TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.
La convalecencia de una operación de rodilla sin importancia me lleva a constatar:
1) No sólo es posible sino cotidiano que 20 canales de televisión emitan basura al mismo tiempo.
2) Se lee mucho más si no se trabaja y se es inútil para cualquier labor doméstica.
3) Leer no es una labor doméstica.
4) No es madurez lo que se gana con los años, sino exigencia. De pequeños jugábamos y leíamos sin hacerle ascos a nada: a pesar de numerosos intentos, ya no soporto cualquier videojuego ni persisto en los atractivos pero de complicados controles o interfaz. Y cada vez me cuesta más continuar un libro que no me engancha.
5) En contra de toda expectativa, llevar ropa deportiva no reduce en modo alguno la capacidad de lectura, ensoñación o creatividad.
6) Lo que argüimos para no realizar las tareas pendientes no alcanzan la naturaleza de justificaciones, se quedan en meras disculpas.
7) Las disculpas, finalmente, tienen el mismo poder persuasivo que las justificaciones más apuntaladas.
8) Hay una guerra mitológica entre los dos tipos de texto que tengo que generar: los creativos y los burocráticos; la batalla es, respectivamente, entre pereza y aburrimiento. Suelen ser batallas estériles que tienen como efecto colateral una hinchazón de la lectura. O del tedio.
9) Providence, de Juan Francisco Ferré, engancha.
10) No importa cuán medrosas o ponderadas sean las expectativas: siempre exceden la realidad.
11) No existe el tiempo libre, es una simulación interesada. O existe como expresión abstracta, sin aplicación alguna en la práctica mundana. El tiempo libre se construye con expectativas y disculpas, y en la dilucidación de esa entelequia gana, con mucha suerte, la lectura.
12) Por el contrario, «perder el tiempo» es una de las construcciones más perfectas del lenguaje. La angustia o el peso que genere depende de lo exigente que se haya vuelto cada uno. Y eso sí es una labor doméstica.
2010-05-06 15:13
“No es madurez lo que se gana con los años, sino exigencia”
esto me recuerda a unas letras de Sabina:
“…que al lugar donde has sido feliz
no debieras tratar de volver.”
Ahora todo encaja: al volverme mayor y más exigente veo que lo que antes me hacía feliz ahora me decepciona. ¿Cómo es posible haber gastado horas y horas en videojuegos can absurdamente malos?
2010-05-06 16:40
Marcos, tienes toda la razón, no existe “el tiempo libre”: hay que fabricarlo. Cuánto me habré cansado de repetirle esto a mi padre…
¿Las expectativas siempre exceden a la realidad? ¿Eso podrías desarrollarlo un poquito más?
2010-05-06 17:56
Merche: me refiero a que uno hace planes, y por muy modestos que sean, siempre serán excesivos; más en concreto, estas notas las motivan ese tipo de planes que haces cuando tienes por delante el supuesto “tiempo libre”: voy a hacer esto y lo otro y lo de más allá que nunca hago. Y no. La realidad es mucho más estrecha de lo que tú te suponías que era.
Oscar, yo no lo veo (o no siempre) como un “gastar horas” las dedicadas a los juegos… es más, a veces me apena haber perdido esa capacidad de abstracción y ensimismamiento y empecinamiento.
Saludos
2010-05-06 23:23
Al respecto, una cita de Cioran que acabo de encontrar: «Todo proyecto es una forma de esclavitud.»
Saludos
2010-05-07 00:03
Demasiado denso este texto para comentarlo como se merece en este minúsculo cuadrado.
De entrada me parece una arrogancia considerarse “poseedor de tiempo”, pero eso puede ser un sofisma justificado por la poética.
No es cierto que las disculpas puedan llegar a ser tan persuasivas como las justificaciones, sino que normalmente lo son más todavía, tal vez por que la justificación se enarbola como una espada y la disculpa es un escudo que protege al disculpado pero no ofende al disculpante.
Así, somos más proclives a aceptar una disculpa que una justificación. Lo que sucede es que al que ha fallado le duele más la contricción de tener que pedir disculpa que la soberbia de encontrar una justificación que a él, y tal vez sólo a él, le parece válida.
Efectivamente, uno se vuelve exigente con los años. Supongo que influye el hecho de que conocemos que el tiempo es un bien finito, pero también, y pongo mi caso personal como prueba de cargo, porque la experiencia te ayuda a elegir y ya no tienes que probar cada dulce para saber a qué sabe.