TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.
Hay autores que tienen la heterogeneidad de los reptiles, y la inteligencia suficiente (o la predestinación de sus neuronas, si esto fuese distinto) para vestir cada inquietud con diferentes trajes. No llegan a necesitar los avatares porque no alcanzan la esquizofrenia ni el desdoble, y sea cual sea el texto sigue el autor presente debajo de la tinta. No hay rastro de Pessoa en Álvaro de Campos, ni de este en Alberto Caeiro; y en el lado contrario, Borges no difiere sustancialmente en sus cuentos, sus versos o sus ensayos, y el arquetipo es el mismo. Así, en los primeros, el género cobra sentido pleno y se convierte en un cauce vehicular para dar salida a distintas preocupaciones, contenidos o formas según el autor crea que mejor se amoldan a lo que quiere transmitir.
Ya habíamos visto que Alber Vázquez utilizaba los subgéneros novelescos para adaptar sus historias, encarrilarlas y modificar lo que fuese necesario de los paradigmas para las necesidades de sus textos. En Cósele el rabo al lagarto (Hipálage, 2008) se estrena Vázquez como autor de relatos y como no podía ser de otro modo se aleja del estilo de sus novelas y escribe algo distinto. En realidad, al lector que conociese su faceta de articulista, este libro le resultará familiar, pues el narrador tiene el mismo punto de vista y persigue objetivos muy similares al narrador de sus artículos; podríamos decir que la mirada del autor es la misma, con la única diferencia, importante, del tamiz que da la ficción: Atila Longo es un periodista que vuelca en cinco historias otras tantas investigaciones o crónicas que su jefe le encarga para el periódico, y todas ellas son un análisis crudo —y brutal en ocasiones— de la sociedad del espectáculo y el nuevo periodismo. Longo se intercambia por un preso para poder narrar una fuga carcelaria, se infiltra en una secta que busca acabar con la raza humana, acude a Gibraltar, donde aparecen monos mutilados, convive durante unos días con alguien que dice ser un hombre-lobo y se mezcla con los hinchas exultantes de un equipo de fútbol.Y la crítica despiadada tiene doble cara: por un lado, los métodos periodísticos, con su falta de escrúpulos que le llevan, entre otras cosas, a provocar las noticias que quiere contar; y por otro, con más cariño quizá, a los protagonistas de esas historias, seres perdidos, desnortados, crédulos, ávidos de atención, solos. Y está también el público, no siempre presente en el texto pero siempre latente, pues si su recepción de la basura de sus propias crónicas Atila Longo no existiría.
Y después está el Alber Vázquez poeta. La mano que decide la intensidad del agua (Asociación Comunidad Libro de notas, 2008) es una estela (quizás es previo o paralelo) de Icuza, semeja un desgajo, el ensayo de una obsesión por otros cauces. Dice María José Hernández Lloreda en la nota que precede a los poemas en el libro:
Alber Vázquez nos muestra el aspecto más instintivo del hombre, desprendiéndolo de la capa de la cultura, mirando la sociedad humana como se observa una manada de lobos. O quizá como si un lobo nos observara y tratara de devolvernos lo que ve en nosotros. Un hombre en soledad con otros hombres, en busca de un destino no muy definido, enfrentado a Dios.
Yo aún diría más: se nos habla desde el interior del cuerpo, casi como abiertos en canal, de adentro a fuera, pero no con sangre y vísceras, sino con la hermosura de contar el mundo con la sensibilidad de las entrañas, su humedad, su calor, y también su crudeza. El poemario es la creacón de un ambiente, uno espeso y aceitado, uno en el que creemos impregnarnos de líquidos fetales que, paladeados, cobran belleza en nuestra lengua y brillan en nuestras pupilas. Y aún días después de habernos lavado mantiene la piel ese recuerdo, dolor y calidez de los sentidos.
2008-07-31 16:55
Marcos, estoy totalmente de acuerdo contigo, yo creo que el Alber de los cuentos se parece más al Alber de el mundo gira sobre un eje podrido, salvo en el hombre lobo, donde se ve más la línea poética, aunque con un registro más sensible y menos habitual en él.
También en su poesía resulta muy peculiar, además del libro del que hablas, Mi nombre que recoge tu nombre es un libro de poemas de “amor”, pero como siempre en Alber, con un registro bastante original, un amor poco definido y poco convencional y, aunque parezca raro, un poco en la línea de la mística.