Una de las formas más baratas de viajar es, sin lugar a dudas, drogarse.

Es cierto que las drogas parecen caras, pero eso es debido a que solemos compararlas con otras cosas que también solemos comprar al peso. Suele ser más caro un kilo de dronga que un kilo de tomates, por buenos que sean los tomates. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que consumimos relativamente poca cantidad de droga. Menos que tomates, en todo caso. O eso espero, que me consta que hay gente muy rara leyendo esto.

En todo caso, la comparación adecuada es con las ofertas de las agencias de viajes. Hay que comparar, por ejemplo, siete días en playa Bávaro con siete días en casa sin bajar la basura y gritando incoherencias por el balcón cada seis horas. A cuánto saldría. O bien un crucero por las Hébridas comparado con cuatro días seguidos viendo el canal de teletienda, hipnotizado, gritando sauna-belt, perfect-cut, comfort-plus. Está demostrado que se pierde mucho antes el sentimiento de realidad con la teletienda. De alguna forma, la teletienda es una realidad amplificada que se desmiente a sí misma por el principio de exageración.

En todo caso, una vez estamos ahí hemos conseguido huir de esta realidad que tan poco nos gusta y podemos dar rienda suelta a nuestros conceptos. No se ha escrito todavía, pero seguro que puede haber una guía completa con los trajes típicos y la comida regional de dronguilandia. Todas esas ideas geniales que después no lo son tanto, como la mismísima idea de drogarse.

Si te llevas una cámara a drogaworld, que sea de las de carrete. Siempre hay mucho más misterio al recoger las fotos, y puedes argumentar ante ti mismo que seguramente ha habido un error y se han traspapelado las fotos con las de otra persona. Esto es una salida de emergencia.

Una ventaja es que no hace falta hacer la maleta. Sí conviene, sin embargo, tener preparados muchos yogures y un chándal confortable para bajarse a la plaza en un momento dado, dando miedo a los vecinos porque los yonquis bajan el valor de los pisos etc.

purranki