Aún siendo un jugador discreto, Pau Pascual es, desde niño, un amante apasionado del ajedrez. Un juego que nutre y es nutrido por la matemática, la lógica, la pintura, la literatura, el cine, la historia, la música, la psicología… Viaje al ajedrez presenta, los días 10 de cada mes, gotas de ese universo, curiosidades e historias tan atractivas para legos como para quien conoce y disfruta ya de este mundo lleno de emociones.
«Muchos años después, frente a la máquina pensante, el ajedrecista Garry Kaspárov había de recordar aquella tarde remota en que su padre le enseñó a jugar al ajedrez»
El once de mayo de 1997, Deep Blue, “Azul profundo”, una supercomputadora con más de quinientos procesadores en paralelo, capaz de calcular y analizar doscientos millones de posiciones por segundo, derrotaba al mejor jugador del mundo, y quizás de la historia, en la revancha del Enfrentamiento Hombre vs. Máquina.
Pero retrocedamos 250 años. A mediados del XVIII, el ingeniero húngaro Wolfgang von Kempelen construye el Turco, un autómata que juega al ajedrez y que será capaz de ganar a los mejores jugadores de su época.
La máquina consistía en una figura de un Turco a tamaño natural, sentado ante una caja de 120 cm de ancho y 90 cm de altura, sobre la cual había un tablero de ajedrez. El Turco estaba articulado de cintura para arriba, y era capaz de realizar los movimientos de las piezas. No sólo eso, sino que fue prácticamente invencible. Evidentemente, dentro de la máquina se escondía un humano con su correspondiente cerebro que pensaba y dirigía los movimientos. Pero durante mucho tiempo se creyó que aquel ingenio mecánico realmente sabía jugar al ajedrez.
Antes de cada exhibición, Kempelen mostraba al público el interior de la caja, donde se veían las poleas y engranajes que movían los miembros articulados del Turco, así como el complicado juego de mecanismos que supuestamente dotaban de pensamiento a la máquina. Como cualquier ilusionista profesional de la época, Kempelen era capaz de ocultar hábilmente ante la audiencia al hombre que había allí dentro.
En el siguiente fragmento de la película Le joueur d’echecs (1926) vemos una recreación de la presentación de la máquina pensante ante la aristocracia de Varsovia.
El armario tenía un falso fondo detrás de los cajones inferiores, donde se sentaba el operador. Mientras se abrían las puertas delanteras, los cajones y las puertas traseras, éste cambiaba su postura quedando oculto ante el público.
Aún siendo un engaño, el autómata era una máquina sofisticada. Incorporaba elementos que permitían al operador seguir el juego sin ver el tablero exterior y hacer que el Turco fuera capaz de coger y mover las piezas. En la parte opuesta del tablero principal se encontraba un tablero secundario que el operador usaba para seguir el juego. El fondo del tablero principal tenía un resorte bajo cada escaque y cada pieza contenía un imán. Cuando el contrincante levantaba una pieza, un resorte caía a su posición inicial. Cuando situaba la pieza en otra casilla, otro resorte era atraído. Este sistema permitía al operador saber qué pieza había sido movida y dónde. A su vez, reproducía la jugada en un tablero propio. El operador hacía entonces su movimiento en este tablero, dotado de un mecanismo encajado que el maniquí reproducía en el tablero principal.
El Turco supuso un monumental engaño de la época, aunque personalmente pienso que fue una maravilla de la ciencia, de la astucia, de la imaginación y del fraude. Kempelen amasó una fortuna bien merecida.
El autómata fue exhibido por primera vez en el año 1770, en la corte de la emperatriz María Teresa de Austria, causando una gran sensación. Posteriormente realizó una gira por Europa durante la década de 1780 que lo popularizó e hizo correr ríos de tinta.
Veamos una interesante partida de aquellos años en la que el Turco sacrifica las dos torres en un bonito final.
En otro fragmento de Le joueur d’echecs podemos ver una recreación de la partida Catalina II vs. el Turco. La emperatriz lo pone a prueba realizando una jugada ilegal. El turco reacciona moviendo bruscamente el brazo y tirando todas las piezas.
Durante la “vida” del Turco, pasaron diferentes ajedrecistas por su interior. Poco se sabe de ellos en esta primera época. Se dijo que el primero fue un oficial polaco llamado Worowski quien, además de jugar bien al ajedrez, tenía las dos piernas amputadas, hecho óptimo para meterse dentro de una caja y pasar desapercibido. También se ha especulado sobre Józef Boruwlaski, un famoso enano polaco. La cuestión es que Wolfgang von Kempelen murió en 1804, sin haber desvelado públicamente el secreto del Turco.
Uno de los hijos de Kempelen heredó el autómata y lo vendió a Johann Nepomuk Maelzel, profesor de violín en Viena, quien dedicaba el tiempo libre a construir estrafalarios aparatos musicales.
Precisamente, Maelzel fue amigo del mismo Ludvig van Beethoven. Maelzel le encargó una pequeña obra sinfónica para estrenar el panharmonicon, un instrumento musical que él mismo había inventado. Más tarde incorporó al Turco una caja de música que tocaba la melodía de esta composición durante las partidas de ajedrez.
Maelzel realizó una nueva gira por Europa y más tarde por América. A diferencia de la etapa anterior, se conocen los diferentes ocupantes del Turco, quienes fueron reputados maestros ajedrecistas.
El primero en meterse dentro del Turco de Maelzel fue Johann Allgaier, un ajedrecista austríaco de alto nivel, quien probablemente debió aterrorizarse el día que le tocó derrotar a Napoleón Bonaparte. Aunque se ha dicho que Napoleón fue un jugador de ajedrez con fama de buen estratega, hay que decir que en la partida contra el Turco no estuvo demasiado acertado.
Otro jugador relevante que se escondió en la caja fue Jacques François Mouret, sobrino nieto del gran ajedrecista Phillidor. Veamos una bonita partida que ganó el autómata, ofreciendo un peón de ventaja antes del inicio del juego.
Años más tarde, Maelzel malvendió el Turco a Eugenio de Beauharnais, hijastro de Napoleón, el cual estaba extremadamente intrigado con el aparato. Con el dinero obtenido, Maelzel financió a Beethoven para que siguiese componiendo, y en 1817 recompró el Turco al príncipe Eugenio, por la suma recibida más los intereses de los beneficios, cosa que nunca hizo, pues en en 1824, tras la muerte de Eugenio, huyó a Estados Unidos para no pagar la deuda restante a sus herederos.
La gira en Estados Unidos fue un éxito, pero también el inicio del fin. El último ajedrecista que ocupó el autómata fue William Schlumberger, un hombre gordo, que en una ocasión quedó atrapado en la caja y, al pedir ayuda desesperadamente, desveló el secreto del Turco. El misterio finalizó definitivamente en 1836 con la publicación en The Southern Literary Messenger del artículo “El jugador de ajedrez de Maelzel” firmado por Edgar Allan Poe, donde argumentaba de forma rigurosa que el autómata debía tener un hombre en su interior.
Maelzel decidió llevar al Turco a Cuba, donde empezaría una gira por Sudamérica. La inesperada muerte de Schlumberger en la isla hizo que Maelzel, deprimido, decidiera embarcar de nuevo a Estados Unidos. Durante la travesía, se dedicó a emborracharse encerrado en su camarote hasta que fue hallado muerto. Su cuerpo fue arrojado al mar.
El Turco pasó a manos del chino Winston Pil, quien lo donó a un museo de Filadelfia donde, finalmente, un incendio acabó con toda esta entrañable historia. Habían pasado 85 años desde la creación del autómata.
Siglo y medio después, en la misma ciudad de Filadelfia donde las llamas destruyeron al Turco, Garry Kaspárov sufriría la primera derrota del hombre contra una verdadera máquina de ajedrez.
2011-12-21 00:17
Hola Pau:
Me encanta tu columna. Yo sólo conozco los rudimentos del ajedrez, pero las historias que cuentas en torno a él son apasionantes. Por cierto, me ha llamado la atención una cosa. ¿Sabes si el escritor alemán Michael Ende era aficionado al ajedrez? Uno de los personajes de su libro Jim Botón y Lucas el maquinista se llamaba “Nepomuk”. Además el tema de autómatas en forma de turco que juegan al ajedrez, es muy afín al imaginario de este autor. También hay otro autómata, “el Gran Turco” de la novela “El museo de los sueños” de Joan Manuel Gisbert que me ha venido a la memoria con esta historia.
Muchas gracias por tu trabajo
2011-12-21 14:59
Gracias Santi, por ayudarme a desenpolvar gratos recuerdos. Yo tambien recuerdo al entrañable “Jim Botón y Lucas el maquinista”, uno de los primeros libros de verdad que leí de pequeñito (otro fue el “Kasperle”). Tambien me has hecho volver a la memoria al personaje llamado “Nepomuk”, nombre de pila de Maelzel… Qué cosas.
Y hablando de novelas, recomiendo especialmente un libro reciente, “La Máquina del Ajedrez” de Robert Löhr, ambientada en la primera época de El Turco. Espero que un dia alguen ponga una reseña aquí. Vale la pena.
2012-06-26 22:42
Gràcies Pau per fer-me recordar aquests llibres tan entranyables….Jo encara els tinc!!