TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.
1. Lo primero que pensé cuando retiré el envoltorio a Mi libro de horas (Frans Masereel, Nórdica, 2013) fue que con ediciones así seguía mereciendo la pena el libro en papel: el volumen es una belleza como objeto, armónico, cuidado en todos los detalles, una hermosura que pide ser tocada, sopesada y que, claro, incita a proyectar esa perfección a su contenido. Puro placer estético.
2. Lo segundo que pensé, cuando comencé a pasar las grabados de Masereel uno tras otro, fue en Aventuras de un oficinista japonés. Una tontería, supongo, pero me pareció que aquel periplo festivo-surrealista en caída libre y cadenciosa era muy similar a este.
3. Hasta qué punto un libro publicado en 1919, compuesto de grabados, sin palabras, está en el origen avanzado de lo que hoy se da en llamar novela gráfica tendrá que ser determinado por los estudiosos e historiadores del cómic. Dependerá en su mayor parte de si realmente tuvo alguna influencia o fue un raro aislado y desconocido.
4. No quise decir antes que la belleza como objeto libresca imponga en este caso la edición en papel a la digital: carecerá esta última, obviamente, de las virtudes de las tres dimensiones, y no se podrá reproducir con bytes la elegancia de las formas, ni el peso en la mano ni el espesor… pero tendrá otras, una muy clara: se apreciarán mucho más detalladamente los grabados, que en el papel se ven pequeños en hoja y, claro, no pueden ser aumentados para apreciarlos mejor. Espero que Nórdica, como ya fue haciendo con otros libros de su catálogo, lo digitalice pronto.
5. ¿Y el contenido? Pues añado a la dicho dos cosas: por un lado, el gozo estético que produce la técnica de Masereel, gran facilidad de trazo para perfilar personajes y escenas; por otro, la capacidad rabelesiana (cuánta ironía en el título) para pintar, con un conjunto de viñetas mudas, un mundo entre lo carnavalesco, lo voluptuoso, el hedonismo y la realidad cruda y urbana de la Europa de hace un siglo, que es la nuestra.