Purranki Sandongui ha colaborado antes con Almacén en su columna Zasnujismo. Además publica la bitácora 3l Potadero de Bleturge. Su columna aparece los viernes. Esta sección dejó de actualizarse en julio de 2008.
Hay un tipo de lucha muy bestia y muy ilegal en muchos paises que se llama K9. La K9 es una lucha mucho más bestia que otra lucha que ya es bastante bestia y que se llama “pride”. En la lucha llamada extrañamente “pride”, suele ganar el primero que conecta el primer rodillazo o codazo. En la K9, sin embargo, la cosa es más sutil.
Vaya por delante que desprecio este y cualquier otro tipo de lucha, y también desprecio a los luchadores, a sus familias, y a los que venden perros calientes y aros de cebolla en la grada, y a los que opinan en un sentido o en otro a favor o en contra de esta lucha. De hecho, desprecio a muchísima gente por este y por otros motivos, con razón o sin ella. Me doy cuenta de que no es importante mi desprecio ni lo que ustedes deban pensar sobre él. No es el caso.
El caso es que la sutilidad del K9 a ojos de un profano como yo consiste en ver a dos checos gigantescos en Meyba, o a un checo y a un moldavo o brasileño o pakistaní o koreano, fuertemente abrazados en el suelo, inmóviles y forcejeantes, con la nariz aplastada contra segmentos no siempre afortunadas de la anatomía propia o ajena.
Mis ojos de profano, de extraterrestre, si se me permite la licencia, no entienden cómo detrás de esa aparentemente inmovilidad hay una pugna sorda y desesperada, hay luxaciones y abrasiones invisibles al ojo humano, hay torceduras que decantarán misteriosamente la lucha en favor de uno de los dos animales humanos.
Eso creo que pasa normalmente cuando uno duerme. Que está luchando con íncubos apaleadores y que ofrece sin embargo una sensación de placidez. Y que ese es el motivo para que nos despertemos hechos gofio cuando todo el mundo nos dice que qué bien hemos dormido.