TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.
Escribo escuchando de fondo el Réquiem de réquiems (lista elaborada en Spotify; lo siento no tenían la versión con Pilar Lorengar, ni la de Caballé), una selección de movimientos de Requiem que Hilario Barrero quisiera que sonase a su muerte:
«Uno, a veces, se imagina su muerte. Se ve muerto rodeado de genete que entra y mira con ojos aterrados, habla con palabras de corcho, ríe con hielo, comenta con salmos de polvo y se va llevándose en sus retinas la imagen de la muerte. Uno confunde su muerte con la de su padre y se ve en la misma iglesia, en el mismo primer banco donde está toda la familia. Se ve al mismo tiempo en el ataúd en donde en realidad estaba su padre. Nunca ve a la persona que más quiere en el mundo porque piensa que el amor que se tienen ha vencido a la muerte.»
Como ya hemos reseñado Dirección Brooklyn (Universos, 2009) renuncio a la crítica: ¿cómo hacerlo con un libro que me toca personal y profundamente? Los diarios de Hilario Barrero son una extensión de su cuerpo, a veces impúdica, a veces tierna, a veces llena de conocimiento, de recuerdo, de dolor, de angustia, de felicidad, de vida. Y para el que, aunque sea de un modo lejano e irregular, está desde hace años en su mundo, leerlos es lo más parecido que imagino a caerse en el laberinto de Alicia y acompañarla, y ver de cerca a la Reina de Corazones, al conejo blanco o al sombrero loco, y sentir su angustia, fascinación o desconcierto. Y en el laberinto que recorre Hilario entre el 2006 y el 2007 se reflejan, claro, sus sueños y sus pesadillas: la madre entumecida le lleva a casi convertir la primera mitad del libro en unas memorias del Toledo de su infancia, que entrelazadas con la muerte siempre rondando sus páginas generan una melodía densa y cercana a ese War Requiem de Britten que tiene una vez más como leitmotiv a la entrañable historia de Estelle, decrépita, contradictoria, orgullosa y siempre al borde del abismo que, ahora lo sabemos, ya cruzó. Pero el diario de Hilario se construye a base de contrapuntos que siempre dejan, como si de un Jano se tratase, una salida amable o dramática a lo dramático o amable que se acaba de narrar. Y está la poesía, y los viajes (Canadá, Lisboa, Florida, Gijón…), los amigos, los trayectos en metro, el amor, cuyo tú convierte al diario en una confesión privada, y la ópera, la ópera. Se sale del laberinto, pero ya nos llevamos impregnada en la ropa y el cuerpo parte de las esporas que componen la vida, narrada, de Hilario Barrero.