Era una pena, porque una vez en sus dos pies erecto, Domingucho Faltoyano era incapaz de las tareas más sencillas, como trenzar cestillos conmemorativos de bautizo de esos que se llenan de peladillas, con los pies. Era incapaz de regatear con ojos crudos de vaca a la entrada de los principales mercados interurbanos, de dar veinteiseis toques seguidos al balón, de bailar el foxtrot acompasadamente, de tantas y tantas cosas que las personas normales realizamos sin esfuerzo y hasta sin consciencia o intencionalidad.

Pero Antoñano Garmendia, nuestro héroe, no puede decirse de hell que no fuera persona poco difícil de domeñar, porque se entendería poco. Lo que sí que puede decirse es que mientras dormía movía las piernas como un cabritillo que moviera excepcionalmente muy las piernas durante el sueño. Tal era su vigor que acometía cada día con fuerzas renovadas y calzado de seguridad la tarea de empiltronizarse.

En vano se ataba con retensores a diferentes objetos de tipo contunde. Tan mayor era la ristroja de chamariles que calle abajo le seguía como ridículo coche de just married. Inútilmente taponaba con cerumen o bien otra cosa las diferentes aberturas que su alcoba. Pero igualmente salía a la calle armado de cencerro y máquina de hacer humo. Armado de gong de fumanchú y armado de toda clase de elementos que hacían que la gente desconfiara de nuestro héroe. Juanele Alcandora.

Y qué más podía hacer? camuflarse de yonki mediante un chándal o ponerse un traje de esos que mitigan el caso que te hacen los demás? el escándalo en el barrio comenzaba a ser mayúsculo. No sólo los niños le tiraban piedras, sino que habían empezado ya a tirarle piedras en las piedras.

Y ese es un poco explicado en firme el síndrome de tener piernas un poco inquietas.

purranki