1. Jamás habría comprado, de verlo en una librería, Aventuras de un oficinista japonés (José Domingo, Bang, 2011). Nada en su apariencia aprehensible por un ojeo me hubiese atraído lo suficiente como para leerlo. Pero me lo dejaron, un lector me lo puso en las manos y me invitó a leerlo.

2. A veces los prefacios sirven de algo. Y José Domingo dice algo en el suyo que a mí me llevó a interesarme por lo que iba a leer: el proceso de creación por improvisación: construyó la historia viñeta a viñeta, sin saber lo que sucedería en la siguiente página. Sé que los autores mienten, pero es que el resultado refleja, sea o no verdad, exactamente eso.

3. Y lo que pudiera ser un caos se transforma en una catarata maravillosa. Empezar a leer la primera viñeta es lanzarse a uno de esos toboganes gigantescos y llenos de pequeñas sorpresas, giros, túneles y saltos.

4. La perspectiva isométrica por la que opta Domingo, esa sensación de videojuego 2D vintage, es otro acierto indudable, al igual que el dibujo de apariencia sencilla, caricaturesco, horizontal.

5. Se trata de uno de esos raros libros que propone alternativas importantes, un libro otro, algo diferente y distinto en su planteamiento formal. No importa demasiado el resultado, brillante en cualquier caso, como el riesgo que se asume en el planteamiento, tan escaso, tan extraño al parnaso.

6. Y uno llega al final como se aterriza de una montaña rusa: mareado, eufórico y sin entender muy bien por qué se acabó todo, pues la caída hubiera podido continuar hasta el infierno.

7. (Sigue ocurriendo: me regalan un flamante premio nacional del cómic. Empiezo a leerlo pero veo que hay otros tebeos anteriores con los mismo personajes; acudo a la editorial, y no, claro, no hay versión digital. Una sencilla búsqueda en Google me da un enlace para descargarme TODOS los libros anteriores de la serie. Sigan dejando de ganar dinero.)