No es tema baladí. Porque nadie puede decir que esté libre de enemigos. Y si no los tiene, se los puede granjear fácilmente durante el sueño. La gente cambia de opinión de las maneras más diversas. Nada impide a un desconocido de Logroño cobrar súbita consciencia de nuestra existencia, agarrar el intercity o el interplanet y plantarse a la vera de nuestro lecho, anhelante, fuera de sí, con unos cuchillos que él mismo haya quizás afilado con todo su cariño y su inquina.

Una vez queda suficientemente establecido que todo el mundo puede ser apuñalado durante el sueño sin motivo alguno, parece urgente pensar qué puede hacer uno para protegerse.

En principio, subir el embozo hasta taparse la nariz no es solución suficiente. Si el enemigo es pertinaz nos hallará igualmente. A no ser que sepamos exactamente quién o qué es el enemigo y entonces secuestremos a su madre y la coloquemos en nuestro lugar mientras nosotros nos escondemos en el lavarropas, que habremos vaciado de mecanismos y estorbos, bien provistos de los cuchillos que nosotros previamente habremos afilado con todo nuestro cariño etc. Se entiende, no? Es la táctica de la Tortuga de Patroclo. Emplear un señuelo que tenga o no rulos y que no pronuncie bien la R.

Sin embargo, todo niño sabe que el escondite es un juego abocado al fracaso si se juega durante suficiente tiempo. Digamos que es un juego unipolar. De mejor o peor manera, el juego de verdad comienza en realidad al ser encontrado. Y ese encuentro no debe suceder durante el sueño, insisto. Dormidos no podemos defendernos. Surge la necesidad del insomnio defensivo, que es pasatiempo harto entretenido aunque extenuante.

Consiste quizás en camuflarse o en viajar constantemente buscando lugares raros y posturas incómodas para dormir en los más variados medios de locomoción, teniendo en cuenta que enemigo nunca duerme o lo hace fatal, eso lo sabe todo el mundo, y podría perseguirnos, ser atraido por nuestras fogatas, estar al acecho detrás de unos matojos, desearnos el mal con ahinco.

Los trenes y aviones ofrecen una protección sólo aparente. En los trenes y aviones no para de entrar y salir gente, no hay manera de dormir, de estar seguros de que no vienen a por nosotros. No hay lugar en el mundo donde esconderse. Ni en los cines de sesión continua, ni en los edificios en construcción, ni en los lavacoches ni en las cuevas esas en las que plantan champiñones. Siempre hay un chotas que nos vende, o se nos queda un pie por fuera o algo.

Quizás lo más sensato sea aparentar la propia muerte, o aparentar ser nosotros mismos nuestro peor enemigo, o ser su muerte o la de algún familiar cercano. Calzarnos y vestirnos igual, ensayar animadamente un dialogo rocambolesco, decir algo que despiste. Quizás algo muy grandilocuente y filosófico, algo muy loco que lo deje pensando, o que haga que nos dé la razón, que ceda levemente. Tratar de caracterizarse a ser posible en el cuarto de baño y de madrugada, y hablar en voz muy baja pero muy rápido, imaginando que nosotros mismos viajamos a gran velocidad hacia una persona igual, hacia alguien al que por algún motivo hemos odiado de repente, alguien que vive en Logroño y que nos espera con sus cuchillos y sus miedos y su cara sin cara.