Purranki Sandongui ha colaborado antes con Almacén en su columna Zasnujismo. Además publica la bitácora 3l Potadero de Bleturge. Su columna aparece los viernes. Esta sección dejó de actualizarse en julio de 2008.
Los tipos de cintas de relajación los tengo yo controladísimos. Para ser serios con las cosas imbéciles habría que hacer una clasificación preliminar en la que se diferenciase adecuadamente qué cosa es una cinta de relajación, qué cosa una cinta de dormir y qué cosa es simplemente una cinta de las de aburrirse, que una cosa es la relajación y otra muy distinta pues el relajo.
Pero no me apetece. O sí, ya veremos. Podríamos empezar donde empieza todo, en las tiendas esas en las que venden ropa ultrakumbayá y a la vez palitos de incienso y a la vez elementos de decoración de dudoso gusto, fuentes motorizadas, lámparas de lava y bolas chinas de las que relajan pero no hay que meterse en ninguna cavidad corporal sino que hacen como una especie de ruido.
Allí, en un lugar destacado al lado de la caja para evitar el descuento de los cinco dedos siempre hay una patulea de compacts con portadas en las que salen kotos y ballenas megápteras y bastantes icebergs y a tope de hiedras y brumas cripto escocesas. Parece una puerta a un mundo nuevo de sensaciones lacustres y merecidamente olvidadas. Es verdad. El algoritmo de selección no podría ser más sencillo: se elige uno cualquiera. Esto es posible porque todos contienen la misma música pero tocada por personas con distinto peinado.
Se elija lo que se elija, hay cosas inevitables. Paso a describir un poco:
Al principio hay siempre lluvia sobre los verdes humedales del follaje. Y poco a poco se va dejando oir una especie de gaita o a lo mejor una siringa, dialogando con un arroyuelo. El amable lector entenderá qué tipo de nivel mental ha de tener una persona para sacar algún fruto del diálogo con un arroyuel,o con una pera. Entonces, seguramente hay lo que parecen unos trinos de pájaros o un ulular de mandriles de llamativo cularro. Y un ventear de céfiros glaciares por entre lontanos collados. Y una reverberancia cristalina de xilófonos mongoles, y un como rumorear de campanillas chinas. Todo esto es para distraer. Supongo que a los chinos y a los mongoles esos que viven en mitad del bosque acariciando delfines les ponen grabaciones de vespinos con el tubarro vociferante, y rumores de multitudes gritando gol, porque el rumor de las hojas secas craquiñadas por pies de corzo les parece parte del cotidiano atrafague. Coge la liana, solo tú encuentra leña, acaricia un castor, saluda a U-Thant, talla un mandala. El no parar. Y lo nuestro les parece por contraste la escondida senda esa.
Lo peor es que, en medio de todas estas cosas lamentables de corzos y flautas traveseras, cuando más ilusionado estaba yo esperando el chasquear de las lenguas de los ballenatos encabritaos, resulta que entra de golpe un pavo y dice “imagina que estás ante una pantalla en blanco”.
Y yo me imagino a sus muertos pisoteaos, porque estaba yo allí como medio endormiscado y rodeado de lúbricos manatises a la vez que de gaiteros inevitables y va y aparece de la nada una especie de maestro de reiki oligofrénico, con su túnica y sus gafotas de culo de vaso y su pinta de redactor de karma 7. Y lo lamento mucho. Lo lamento tanto que lo estamparía contra la pantalla en blanco esa.
No sé a ustedes, pero a mí todo esto no me da sueño. Más bien me pone de los nervios.