollock) en libre competición cultural (guerra fría) contra el realismo socialista (en especial escultura y pintura, el cine es caso aparte).
A mi me emocionan determinados autores y se cómo sentirlos, tambien dónde y cómo visitarlos para verlos en las mejores condiciones posibles.
De lo que estoy harto (pero tiene cura) es de la chusma de sensibles espectadores cayendo en los topicazos y chorradas marcadas por los directores de museo y comisarios (más o menos políticos).
Para entender la cultura humana del último siglo el sitio menos indicado es esa mierda pinchada de un palo que los horteras llaman Gugy.
Respecto de Mark Rothko dos palabritas, era un estafador que se engañó a si mismo (estudié su obra y sus escritos) ¿Qué hallazgos formales hizo despues de considerar la existencia de Malevich?.
Ahora, ¿quienes eran los críticos que se fijan en Mark Rothko, quienes usan el pasado de Malevich para ninguneo el la libre américa ?
Basten estos apuntes para señalar a la otra chusma, que hace afirmaciones (en mi opinión) que rozan la imbecilidad, muy propia de malas y nefastas lecturas. Indicador de incapacidad para construirse un criterio propio.
Así, tambien yo puedo opinar. Pero nada de lo anterior puede tomarse en serio por que solo me sirve a mí. Ni acabo de creérmelo :)
2007-12-20 01:19
Innecesariamente agresivo. Podría decirse que es un estilo, pero más parece mala leche. Y prepotencia.
2007-12-20 13:12
Tu planteamiento, pese a ser bastante prepotente, no es desacertado del todo.
Cierto es que hay gente muy “patán”, pero creo que eres demasiado violento, al menos verbalmente. No sé quién te crees que eres para decir que tal persona es gilipollas o que a tal otro le partirías la cara. Tú debes ser de aquellos que se creen que únicamente ellos deberían poder ir a cierta playa o de excursión a cierto monte, porque sólo tú de entre los más de seis mil millones de seres humanos que habitan este pedrusco has sido dotado con una especial sensibilidad.
Parece que sabes un rato de pintura. Fantástico, alguien te debió inspirar. Pero igualmente estoy convencido de que tú mismo debes ser considerado un “patán” para muchos otros temas.
¿Qué hacemos? ¿Te rompemos la cara o llamamos a la Gestapo y que ellos se encarguen?
Saludos y relájate un poco.
2008-03-24 15:00
Tengo dos hijos de 4 y 5 años que habrán jodido alguna mañana placentera del Prado con sus “salidas culturales”:
Querido cultureta, mi hija con sus cuatro años reconoce Las Hilanderas, la Rendición de Breda o Las Meninas sin ningún problema, e identifica fácilmente la imagen de Velázquez. El “mayor”, con 5 años, distingue los cuadros de Velázquez con los de Goya o el Greco. Sin contar otras obras maestras afines a mis particulares gustos (Miguel Angel o Rafael).
¿No te parece qué merece la pena?
Soy el primero en reconocer lo difícil que es acaparar su atención y conseguir un comportamiento adecuado en un museo, de la misma manera que es evidente que de poco servirá dejarlos correr por los pasillos si no inviertes en explicaciones y luego refuerzas en casa. Pero vamos, con esas edades, las ofertas culturales son escasas.
¿A nadie se le ha ocurrido montar un “museo infantil” con reproducciones de arte?
En fin, hasta el museo del queso de Idiazábal que he visitado en Semana Santa está más preparado para mis hijos que cualquier museo de Madrid.
2010-01-19 03:09
Bueno querido Alber, esas son las consecuencias del divorcio del Arte (con Mayúsculas y museo) con la vida. Hay arte que se cuela en la cotidianidad, graffittis, pintadas, decoraciones, etc., ydel que el público en general disfruta o sufre.
Ese otro Arte, intelectual,comercial,elitista, que se agazapa en los museos y trisca sus pedacitos de fama de común acuerdo con los “curadores” y “críticos” y por el que muchas veces hay que pagar entrada (!!!!!!!!!!) es el Arte Oficial. No me cabe duda que hay muchas cosas meritorias en esos artistas y en ese Arte. Pero , refiriéndome a tus padeceres estético-sociales, la gente que nunca ha escuchado poesía por lo general no la entiende o la menosprecia, y, quien va al Guggenheim como quien va a Disneylandia espera encontrar algo diferente a las exigentes pinturas que registras. Mirar el Arte exige preparación, silencio, relax y no te puedes embutir un museo entero en una horas. Es como pretender comerse todo lo que hay en la charcutería de una sola sentada. Imposible. Si bien nuestro cerebro es muy poderoso, su concentración, si no eres un yogi avanzado y meditador, se diluye a los seis o siete minutos y se recobra al cabo de un rato para seguir en ciclos alternantes. A mi me pasa que los amigos me invitan a la discoteca y luego de media hora estoy desesperado por salir de allí: el ruido, la actividad frenética, la imposibilidad de hablar o tener una relación humana con otra persona me expulsan de ese ambiente podrido que a muchos fascina. Paciencia ,Alber. Falta un poco para que la gente abandone el status de homo-consumista y adquiera la sensibilidad que requiere contemplar Arte. Un camino es familiarizar al pueblo con las manifestaciones artísticas valiosas. Vivenciar el arte. En ese sentido visitar el Guggenheim es ya un aprendizaje: la arquitectura del edificio, los espacios logrados y el ambiente, hacen que la conciencia rompa con algunas rutinas y comencemos a aceptar que la belleza es posible y deseable.