Tuve el más extraño de los sueños. En él conducía una cosechadora por un campo asfaltado. A mi alrededor, simpáticos individuos hacían gigantescas parrilladas de butifarras y alimentos fálicos en general. Olía como una ciudad bombardeada. Yo silbaba canciones del tipo villancico porque son melodías fáciles y yo no silbo muy bien, ni siquiera en sueños. Por lo visto me preocupaba seriamente el no encontrar nada para cosechar.

Creo que este sueño significa lo siguiente:

A uno le dan un cuchillo y acuchilla, le dan un sacacorchos y descorcha, le dan una cosechadora y cosecha. Eso es lo peor y lo mejor de los seres humanos. No necesitamos de un sargento o de un candidato a presidente para tirar nuestra libertad por el cagadero, nos basta con un telesketch. Los objetos nos pueden.

Es difícil decir hasta qué punto los utensilios que nos rodean son útiles o nos utilizan. Esto que digo resulta obvio si pensamos en coches o en guitarras, o en lo que pasaba en tiempos con las armas más variadas. Los arqueros, los espadachines. Todos peleles poseidos por el espíritu de la cosa. Una sola persona puede de esa forma valerse de mil hombres espada como si utilizase una sola espada muy gorda.

Como no podía ser de otro modo, abdicar de la personalidad aliena. Vivimos en un mundo en el que todo se manufactura en serie, por lo cual nuestra peculiar forma de alienación ni siquiera puede ser individual. No digo original, digo tan solo individual. En un mundo en el que resulta difícil soñar con objetos distintos de los creados para nosotros un objeto que no sirve para nada es todo un desafío. Un objeto mal hecho, que se rompa y que no cumpla bien función alguna, o que la misma función sea risible, de forma que no caigamos en la tentación de identificar uso, objeto y vida.

Se puede decir “soy un tunero”, pero difícilmente nadie dirá “soy una persona de esas que se corta los pelos de la nariz con un instrumento de la teletienda y eso para mí es lo máximo”. Menos estilo, y no más, eso es lo que necesitamos. Creo.