Me dejó hecho polvo los otros días un anuncio que urgía a todas las mujeres de mediana edad a luchar contra las arrugas también durante el sueño. Puede que parezca una bobería quedarse agotado tras ver un simple comercial televisivo, pero es que yo consto de un espíritu muy impresionable.

Ante este tipo de manifestaciones extremas, me hago la siguiente pregunta:

-Qué pasa?

Y la siguiente reflexión lanzada directamente a la basura:

Un poco de tregua, basta de luchar durante el sueño contra las arrugas profundas. Puede que nuestro ser dormido se encuentre a gusto envejeciendo con dignidad y no tenga un craving por aplicarse placentas de ballenas muertas durante horas para lograr rejuvenecer hasta ocho minutos cada noche.

Y las redecillas y emplastos, y los bigudíes y cernedillos, y los múltiples afeites y fundaciones que tanto y con tanto acierto criticó el misógino Sant Vicenç de Calders, así se halle en una ahora mismo.

Por qué tenemos esta concepción tan monolítica de la personalidad? no sólo aceptamos sin pestañear la ficción de ser los mismos de lunes a sábado, sino que además pretendemos ser los mismos mientras pastamos por nuestro cotidiano prado y mientras yacemos semiamortajados en nuestra nocturna piltra.

Nada más lejos de la realidad. El ser dormido no somos nosotros. Pasa como con ese consuelo imbécil de la muerte, ese de que cuando la muerte es nosotros no somos y al revés. Aquí lo que pasa un poco es que mientras dormimos no importa tantísimo lo que pensemos de nosotros mismas durante la vigilia. Y eso habría que tenerlo en cuenta.

Es decir que puede que nuestro subconsciente no esté de acuerdo en nuestro loco galope por conseguir la juventud eterna y restallante. Y que esa sea la verdadera razón de sufrir continuados ataques del Síndrome de Lobito mientras dormimos. He dicho puede, nada más.