Como cualquier persona sensible, me fascina el tema de los santos, particularmente el de aquellos cuya hagiografía apenas ocupa un párrafo. De la mayoría apenas sabemos algún detalle escabroso de su muerte, o algún milagro inútil o incomprensible obrado en contra del natural decaimiento de las cosas.

En particular me fascinan los santos estilitas. Unos santos cuya característica común es la de haber subido un buen día a un poste para no bajar jamás. Afables aldeanos apoyaban su loco propósito por motivos inexplicables, concretando su apoyo en cestas con vianda, mientras que las fuerzas gravitatorias se encargaban de los alimentos una vez procesados por los tractos digestivos de los santos. Y en medio de todo eso, estaba el tema de dormir.

Mucha gente se preocupa de cómo habrán de dormir los astronautas, nuestros modernos estilitas, si será atados por alguna extremidad que puedan tener y unidos entre sí como los globos en forma de animal o bien si podrá ser enganchados con trajes de velcro a algún lujoso tapiz goyesco de los que seguramente decoran el espacioso salón de baile de alguna de las numerosas estaciones orbitales que controlan nuestros tics y nos apuntan a la nuca.

Yo encuentro en los santos estilitas una versión de bricolage del astronautismo moderno. Así como no se puede entender éste sin aquel, no es menos cierto que aquel no se puede entender de ninguna de las maneras, ya que aquel es muy raro y traido por los pelos.

Tendrían edredón nórdico? se colgarían por un pie como hacen los jamones en cautividad? Genera el organismo humano moléculas de santidad durante el sueño así como durante la vigilia, o es menos santo un varón de mediana edad si está dormido que si está despierto? Esa tercera parte de la vida que pasamos en coma, es un terreno amoral?

Eso no es una cuestión baladí. Algunos teóricos, menos estrictos que este su humilde lamesuelos, afirman que nada han de importarnos los sueños húmedos con monaguillos ni los crímenes cometidos durante nuestros paseos sonámbulos. Que no hay que preocuparse de los sueños, y que Freud era judío y masón. Y de Logroño, si me apuras.

Pero yo opino que no. Que importa casi tanto una cosa como la otra, y que se puede, incluso se debe, tener sueños piadosos en los cuales amamantamos nutrias y recogemos algodón para nuestros benefactores para así, una vez despiertos, poder bajar de la columna y dedicarnos a cuestiones que realmente importen y pegarle en la cara a los pastores transhumantes y a los mimos callejeros.