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Computacion creativa y otros sueños por Francisco Serradilla

Francisco Serradilla es poeta y doctor en Informática. Su línea principal de investigación se refiere al desarrollo de Softbots (Robots Software) y Agentes Inteligentes en Internet. Ha colaborado abundamentemente con Almacén como articulista. Computación creativa y otros sueños se publicará los 25 de cada mes.

El futuro del libro

1) Sobre el libro electrónico

Antes de nada intentaré definir qué es el libro electrónico, ya que hay mucha confusión en ésto. El libro electrónico, en contra de lo que piensa mucha gente, no es un libro “para ser leído en el ordenador”, y tampoco es un libro “para imprimirse en papel”. Son éstos dos errores conceptuales que provienen de la adaptación directa del viejo concepto de libro en papel. La ley del libro (10/2007) lo define como “obra científica, artística, literaria o de cual­quier otra índole que constituye una publicación unitaria en uno o varios volúmenes y que puede aparecer impresa o en cualquier otro soporte susceptible de lectura”. Y es precisamente en el soporte donde tenemos que centrarnos. O más bien, en el no soporte, es decir, en que el soporte puede ser cualquiera. La evolución de los soportes hará cada vez más cómoda, ubicua y versátil la experiencia de la lectura. Y éste no es precisamente el efecto producido por el ordenador.

Por tanto, podemos entender que la poesía y, en general, la literatura en la red, se constituye en fuente de información para ser trasladada a otros dispositivos más adecuados a la lectura que el ordenador o el papel.

En la acualidad ya existen varios dispositivos que proporcionan esta nueva experiencia de lectura. De ellos podemos destacar algunas ventajas importantes frente a los formatos tradicionales: la portabilidad (podemos llevar con nosotros cientos de libros en 100-200 gramos de peso), la posibilidad de adaptar el tamaño de la letra a voluntad, lo que posibilita la lectura a personas con problemas de visión, y la disponibilidad gratuita de miles de libros de dominio público.

Los dispositivos actuales aptos para la lectura de libros digitales son las “Personal Digital Assistant” (PDA) y los dispositivos basados en tinta electrónica. Vamos a centrarnos en estos últimos, por ser los de más reciente aparición (y quizá por ello menos conocidos) y por ser –a mi juicio– los candidatos con más posibilidades de dar el relevo definitivo a los libros en papel.

La tinta electrónica es una tecnología nueva que se basa en adherir a la pantalla bolitas microscópicas que son negras por un lado y blancas por el otro. Mediante inducción magnética se consigue que la bolita se pegue por un lado o por el otro, generándose en la pantalla un micro-punto negro o blanco, o inclinada, consiguiendo un punto gris. Esta nueva tecnología tiene algunas diferencias sorprendentes con la de las pantallas TFT, que son a las que estamos acostumbrados. La más importante es que sólo consume energía al pasar la página, de modo que la autonomía de los dispositivos es de varias semanas de lectura. La segunda es que se consiguen resoluciones mucho más altas, similares en experiencia de lectura a la de los libros de papel, y además son perfectamente legibles en exteriores. Algunos de los dispositivos de tinta electrónica más importantes son el Amazon Kindle, el Sony Portable Reader, el Cybook Gen3 y el Papyre. Éste último se comercializa en España. Para una comparativa de estos dispositivos puede consultarse el artículo publicado en esta misma sección.

Otro fenómeno interesante en la evolución del mercado del libro es la aparición de la “impresión bajo demanda”. El lugar de referencia para esto es lulu.com, y una imitación española recientemente aparecida llamada bubok.com. En estos lugares los autores pueden crear sus libros digitales, que además podrán adquirirse en papel al precio fijado por el autor, haciéndose cargo la empresa del proceso de impresión y envío al destinatario final. La diferencia radical con el mercado tradicional de libros es que no hay tirada inicial, ni stock, ni gastos de edición. Cada libro comprado por el cliente es creado individualmente, cobrado y enviado al destinatario. El autor percibe un 80% de los beneficios, una vez descontado el coste de fabricación del ejemplar que, dependiendo del número de páginas, ronda entre los 5 y 10€.

¿Sucederá con los libros y los dispositivos lectores lo que en su día sucedió con la música y los reproductores de mp3? La verdad es que es de imaginar que sí, aunque el mercado del libro ha demostrado ser mucho menos dinámico que el de la musica, en parte quizá porque hay un sector conservador entre los lectores que se aferra al libro de papel. A pesar de ello es de prever que en un futuro cercano el papel irá cosiderándose cada vez más (entre otras cosas por factores medioambientales) como un artículo de lujo, con precios muy elevados y ediciones “de coleccionista”.

2) Sobre los contenidos digitales

En los países de ámbito anglosajón se está realizando un esfuerzo considerable por digitalizar y poner a disposición de los lectores la mayor cantidad posible de libros. Un ejemplo paradigmático es el Proyecto Gutenberg, que cuenta ya con más de 30.000 libros de dominio público disponibles para descarga. En España, sin embargo, este tipo de iniciativas no están siendo impulsadas suficientemente. Aunque tenemos como referente la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, su principal limitación es que los libros se distribuyen casi exclusivamente en formato PDF, que no es especialmente adecuado para la carga en dispositivos de lectura, siendo más bien un formato pensado para ordenador e impresora, o en HTML dividido en capítulos, lo que hace que la descarga del contenido completo sea bastante tediosa. Una muestra más de que hay algunos errores de concepto en la promoción de contenidos digitales.

Evidentemente, también existen lugares en los que, sin ánimo de lucro, y por tanto amparandose en el derecho de copia privada existente en la legislación de algunos países, entre ellos España, es posible la descarga de libros que aún no están en el dominio público. Esta alternativa es especialmente interesante en algunos géneros, como la ciencia ficción, en la que los libros se descatalogan en apenas seis meses, cumpliendo la función de facilitar el acceso a la cultura, tan cacareado por algunos, y que a veces se confunde con el de promoción del mercado.

¿Significan la copia privada, la impresión bajo demanda y el libro digital el fin de las editoriales? Muchos editores y libreros piensan que sí, pero creo que es así porque en su momento se perdió el norte del verdadero significado de estas profesiones. El cometido profundo de libreros y editores es ahora más importante que nunca, y éste no es otro que el de actuar de selectores de contenidos de calidad para orientar al lector en medio de la avalancha de información que supone publicar, como sucede en España, más de 68.000 libros al año. ¿Tiene esto algún sentido? En un país en el que apenas se lee (y aún menos literatura, por no decir poesía), ¿qué otros dineros fluyen para que se publiquen tantos libros? Dejo la pregunta encima de la mesa.

Un problema adicional para el mercado tradicional es la aparición de nuevos modelos de distribución de contenidos y de una nueva definición de propiedad intelectual, en la que todos los derechos no tienen por qué estar reservados. El la propiedad intelectual tradicional los derechos distribución, modificación y explotación pertenecían al autor y este podía ceder bajo contrato alguno de estos derechos a terceros. En el nuevo panorama de las licencias Creative Commons, por ejemplo, el autor puede por defecto ceder algunos de estos derechos a la comunidad, de manera que los trabajos puedan ser difundidos, modificados o vendidos por terceros sin necesidad de pedir permiso al autor. Naturalmente es el autor quien decide qué derechos cede y qué derechos conserva, estando estos últimos protegidos por la legislación tradicional.

¿Qué pasa con la poesía? Es comúnmente aceptado que la poesía no da rendimientos económicos al margen de los derivados de la promoción de la cultura por ministerios y ayuntamientos, así que los poetas se han volcado a difundir sus propios textos por la red. El razonamiento es: “si nunca gané dinero con mis poemas, ¿qué más me da distribuirlos abiertamente y al menos así seré leído?”. En palabras de José María Guelbenzu:

«A un escritor que se ha dejado la vida en su escritura lo único que realmente le interesa es haberlo hecho, y también la perdurabilidad de su obra, por lo que tiene de indicador de que ha creado un mundo con vida propia que le sobrevive. Imaginemos ahora a cualquiera de los autores que se encuentran criando malvas si les despertáramos para decirles que los editores del presente se están aprovechando de su obra libre de derechos… porque ésta sigue viva en el día de hoy. El dominio público es un bien para el autor porque multiplica las posibilidades de ser leído en el tiempo, de estar en los catálogos de los editores. ¿Qué puede significar para él la hipotética malicia de tal o cual editor frente a la vía natural para el conocimiento de sus textos? Los muertos tienen otros intereses.»

3) El mercado y el problema

Y como medio de financiación aparecen nuevas figuras: donaciones, mecenazgo, publicidad, esponsorización. El mercado tradicional de la creación está abocado a la desaparición, y en su lugar surgirán nuevos sistemas en los que lo único que está claro es la desaparición de los intermediarios. Los creadores harán llegar su obra directamente a los usuarios, porque si no lo hacen ellos lo harán otros con menos calidad y cuidado. Así que, ante este panorama, ¿Cuál es el papel de los libreros y editores?

De nuevo la respuesta es evidente. El librero de toda la vida conocía los gustos de sus clientes, estaba al tanto de lo que se publicaba y era capaz de recomendar a cada lector el libro adecuado. En el fondo podríamos pensar que estaba cobrando no por un fajo de papeles, sino por sus servicios y su conocimiento. Pero ese librero fue desapareciendo, reemplazado por grandes cadenas que vendían libros como si fueran salchichas. ¿Cuál es el valor añadido de estos libreros en el sistema? Ninguno. El editor de toda la vida seleccionaba cuidadosamente los libros que iba a editar; leía los originales y, aún en el caso de rechazar la edición, daba su opinión al escritor, recomendándole aspectos a mejorar en nuevas obras. Existían correctores de estilo que pulían los originales. Ahora se cobra al autor por editar los libros en las ediciones de vanidad, y los correctores han desaparecido (he visto libros con faltas de ortografía). ¿Cuál es el valor añadido de estos editores al sistema? Ninguno.

Pero, por otro lado, si cualquiera puede editarse su propio libro, el mercado se ve inundado por miles de publicaciones de baja calidad. ¿Y dónde queda el lector? ¿Puede un lector, que quizá lea quince o veinte libros al año, encontrar lo que pueda satisfacerle buceando en un mar de 68.000 libros publicados anualmente?

Y para empeorar un poco más el panorama, el crítico de toda la vida ha desaparecido. Los culturales de los periódicos solo reseñan los libros de las empresas de su grupo, y se han conocido casos de cese de críticos por ser precisamente críticos con algún escritor del “grupo”. Pero si sólo son conservados en plantilla los críticos no críticos, ¿cuál es el valor añadido del crítico en el sistema? Ninguno.

Visto todo esto… ¿no ha cavado el sector su propia tumba?

4) La solución: encontrar la aguja en el pajar

Pienso que la solución, y el modelo de negocio del libro en el futuro, pasa por la reactivación del papel originario de estos tres colectivos: el editor, el librero y el crítico. Es más que nunca necesario su esfuerzo para distinguir el grano de la paja. Es imprescindible un resurgimiento de las labores de filtrado de la información que realizaban estos colectivos: el editor para rechazar los malos candidatos a libro, el crítico para rechazar los malos libros que dejó pasar el editor y para hacer ver las virtudes e innovaciones de los buenos libros, y el librero para conocer a su cliente y saber qué libro encaja con qué persona.

Estos tres roles pueden ser realizados por humanos o en su defecto por sistemas computacionales. Pero de eso hablaremos en otra ocasión.

Francisco Serradilla | 25 de julio de 2008

Comentarios

  1. Pablo
    2008-07-25 13:28

    Interesante reflexión, aunque creo que al final te contradices un poco: si durante el texto dices que los intermediarios están condenados a desaparecer, ¿qué sentido tiene ya preguntarse por el papel del editor o el librero?

    En mi opinión, el lector del futuro (y en realidad ya el del presente) lo que pide son buenos críticos que le filtren las miles de obras mediocres, para poder escoger esos 10 ó 12 libros que puede leer al año, simplemente a partir de la impresión que saque al leer las críticas. Buena parte de esos críticos probablemente serán otros lectores que expondrán sus críticas en la red, creándose así una especie de “crítica democrática”, mucho más útil que la actual, comprada por las grandes editoriales para promocionar sus best-sellers.

  2. La Peqeña Febe
    2008-07-25 17:22

    Es cierto que cada vez se lee menos, que la poesía menos todavía, que pese a ello la industria del libro sigue creciendo. Está claro que aquí hay un error de forma. Pero también de fondo.

    Cuando apareció Gutenberg y su artilugio, los monjes se le echaron encima, temerosos de perder el monopolio del libro. Además, aquella imprenta fomentaba la difusión de la lectura, hacía la cultura más accesible. Eso hace pensar al pueblo. Eso es malo para los dirigentes.

    En países anglosajones, además de haber estudios artísticos superiores específicos, encaminados al arte de la escritura (al igual que música, danza o bellas artes, como sí hay en España), toman otras iniciativas como las que comentas. No hay canon (de esto ya hablé en un artículo anterior), el concepto de copia privada es otro, etcétera.

    El tradicionalismo hace también que mucha gente hoy día diga cosas como que “un libro tiene su historia, lágrimas secas en sus páginas o manchas de chorizo”. Todo eso es muy bonito, pero los árboles se talan a diario y vuestro planeta se resiente. O dicen que “una pantalla daña la vista”, inconscientes de la existencia dispositivos de tinta electrónica, por ejemplo.

    Hasta que no se venzan todas esas cuestiones, la literatura no pasará a su tercera fase en la que tan envueltos estáis ya para todas las demás artes (especialmente en videojuegos): la era la digitalización.

  3. Yosto
    2008-07-28 17:58

    Pero es que, Pablo, los editores no son intermediarios, o al menos no son los intermediariso alos que se refiere Serradilla: los distribuidores, incluso los libreros. Los editores han de ser (re)tomados como aconsejadores, como selectores: un autor sólo tendrá difícil hacerse ver; un editor que tenga cierto nombre hará esa función de visivilizador.


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