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Textos del cuervo por Marcos Taracido

TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.

Hermenéutica de los carteles electorales. Algunas notas

1. Los carteles electorales que inundan las vías de paso —calles, carreteras, plazas— en periodo electoral han de ser eliminados de las campañas, tanto desde el punto de vista de la reantabilidad publicitaria como de la madurez democrática.

2. Sólo si inscribimos abiertamente la democracia en un proceso regido por las leyes de mercado más salvajes tiene sentido poblar nuestros espacios con pósters de propaganda de los partidos que se presentan a las elecciones. Así, un cartel funcionaría con la misma lógica que un anuncio de colonia: es su estética, su mensaje extremadamente parcial, su contenido ficticio, su forma y el modo en que capta la atención del receptor a través de la generación de un mundo de ilusiones imposibles, es eso, digo, lo que consigue atraer al votante hacia una u otra opción.

3. Entonces, ¿hay algún elector que elija el sentido de su voto por la impresión que le causa un cartel de propaganda electoral? Si la respuesta es afirmativa, ¿queremos una democracia cuyos gobernantes son elegidos por ese tipo de razones?

4. Sí, sé que hay otras muchas formas de propaganda electoral de mercado, pero es que los carteles son una reliquia del pasado, de cuando la televisión era anecdótica, la radio y los periódicos tenían una influencia escasa e internet no existía. Es decir, que como propaganda están obsoletos.

5. Hay otro factor dentro de la lógica mercantil-propagandística de los carteles: la presencia. No se trata de qué bien lucen los candidatos o lo brillante y prometedor del lema, sino de estar, de ocupar espacios, de dar la sensación de que se es una opción válida a la hora de votar; y cuantos más carteles, mayor capacidad de transmitir esa sensación. Ni que decir tiene que esto redunda en la desigualdad quitando a los partidos pequeños la posibilidad de la presencia: no existen.

6. Aun la más bondadosa de las interpretaciones, la que ve en los carteles una representación figurativa y simbólica pero real de los candidatos y los partidos, una síntesis proyectiva de todo lo que harán por nosotros, redunda en la sociedad del espectáculo: ¿una democracia elige a sus representantes en base a eslóganes e imágenes que simplifican de ese modo un programa electoral de decenas de páginas y propuestas?

7. Y si todos los puntos anteriores pueden ser negados, entonces es que no influyen en absoluto en los ciudadanos dotados del derecho de voto. Si no influyen, sobran.

8. Son feos, intrusivos, caros, obsoletos, insultantes, ofensivos para la inteligencia del votante que ve como se quiere comprar su apoyo electoral con métodos de oferta de supermercado. Y no, la democracia no debería ser eso.

Marcos Taracido | 17 de noviembre de 2011

Comentarios

  1. Cayetano
    2011-11-17 13:28

    Siempre he creido que los carteles electorales son una magnífica ocasión para que se luzcan los diseñadores gráficos… si les dejaran libertad creativa, claro.

  2. Miguel A. Román
    2011-11-17 21:35

    El punto 3 me parece el nudo gordiano de esta cuestión. – ¿hay algún elector que elija el sentido de su voto …?

    Sí, lo hay, más allá del chascarrillo de que, en efecto, vistos los carteles he decidido NO VOTAR a ninguno de ellos, existe un tipo de ciudadano que no es que cambie radicalmente su voto, pero que a la hora de votar lo hará por “uno que le suene”, casi igual que cuando vas a comprar una sopa de sobre elegirás Maggi, Knorr o Gallina Blanca, aunque en el estante estén Carlton o Chezmum, que igual son buenísimas, pero que nunca has oido hablar de ellas.

    - Si la respuesta es afirmativa, ¿queremos una democracia cuyos gobernantes…?

    Tal vez no, pero no estés tan seguro. ¿Queremos una democracia que nos obligue a ser analíticos, críticos, sagaces, activos, participativos, estar continuamente bien informados (y, por tanto, formados) en economía, política internacional, gestión pública, …?

    Tú sí, yo también, Cayetano probablemente sí. Pero mi tía Edelberta no. Mi tía Edelberta no quiere complicarse la vida, quiere votar al que le mantega la pensión y el viaje anual del Imserso, sin profundizar más, que ya bastante tiene con el problema de si van a quitar “La Noria”. Y como mi tía Edelberta hay millones que no quieren ser votantes inteligentes.

    El problema es que la democracia se la ha dado el pueblo a sí mismo (no digo “esta democracia”, estoy generalizando el concepto), pero el pueblo no es necesariamente inteligente. Podríamos restringir el derecho al voto a los votantes inteligentes, críticos, analíticos, etc… pero entonces, ay, se llamaría “aristocracia”. Eso ya lo teníamos antes.

    No es un lamento, ni un punto de vista pesimista. Lo que tenemos está infinitamente mejor que lo que había hace 200 años (bueno, en España, 35 años), y estoy convencido de que seguimos progresando. Nunca lograremos la perfección porque nunca “el pueblo” será perfecto, pero el tonto, el ignorante, el que se deja llevar por los carteles, por la imagen, por la palabrería, por las promesas vanas, tiene un voto, tan válido como el voto del inteligente, y es bueno que sea así porque la alternativa es terrorífica.

    Esto hay que cambiarlo, sí, probablemente, pero con mucho cuidado: demasiadas veces ya se ha cambiado marcha atrás.

  3. Marcos
    2011-11-17 22:35

    Yo creo que hay un término medio en el elector: aquel que sí busca algo más, sí le importa algo más que su bienestar básico personal, pero que no tiene tiempo o herramientas para mantener ese nivel de información que exigiría una democracia real.

    Y yo no creo que siempre avancemos, al menos no en términos minimalistas: pasamos etapas mejores y etapas peores, empeoramos el nivel democrático y lo mejoramos, y lo empeoramos…

    En cualquier caso, Miguel, ¿estás de acuerdo o no con que los carteles electorales deben erradicarse?

    Saludos

  4. Miguel A. Román
    2011-11-17 23:04

    No, no siempre avanzamos. Los antiguos atenienses tenían una forma de democracia (solo votaban los varones libres, pero para la época era la pera) y sin embargo designaron tiranos (término griego histórico, no es despectivo). Los romanos tenían república y la cambiaron por dictadores para después aceptar a los emperadores. Los franceses guillotinaron a sus gobernantes para luego nombrar emperador a Napoleón, ¡DOS VECES! (y ahora está Zarkozy ¿para eso hicimos la revolución?).

    Los carteles electorales, románticamente me recuerdan a aquella cartelería de la república, pero es que mi romanticismo es muy obtuso. Lo cierto es que son bastante malos. Rubalcaba parece un borracho cabreado pidiendo otra copa y Rajoy ha puesto la misma sonrisa que un niño de primera comunión. Alguno de por aquí abajo ha puesto una foto de hace lo menos 15 años, está mucho más carcamal, pero eso no vende.

    Me cabrea mucho más, infinitamente más, que me manden a casa los sobres con las papeletas dentro. Yo los tiro a la basura, pero mi tía Edelberta igual no es tan lúcida y se cree que son los “oficiales”.

    La propaganda electoral es un asco. De hecho el término “propaganda” implica un matiz manipulativo frente a “publicidad”. Pero tal vez sea parte de la fiesta, como aquel que decía que no era navidad hasta que no iluminaban El Corte Inglés. Estamos condicionados, muy condicionados, pero hay esperanza, y no hablo de Aguirre.

    No, yo no prohibiría los carteles, pero sí obligaría a que los pusieran a una altura que permitiera pintarles unos bigotes o unos cuernos. Creo que a eso al menos sí tenemos derecho.

  5. Cayetano
    2011-11-18 13:49

    Por cierto las campañas de EMK-LKI destacaron por la originalidad de sus carteles aunque no tuvieron mucho éxito electoral


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