Purranki Sandongui ha colaborado antes con Almacén en su columna Zasnujismo. Además publica la bitácora 3l Potadero de Bleturge. Su columna aparece los viernes. Esta sección dejó de actualizarse en julio de 2008.
Dicen que Newton descubrió la ley de la gravedad después de tumbarse bajo un manzano a echar la siesta. Y que Mendeleiev descubrió la tabla periódica después de hacer lo mismo, cuando le cayeron en la cabeza, y por orden, cada uno de los elementos de la famosa tabla, aislados en su forma más presentable.
A Darwin le pasó lo mismo, o algo parecido. Lo que le cayó a él fue un mandril. Y a Copérnico un meteorito, y a Galileo los huesos de Copérnico. Y a Euclides le caería una longitud sin extensión. El propio Arquímides estaba dormido en la bañera cuando una sandía de considerables dimensiones fue a parar a su regazo, provocandole a la vez sorpresa y extrañismo.
Afortunadamente, en vez de ser enanos sobre los hombros de gigantes, ellos eran gigantes que llevaban a todas partes unos como enanitos en el hombro, y no se arredraban tan fácilmente. Cada uno de ellos realizó al despertar un fino análisis de todo lo que había ocurrido y lo puso por escrito para provecho de la humanidad, que esplendorosa, se proyecta hacia adelante a toda velocidad como un puño de rabia hacia el horizonte.